22 noviembre 2024
LOS CORRALES VOLVERÁ A CONTAR CON UN ESPECTÁCULO DE LUCES Y SONIDO EN NAVIDAD
Los Corrales de Buelna ha esperado a que todos los municipios pusieran sus cartas boca arriba de cara a la próxima Navidad para anunciar que este año volverá a confiar en el propietario de la conocida casa de Parbayón para llevar un espectáculo único al centro de la localidad. Por segundo año consecutivo el promotor del proyecto, Francisco Cano, y su director artístico, Pablo Turanzas, desembarcarán en la plaza de la Constitución para poner en escena un cuento de Navidad, 'El tren de la ilusión', que viene a alargar el espectáculo que ya se pudo ver el pasado año. Más personajes, más infraestructura, muchas más luces y más diversión es lo que prometen los responsables de alegrar las fiestas a cuantos se quieran acercan a Los Corrales de Buelna del 6 de diciembre al 6 de enero.
Franciso Cano y Pablo Turanzas han preparado un nuevo cuento de Navidad con guion, música y, por supuesto, luces "prioritariamente hecho en esta tierra y demostrando que hay segundas parte que sí son mejores que las primeras". Todos los días habrá tres sesiones a partir de las seis y media de la tarde. Vuelve la máquina que controla el tiempo pero con dos vagones más, estarán de nuevo los elfos Parpadeo y Destello, además de Luna Creciente, la narradora, 40.000 luces led concentradas en la plaza y los árboles y edificios públicos que se levantan a su alrededor, música y efectos especiales sobre un guion que promete diversión, especialmente para los más jóvenes. Y es que los elfos trabajan en una nueva unidad mágica para recoger las cartas a Papá Noel y los Reyes Magos, pero no todo sale como ellos quieren.
Franciso Cano y Pablo Turanzas han preparado un nuevo cuento de Navidad con guion, música y, por supuesto, luces "prioritariamente hecho en esta tierra y demostrando que hay segundas parte que sí son mejores que las primeras". Todos los días habrá tres sesiones a partir de las seis y media de la tarde. Vuelve la máquina que controla el tiempo pero con dos vagones más, estarán de nuevo los elfos Parpadeo y Destello, además de Luna Creciente, la narradora, 40.000 luces led concentradas en la plaza y los árboles y edificios públicos que se levantan a su alrededor, música y efectos especiales sobre un guion que promete diversión, especialmente para los más jóvenes. Y es que los elfos trabajan en una nueva unidad mágica para recoger las cartas a Papá Noel y los Reyes Magos, pero no todo sale como ellos quieren.
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MAGOSTAS DE BUELNA 2024
Los Ayuntamientos de Los Corrales y San Felices de Buelna patrocinan la iniciativa común Magostas de Buelna que une bajo un mismo sello a diez asociaciones de ambos municipios, organizadoras de estos eventos.
• Fecha: sábado 23 de noviembre.
• Lugar: San Mateo (Peña Rebujas)
A mediodía blanqueada del tardíu. Por la tarde hinchables, romería cántabra y magosta con castañas asadas a leña y carbón y amenizada por pandereteras, rabelistas, gaiteros y piteros. Verbena tradicional y chocolatada con degustación de té del puerto de orujo.
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ENERGÍA PARA TODOS
La soledad no deseada, y la pobreza energética, se podrían combatir construyendo una especie de gimnasios, en los que la gente hiciese ejercicio moviendo unos artilugios que produjesen electricidad, que se distribuyese para consumo gratuito de personas necesitadas. Los jubilados se sentirían útiles, y acompañados, así como personas de otras edades.
Adolfo Palacios para Cartas al Director de El Diario Montañés.
HERMANO GINÉS
Javier Rodríguez Pérez-Rasilla quiere compartir con nosotros este entrañable recuerdo de un hermano de La Salle, que dejó huella en el valle de Buelna:
Creo que es indiscutible que olvidamos a mucha, muchísima gente por el camino, es ley de vida. Algunas personas, sin embargo, se nos quedan clavadas como con chinchetas en el mapa de la existencia, asociadas a determinadas épocas o momentos. Casi todos estos casos vienen de los extremos, son personas que nos resultaron muy malas o muy buenas.
El hermano Ginés perteneció al segundo grupo, entendiendo el adjetivo bueno aplicado a una persona como aquella que ejerce la bondad (la natural inclinación a hacer el bien). Fue bueno para mí, pero me encargaré de preguntar a otros si piensan lo mismo porque puede haber detalles que desconozco y, además, una sola opinión parece muy poca cosa para hacerse una idea cabal de alguien.
Preguntaré, sí, pero ¿qué? ¿Cómo voy a preguntar a nadie si piensa que el hermano Ginés era bueno, así, a cara de perro? ¿Qué pregunta es esa? Parece más adecuado hacer una pregunta general y dar tiempo para contestarla, a ver qué pasa.
¿Te acuerdas del hermano Ginés?
Lo que no necesito preguntar es lo que ya sé: el hermano Ginés llegó al colegio La Salle de Los Corrales de Buelna –mi pueblo– frisando los 60 años. Se encargó desde su llegada de tareas secundarias, como portería, vigilancia de patio, suplencias por enfermedad. Tenía tiempo libre, que enseguida comenzó a dedicar a su pasión confesa, la música, y su gran afición, el deporte. Lo que ocurre es que decir esto y nada es lo mismo, lo importante siempre es el cómo, la letra pequeña.
Ya voy a empezar a preguntar, pero antes de hacerlo me planto de un salto, ¡alehop!, en una mañana de 25 años atrás. Finales finalísimos de los 90, estoy de visita en el pueblo y me sigue tocando la misma habitación que cuando era un crío. Me levanto y miro por la ventana que da al parque, un par de segundos que me sirven para calibrar cómo ha amanecido el día. Y lo veo venir: camina un poco encorvado y sus brazos se mueven atrás y adelante como si tomara parte en un desfile militar, pero avanza con mucha decisión y algo de urgencia, parece tener muy claro adónde va y tener prisa por llegar. Sé que el único destino posible en esa dirección es el centro de salud, pero no creo que vaya a nada urgente. En realidad, él siempre se ha movido así, lo que ocurre es que ahora es mucho mayor y esos andares –siempre al límite del descoyuntamiento– destacan más.
Cruza el parque con la cabeza baja. Es una extraña estampa la suya, mezcla de vulnerabilidad y firmeza. Me recuerda al vicepresidente del Gobierno Gutiérrez Mellado cuando empezaron a pegar tiros en el Congreso y se mantuvo impertérrito; luego el teniente coronel Tejero lo intentó tirar al suelo agarrándolo a traición por el cuello, él se aferró a la barandilla del escaño para no caer y lo consiguió. Parecía un tentetieso, esos muñecos de base semiesférica que se balancean y nunca caen. La misma impresión me da el hermano Ginés cruzando el parque frente a mi casa. Tampoco se caería si lo empujaran, aunque parezca a punto de perder el equilibrio. Tiene más de 70 años y han pasado más de 10 desde la última vez que hablamos. Hermano, buenos días, le habré dicho yo en esa última ocasión, y él habrá contestado al saludo sin decir mi nombre (nunca usaba el nombre de pila cuando se dirigía a alguien en concreto). Eso habrá sido todo, un simple saludo al pasar porque yo iba con alguien o iba con prisa o él estaba también con alguien en la entrada del colegio. Esa mañana de finalísimos de los 90 –el hermano Ginés cruzando el parque con su andar decidido y descabalado, yo siguiéndolo con la vista hasta que se perdió por la travesía de Santa Ana– fue la última vez que lo vi.
Antes de ese día ya lo había recordado de cuando en cuando, sin verlo en persona. En realidad, lo he venido recordando desde entonces y aún desde más atrás, sin motivo concreto, simplemente me venía a la cabeza y ya está, se mantenía allí unos instantes, se hilaban dos o tres imágenes suyas, luego se desvanecía.
Ahora vuelvo al presente de otro salto, este mucho más sencillo de dar. Estoy sentado en mi mesa de trabajo y tengo delante de mí, colocada en un atril, la nota de vida sobre el hermano Ginés que me envió el director del colegio La Salle de Los Corrales de Buelna.
Tengo esta nota porque, de modo poco explicable, las imágenes del hermano Ginés comenzaron a regresar cada vez más seguido, como si él me estuviera diciendo: hazme caso, préstame atención. Quizá tuvo que ver en esa insistencia el simple paso de los años, quizá tuvo que ver también la muerte repentina de un viejo compañero de futbito –Kike, el mago de las pisadas– que me hizo comprender por enésima vez que todo se acaba y que de un día para otro podemos pasar a ser tan solo memoria… No puedo asegurarlo. El hecho es que tener al hermano Ginés zumbando en mi cabeza como un abejorro durante unos cuantos días me movió a querer enterarme de cuándo había muerto exactamente. Algo sabía, alguien me lo había comentado, pero quise conocer la fecha exacta, contar con detalles. Por eso busqué en Internet y, enseguida, encontré la necrológica en la página web de la radio del pueblo, valledebuelna.fm. En ella me enteré del día exacto del fallecimiento y de algún dato interesante que desconocía.
Entonces, ya un poco más emperrado y a través de Lidia, una amiga que es profesora en La Salle de Los Corrales, contacté con el director del centro. A Lidia le mencioné la bondad del hermano Ginés, así un poco en abstracto, para justificar mi curiosidad. Fíjate que me he acordado de él todos estos años y últimamente he pensado más en él, creo que es lo más cercano a la bondad que he conocido, le dije. Y un par de días más tarde le pregunté al hermano director vía correo electrónico si quedaría algo suyo en el colegio. Ha habido muchos cambios, me dijo, y además los hermanos ya no vivimos allí. El rincón donde el hermano Ginés guardaba sus cosas del fútbol posiblemente haya quedado tapiado y esas cosas habrán ido al contenedor, quizá se llevaron al punto limpio nada más salir él con destino a la residencia de Bujedo. Eso me contó el hermano director, que se ofreció a hacerme llegar su nota de vida. Acepté ilusionado que me enviara ese documento y es lo que ahora tengo sujeto con la pinza en el atril. El documento es muy sencillo, cuatro hojas tamaño folio dobladas y grapadas, un trabajo que parece hecho en una de esas papelerías de pueblo que contaban con una fotocopiadora sencilla y buena voluntad. La portada lleva su nombre civil, Ginés Molina Alonso, y entre paréntesis su nombre religioso, con el que tomó el hábito de la congregación lasaliana: Ginés de Jesús. Delante de ambos nombres aparece la palabra hermano. Los miembros de La Salle siempre escriben en mayúscula la palabra hermano, pero a mí solo me gustan las mayúsculas en los nombres propios y las reglas de la ortografía me respaldan.
A continuación, bajo los nombres, aparece su fotografía, que me lo recuerda perfectamente porque es la imagen suya que he mantenido en el recuerdo: la cabeza sin pelo, salvo algo de blanco en los laterales; las gafas de culo de vaso estilo Rompetechos; la chaqueta de punto azul oscuro sobre la camisa blanca abotonada hasta el cuello; la boca apretada, como intentando esbozar una sonrisa que quizá le ha pedido el fotógrafo y que demuestra que el trámite de posar le resulta engorroso. Es verlo y sentir ganas de preguntarle lo que le solía preguntar: Hermano, ¿hay partido? O aún mejor, hacerle la primera pregunta que supongo que le hice: Hermano, ¿puedo jugar?
Me gustaría tener fotos suyas de cuando era pequeño, un niño, por ejemplo a sus 10 años, la misma edad que tenía yo cuando lo conocí. ¿Cómo sería? Y también una de joven, treintañero, por ejemplo, ¿cómo sería su cara con el pelo oscuro? La verdad es que da igual que tuviera más pelo o menos pelo, piernas muy largas o curvadas, una gran barriga o la espalda encorvada. El de esta fotografía que acompaña la nota es él, sin duda alguna. Y es, por cierto, la misma fotografía que publica valledebuelna.fm. Debajo de la imagen, las fechas de nacimiento y defunción:
10 mayo 1918 - 1 noviembre 2012. Cumplió 94 años, una vida larga. Las páginas interiores, bajo los epígrafes Formación e Itinerario, dan cuenta de su trayectoria. Se formó en el centro lasaliano de Bujedo (Burgos) y después tuvo destinos diferentes, principalmente en Asturias y, ya más tarde, cuando venía un poco de vuelta y con muchos años de trabajo a las espaldas, en Los Corrales.
Luego toma la palabra en esta nota de vida un hermano que coincidió con él en su primer destino y menciona su afición por la música y el deporte. Hace una alusión al genio que tienen los músicos, sin decir pero diciendo –con un cripticismo innecesario a mi entender– que el hermano también tenía ese supuesto genio de los músicos. Y hago un alto aquí porque empiezan a llegar las respuestas y me quiere contar algo Luis Alberto, que fue solista en el coro infantil que el hermano Ginés organizó con alumnos de La Salle. Lo que me cuenta es que el hermano les daba buenos coscorrones a él y a Miguel el Moli, también solista, cuando se despistaban y olvidaban la nota o la daban mal. Dice Luis que cerraba aquellas manos como sartenes –por lo grandes y anchas, de dedos gruesos– que tenía y, ¡zasca!, coscorrón al canto. También me cuenta que otro castigo que les imponía era pasar un rato en el cuarto de los ratones, un sótano oscuro en las dependencias del colegio. Afirma Luis Alberto que con la música era muy estricto, todo debía salir perfecto. Ahora entiendo mejor las palabras de ese hermano que coincidió con él en su primer destino.
Sigo con la nota. En ella se reproducen un par de necrológicas sobre él: una es del periodista corraliego Nacho Cavia, tomada casi literalmente de la que publicó en valledebuelna.fm, y otra es de un profesor de La Salle de Turón, Carlos Vega Zapico. Los dos hacen referencia, sobre todo, a sus logros musicales: fue el primer director del Coro Minero de Turón (parroquia perteneciente a Mieres, Asturias) y también de la coral La Encina de Mata (San Felices de Buelna, Cantabria). Mencionan ambos los diferentes homenajes que se le hicieron por ello. Carlos Vega Zapico –el profesor de La Salle– fue parte activa de los homenajes que se le tributaron en Turón y habla también de visitas hechas al hermano Ginés ya en sus últimos años de vida, en un par de residencias de La Salle, una en el Bujedo de sus inicios y otra en Valladolid. En la reseña de Nacho Cavia se menciona también su dedicación al deporte como directivo y entrenador del equipo alevín de la Sociedad Deportiva Buelna, institución para la que, uniendo pasión y afición, compuso el himno oficial.
Berto Pérez, presidente actual de la Sociedad Deportiva Buelna, me hace llegar el himno que compuso el hermano Ginés, con versos inflamados de ardor guerrero, en un estilo grandilocuente propio de épocas pasadas:
Somos la afición del valle / Del deporte la mejor
La que en más reñidas lides / Ha luchado con honor
¡Arriba, Buelna! / De corazón decimos
Ante el rival alientos / No te faltarán…
Luego habrá tiempo para completar el himno, ahora continúa con la nota el hermano que la empezó, para referirse a los últimos años del hermano Ginés: fue envejeciendo, tuvo una caída grave y ya desde entonces se movió en una silla de ruedas empujada por otro compañero; perdió más vista, le costaba hablar. Parece por lo que dice la nota que murió como mueren muchos ancianos, no se sabe si los mata la enfermedad o si se cansan y dicen hasta aquí. Se supone que murió en paz. Fin de la nota. Me quedo con el nombre de ese profesor asturiano, Carlos Vega Zapico, por su escrito da la impresión de haber tenido una estrecha relación con el hermano Ginés. Hago un par de consultas en internet y un par de llamadas telefónicas equivocadas hasta conseguir su dirección de correo electrónico, aunque realmente ni sé para qué la quiero o si la voy a utilizar. Ya veremos más adelante.
Me ha sorprendido emocionarme pensando en la muerte del hermano Ginés y se me han encharcado los ojos con su fotografía a la vista en el atril. Me he emocionado como cuando miro fotografías de seres queridos míos que han muerto, pero nunca habría dicho antes de hoy que él fuera para mí un ser querido.
He entendido por la nota y por las necrológicas incluidas en ella que el hermano Ginés se ganó consideración por su faceta musical: desde el entorno de la música le llegaron los reconocimientos. Sin embargo, para mí el hermano significa deporte, para ser más exactos, futbito en un principio y fútbol más adelante. Lo otro, lo de la música, lo sabía de oídas; de oídas, nunca mejor dicho, porque a veces se oía su voz en misa, una voz muy grave y profunda que llegaba desde el coro, allá en lo alto, por encima de las voces del grupo de alumnos de La Salle que dirigía. Para mí la música de la iglesia, cantada o tocada, se oyera la voz del hermano Ginés o únicamente las notas del órgano, era como el sonido de la lluvia, algo que no podías parar, pero que, por fortuna, al final terminaba.
Así pues, mi historia con el hermano no tiene ningún componente musical, sino que empieza un día cualquiera en el patio del colegio de La Salle, donde había una pista de balonmano-futbito, dos pistas de baloncesto y dos de minibásket. Yo, que estudio en las Nacionales, donde no tendremos ni una mísera cancha hasta que estrenemos el colegio nuevo, me dejo caer por los Hermanos (así llamábamos a La Salle) a ver si hay suerte y me dejan jugar los que estén jugando allí. Así funciono. Me paro en la banda a ver el partido haciendo como que me interesa mucho el juego, cuando lo único que me interesa es que un jugador se tenga que ir para casa y me dejen ocupar su lugar por no quedarse impares. Puedo estar mucho rato esperando, tampoco tengo otra cosa que hacer y a baloncesto soy malo, no me gusta.
En mi memoria él aparece de modo automático, es decir, un día ya está allí, repartiendo camisetas y organizando el partido. Tiene que ser entonces cuando le pregunto eso: Hermano, ¿puedo jugar? He olvidado su contestación exacta, pero me deja, que es lo que cuenta, ese día y todos los que vendrán después.
Hago un parón, le mando un whatsapp a Manu Manrique. Me estoy complicando, lo sé, pero puedo frenar en cualquier momento y olvidar este asunto. Manrique ya sabe que a veces se me ocurren cosas y pregunto, supongo que él lo resumirá en que me dan venadas. Le digo que me cuente lo que recuerda del hermano Ginés. Me dice que le llame. Lo hago. ¡Alabao alabao, qué chico más mal hablao! es lo primero que me suelta al contestar la llamada. Me doy un palmetazo en la frente que casi me caigo para atrás: pero ¡cómo había podido olvidar esa frase con la de veces que nos la repetíamos! Era lo que el hermano decía siempre que alguien soltaba una palabrota después de una entrada fuerte, de una caída dolorosa, de un fallo a portería vacía. El hermano Ginés no se enfadaba, tan solo soltaba su frase y animaba a seguir adelante con el juego. Y nosotros la repetíamos porque nos hacía mucha gracia, como para no. Manrique me cuenta más cosas, tiene buena memoria. Él, como los otros alumnos de La Salle, tuvo al hermano en el aula y también lo veía por el patio durante los recreos. Me habla con admiración de la caligrafía del hermano Ginés, me cuenta que les enseñaba a escribir cuando cubría alguna baja del profesorado y se anima tanto que me promete que en cuanto colguemos me enviará una muestra porque todavía recuerda lo que les enseñó –y me llegará unos minutos después de cortar la comunicación una a muy bonita, muy barroca, la a hermanoginesiana–. Tiene que colgar, está en el trabajo, pero antes de hacerlo me asegura que sí nos colocaba en el campo, sí nos daba instrucciones, aunque no tiene recuerdos concretos ni frases exactas. Quedamos en charlar otro rato. Hago bien en intentar hablar con otros y no fiar todo a mi pobre memoria ni a mis sensaciones. Y también, aunque no sea mi asunto el musical, podría preguntar a alguna persona del coro La Encina de Mata, porque fue su director muchos años y porque no está mal tener testimonios de su faceta musical: ¿les daría coscorrones a los solistas adultos allí en Mata, tendría cuarto de los ratones donde meterlos si fallaban una nota? Así que llamo otra vez a Lidia, a media tarde, para preguntarle si no conocerá ella a alguien de la coral de Mata, porque Lidia es de San Felices y Mata pertenece a ese municipio. Me dice que le puede preguntar a su madre, pero que le dé un segundo para ver si se le ocurre alguien, así a bote pronto, y en ese lapso mínimo de silencio, vuelvo a justificarme: Me ha dado fuerte, eh, pero pregúntale a Chus, él lo conoció, que te confirme si era bueno o no el hermano Ginés. Y me dice ella que su marido, Chus, desde el sofá y entre risas, le dice que a él lo echó del coro por cantar mal, pero yo insisto: Que sí, que le echaría por cantar mal, pero dile que te diga la verdad, Lidia, si era bueno o malo. Y entonces Chus concede desde el sofá, me pone Lidia en altavoz para que lo oiga: Que sí, pelma, que el Ginés era bueno.
Ha dicho el Ginés, con artículo delante y sin la palabra hermano. Así hablaban los alumnos de La Salle, lo recuerdo ahora: el Ginés, el Lasuén, el Mardones. Me extrañaba entonces porque nosotros, los de las Nacionales, les poníamos a los maestros el don o el doña correspondiente delante. Esto era para mí simplemente otra rareza de los de La Salle, que tenían también la extrañísima costumbre de dirigirse a casi todos sus compañeros por el apellido, fuera o no común: tenían un García, un Cobo, un Villegas, un González, un Herrera…
Da igual que lo haya dicho con la palabra hermano delante o sin ella, importa lo que ha dicho. Y a Lidia no se le ocurre nadie, pero preguntará a su madre, ya me dirá. Regreso a aquel primer encuentro. El hermano Ginés me alarga una camiseta que me pongo encima de mi propia ropa, como los demás. ¡A jugar! A partir de ese día solamente recuerdo instantes, fogonazos en los que aparece su imagen, de pie en la banda. El caso es que juego ese día, jugamos.
Y al otro y al otro y al otro, creo que de lunes a viernes siempre que no llueva demasiado. No recuerdo que jugáramos los fines de semana; quizá algún sábado por la mañana, pero mi recuerdo de los fines de semana es que quedaban esas canchas de La Salle para los partidos de los mayores: futbito liga local, baloncesto liga regional, balonmano ligas menores los sábados y liga sénior los domingos después de misa; aparte de esos partidos serios, con suerte alguien tirando a canasta en las pistas de minibásket, casi nunca gente disponible para jugar a futbito. Preferían la tele. O sea, que esto empieza siendo un asunto de los días de diario. Los de la escuela pública salimos a las 16.30 y los de La Salle a una hora que me parece rarísima solo porque no es la mía: las 17.00. Esa media hora es clave porque me da tiempo a llevar a casa la cartera, merendar unas galletas con Nesquik y llegar casi siempre antes de que empiecen los partidos que monta el hermano Ginés. Ahora ya no tengo que esperar a que se queden impares los que juegan.
Como hoy, que es invierno en mi recuerdo y ha llovido. Lunes, martes o miércoles, qué más da. Cuando llego, ya tiene colocado el equipamiento en los alféizares de la galería acristalada en la que confluyen las aulas: camiseta, pantalón y zapatillas deportivas de números variados, que nos probamos una y otra vez hasta dar con unas que se aproximen a nuestro número, porque él no nos permite jugar con botas de calle ni con katiuskas y en los días de lluvia tampoco nos dejan en casa ponernos las zapatillas deportivas para que no las estropeemos. Lo de llevar deportivas en invierno es cosa de gente de ciudad o, en nuestro pueblo, de los hijos de los ingenieros. Así que nos ponemos esas camisetas y esos pantalones, como ya expliqué por encima de nuestra propia ropa, salvo en días de sol, que no es el caso. Y nos calzamos esas playeras, que es como nosotros llamamos a las zapatillas deportivas. Algunas tienen agujeros en la puntera, entre la puntera y la suela para ser exactos, por donde se cuela el agua que nos va a empapar los calcetines.
Ya salimos a jugar. El hermano Ginés baja los cinco escalones que nos separan del patio de juegos y se coloca en el corredor estrecho que separa la pista de balonmano de la de baloncesto. Dos colores de camiseta, dos equipos. No recuerdo si él elegía los jugadores para equilibrar, quiénes de un color, quiénes de otro, solo me vienen a la memoria los pequeños charcos que se formaban si llovía mucho, que entorpecían el juego y te podían llevar a resbalar en cualquier cambio de dirección. Recuerdo también detalles sueltos del juego, con nombres propios: Chichi Polanco que aún es solamente Polanco y tira bombeado porque no sabe tirar de otra manera, así que ha desarrollado una extraña habilidad para elevar rápidamente el balón y poder empalmarlo en el aire; Miguel el Moli que es un manducón y te amenaza si no le haces caso en lo que dice; Luis Alberto que juega de portero y se enfada porque se las tiran muy altas y no llega –véase Polanco y sus tiros bombeados–.
Gracias a esos enfados de Luis, por concatenación, recuerdo que el hermano Ginés sí se enfadaba a veces, y aunque no puedo recordar exactamente qué lo hacía enfadar, sí lo veo estirar los brazos hacia abajo como si le tirara la chaqueta de los hombros y quisiera colocársela bien, pero con una rabia apenas contenida. Tira de sus brazos hacia abajo con tanta energía que parece que podría separar las mangas de los hombros. Al hilo de sus enfados fue que me contó Luis Alberto lo de los coscorrones y hace un rato le pregunté a Manri por ellos y me lo confirmó: avisaba de que lo iba a dar y lo daba, coscorrón en la cabeza, con los dedos de esas manos poderosas que tenía y con las que podría haber causado mucho daño, el daño que otros profesores sí causaban, sin ponerse muchos límites. Estamos a finales de los años 70, no lo olvidemos, la violencia en las aulas es todavía algo común, la letra con sangre entra y es muy posible que, si te quejas en casa, te digan que algo habrás hecho y te llueva otra. El hermano Ginés, sin embargo, tenía sus límites muy claros.
En relación con este asunto de la violencia, me cuenta Ernes, que tampoco estudiaba en la Salle, que cuando se daba alguna trifulca entre jugadores y uno protestaba por lo que le había hecho el otro, el hermano Ginés, para calmarlo, decía: Vale, no le mire, no le mire. Me dice también que era un hombre bueno sin que yo se lo pregunte, me explia que cuando iba con otros críos a las canchas y no tenían balón llamaban al timbre de la portería y él les prestaba uno. Los balones escaseaban todavía, eran un regalo de Reyes o de Primera Comunión que aguantaban en buen estado apenas unas semanas antes del trágico pinchazo.
El hermano Ginés nos daba la posibilidad de jugar partidos de verdad: las camisetas; los pantalones sin huevera ni elástico, que más parecían trozos de bandera; las playeras de lona con puntera de goma marca La Cadena. Jugar uniformados nos aportaba una gran seriedad.
Señorías, así nos llamaba, sobre todo cuando tenía que dirigirse a uno en concreto. Señoría, venga para acá; señoría, pare usted el balón. Usaba también guaje, vocablo asturiano que se trajo de sus muchos años pasados allí. La usaba siempre en tercera persona: ¿qué hizo ese guaje?, qué haceaquel guaje de más allá?, ¿qué hacen esos dos guajes allí subidos? No recuerdo que pronunciara jamás mi nombre, tampoco el de otros, ya lo dije antes.
Reyes Amezqueta, que tuvo mucha relación con el hermano Ginés a cuenta de su estancia en la coral La Encina de Mata, que el hermano dirigió durante más de una década, me confirma lo que me dijo Julio, otro miembro de La Encina al que llegué vía Lidia: a ellos también los llamaba señorías, sin distinguir por sexo o edad, todos igualados con el mismo tratamiento. Intento imaginarlo en este mismo momento y me río. Hombres hechos y derechos de pie frente a él, que los reconviene: súbame un poco el tono, señoría; sosténgame esa nota, señoría. Lo mirarían como a un perro verde, ¿de dónde se escapó este astronauta?
Julio me contó por teléfono que era muy serio con la música y que les enseñó todo. Empezó a dirigir esa coral de Mata a la edad en que la mayoría de los trabajadores están ya jubilados: 68 años. Reyes me explica que les pasaba las partituras copiadas en tinta china y que a veces hacía algún cambio para adaptar la partitura a la calidad de los miembros del coro, y que, de vez en cuando, me explica ella, lo hacía pensando que el autor podía haberse equivocado. Me gusta oír eso, que aflore un detalle de autoafirmación, rayando la arrogancia, a la vida del hermano Ginés, comprobar que no era en él todo plano, robótico, que también dudaba y sopesaba y decidía y que era, con toda probabilidad, muy capaz de meter la pata o pasarse de listo.
Vuelvo al fútbol, tras el inciso musical que me habla de que trataba a todo el mundo por igual, grandes y pequeños. Por fin, un día, jugamos nuestro primer partido serio, el primero contra gente que no era del pueblo, chavales a los que no habíamos visto nunca. Era un equipo de Guarnizo, un pueblo cerca de Santander, no sé cuál era su relación o cómo logró contactar con ellos, pero les metimos 4-1 en una tarde oscura y lluviosa, muy corraliega. Todo parecía raro antes de empezar, cargado de repente de gravedad. El hermano Ginés parecía también mucho más serio y si dio alguna indicación la he olvidado, pero sí sé que no tuvo que señalar ninguna falta porque ese día, también por vez primera, tuvimos árbitro. Los chicos de Guarnizo sí habían jugado ya otros partidos serios, incluso sabían hacer trampas a escondidas, pequeñas malicias futboleras que nosotros tardaríamos aún en aprender. Recuerdo que aplaudían los espectadores –serían niños de nuestra misma edad, quizá algún hermano mayor– a medida que marcábamos goles. No recuerdo si el hermano Ginés nos dijo algo, supongo que nos felicitaría, pero no era su estilo celebrar demasiado.
Menciono su estilo y en realidad sé poco de su estilo, salvando su gusto por el silencio, esa característica sí creo recordarla con exactitud. Pero me viene a la cabeza de forma automática lo primero que me dijo Nardo Lasarte el otro día: Recuerdo su sonrisa, era risueño. Y me di otro palmetazo en la frente. Joder, Nardo, le dije, tienes razón, sonreía mucho. Nardo me contó después que el hermano le animó a jugar al fútbol y también me contó que quitaba verrugas, mandaba a quien las tenía pasar por la pequeña portería que había a la entrada del patio y le aplicaba allí el tratamiento con ácido; así cada mañana hasta que consideraba que la verruga estaba lo bastante seca como para cortarla cuidadosamente con una cuchilla de afeitar, que dejaba al descubierto la nueva piel, rosada y sana. Como si la charla con Nardo hubiera servido de conjuro, tras cortar la comunicación logro recordar la sonrisa del hermano y también su risa, que me hace sonreír a mí. Lo veo agitando los hombros al reírse con la boca cerrada, al estilo de Patán, el perro de Pierre Nodoyuna en la serie de dibujos animados Los autos locos. Ahora, cuando llevo ya un tiempo ocupado con este asunto, recibo la primera contestación por correo electrónico de Carlos Vega Zapico, el antiguo profesor de La Salle de Turón que impulsó más de un homenaje para el hermano Ginés y que le escribió una emotiva nota necrológica en la que citaba un texto del propio hermano. Se lo pido y me envía ese escrito, titulado Un coro nace en el valle. Es una colaboración que le solicitó al hermano Ginés para celebrar los 75 años del establecimiento de La Salle en Turón. Ese texto tiene mucho valor porque es lo más cerca que voy a poder estar del pensamiento hermanoginesiano, en los textos siempre dejamos ver algo de nosotros mismos, queriendo o sin querer, y yo tengo experiencia en leer entre líneas. Empieza el hermano hablando de su infancia y de su inquietud musical, sus esfuerzos por formarse, hasta plantarse en su desembarco en Turón, treintañero. Entonces llega el momento que más me ha llamado la atención, cuando da su versión de la creación del coro. Y digo versión porque como él lo cuenta parece que le tuvieron que insistir mucho esos hombretones con ganas de cantar para que se hiciera cargo de ellos, que lo tuvieron que perseguir; sin embargo, la página web del Coro Minero sostiene que fue el hermano quien se acercó a ellos, deseoso de darle al grupo un poco de empaque musical. A mí, entendiendo que seguramente ambas partes se acercan bastante a la verdad, me agrada que él recuerde que le insistieron, me divierte que explique que “acometida tras acometida”, buscaron convencerlo aprovechando las tardes de domingo de camino al fútbol. Disfruto leyendo que él se hizo de rogar, contestándoles, y estas son también sus palabras: “Vosotros empezáis con muchos bríos; luego el desánimo y el abandono”. Me gusta cómo explica que, viendo que no les hacía caso, “comenzaron a emplazar sus baterías en cotas más altas”, lo que traducido a lenguaje llano significa –como explica después– que hablaron con el director del colegio de La Salle para que él terminara por aceptar. Bríos, emplazamiento de baterías, acometidas, esos términos obsoletos, tan pomposos y a la vez tan deslumbrantes me suenan al hermano Ginés pese a no poder recordarlo pronunciando exactamente esas palabras. Sus otras expresiones que sí recuerdo o las que me han recordado mis compañeros suenan justamente a eso, a una burbuja temporal que él habitaba con total naturalidad, con los pies bien plantados en un terreno solo suyo.
Le doy las gracias a Carlos Vega Zapico y caigo en la tentación de preguntarle si tendrá fotografías del hermano Ginés de joven, a lo que me contesta que en los tiempos en que el hermano fue joven las fotos eran más difíciles de sacar que ahora, pero que quizá tenga algo, lo mirará cuando regrese a casa de un viaje familiar.
Debo volver a los asuntos del fútbol, de su afición, esa que le reportó muy pocos aplausos en comparación con la música porque nosotros no le dimos ningún título, ninguna tarde gloriosa. La música sí. Reyes Amezqueta me relata el homenaje que se le hizo en San Felices de Buelna en el año 1999. Se esconde el autobús de la empresa asturiana Llaneza para que el hermano no sospeche nada y se encierran en el ayuntamiento los miembros del Coro Minero, su coro, para cambiarse de ropa. Luego entran en el templo con las luces de sus cascos mineros encendidas mientras cantan una de las canciones de su primer repertorio. Pillado por sorpresa, al hermano Ginés se le escapa una lágrima.
Así que volvamos a lo futbolístico. Pasado un año después de ese iniciático partido contra los chicos de Guarnizo, quién sabe si menos, quizá solo medio año, nos plantamos en el día del debut del equipo alevín de la Sociedad Deportiva Buelna, con el hermano Ginés al frente. Formo parte de ese equipo.
Desconozco si él impulsó la formación del alevín o si se lo encargaron, las personas a quienes podría preguntar han fallecido o les he perdido el rastro. A esa época más o menos pertenece el himno del Buelna y tampoco sé si le pidieron componerlo o si él se ofreció, pero se me ocurre que es buen momento para transcribir la parte que faltaba:
¡Arriba, Buelna! / Siempre estamos contigo,
Los campos de Las Forjas / Hoy te cantarán
Los campos de Las Forjas / Hoy te cantarán
Si marchamos siempre unidos / Si luchamos con ardor,
Triunfos serán conseguidos / Que nos llenen de ilusión
¡Arriba, Buelna! / De corazón decimos
Ante el rival alientos / No te faltarán
¡Arriba, Buelna! / Siempre estamos contigo,
Los campos de Las Forjas / Hoy te cantarán
Los campos de Las Forjas / Hoy te cantarán
Los niños de entonces –o algunos de ellos, otros se mantuvieron apartados de los bares– cantamos muchas noches este himno en nuestra primera juventud, ya pasados de copas, intercalándolo entre montañesas míticas de las que tampoco sabíamos la letra completa
y canciones salidas de las radiofórmulas del momento, en un batiburrillo que podríamos agrupar bajo el título Grandes éxitos beodos del valle. Han tenido que pasar todos estos años para que por fin me enteré de que uno de los versos dice “triunfos serán
conseguidos”, un uso de la voz pasiva que le sirvió al hermano para resolver una rima difícil.
Ernes, que fue uno de esos jóvenes cantantes, me confirma que el hermano Ginés seguía los partidos del primer equipo del Buelna desde fuera de la tribuna, de pie. Solo, siempre solo, con el transistor pegado a la oreja no sabemos si para seguir los partidos de la jornada o para evitar que se le acercara algún espectador buscando palique. La incógnita es si quería estar ahí para no oír las burradas que se gritaban en la tribuna o si quería seguir con tranquilidad la narración de Carrusel deportivo. Me inclino por la primera opción, sospecho que se apartaba del ruido, de los insultos. Lo recuerdo ahí, a pie firme, en una imagen que puede ser inventada pero le cuadra a la perfección: suena el himno de su autoría por la megafonía de calidad infame y él está inmóvil, sin inmutarse aunque llueve a jarros, bajo su gran paraguas negro.
Ahora comparte conmigo Gonzalo de la Sen una pequeña parte de sus numerosos recuerdos del curso del 81, cuando le tocó pasar largos meses en cama, recuperándose de las lesiones que sufrió en el accidente de tráfico del infantil Buelna, en el que murieron dos personas. Esos meses de postración, de aburrimiento infinito, se los alivió bastante el hermano Ginés, que fue a darle clases a domicilio para que no perdiera el curso. Y le recuerdo la caligrafía que les enseñaba el hermano, le hablo de la a con filigrana que me envió Manrique y me lo confirma Gonzalo con admiración, además de explicarme que efectivamente le salvó el curso y que por eso siempre le estará agradecido. Me cuenta además que siguió yendo a visitarlo de vez en cuando, hasta que el hermano abandonó el pueblo con destino a Bujedo.
No recuerdo nada de los entrenamientos ni lo recuerdan otros compañeros a los que he preguntado, de nuevo se me escapa si el hermano nos daba alguna indicación, palabras de crítica o de ánimo, explicaciones. Por eso me resultan tan valiosas cuando llegan las palabras de Manuel Ángel Fernández Díaz, conocido en nuestros tiempos infantiles como Manteca, su tercer apellido, al que me encuentro en una comida de nuestro antiguo equipo de fútbol-sala. Le pregunto por sus recuerdos del hermano y me envía un correo electrónico que merece la pena transcribir al pie de la letra:
“Cuando empecé en el colegio José María de Pereda, yo jugaba de delantero. Fue el hermano quien me situó por primera vez en una portería.
Al principio no quería, pero me dijo que ese era mi puesto natural y que un equipo se empezaba por la portería. Le recuerdo con sus gafas de culo de botella. Era muy exigente con la equipación y sobre todo con las botas de futbol, que tenían que estar relucientes y con los tacos en perfecto estado.
Tenía mucho genio, pero a la vez se portaba con nosotros como un padre. Me llevaba broncas cuando quería blocar el balón, él quería que despejara como un portero de balonmano, para que no se escapara el balón en un mal blocaje y dejar un balón fácil al contrario.
Yo me quedaba mucho dentro del área pequeña y quería que saliese más fuera del área para ayudar a los defensas (también me llevaba broncas por ello)”. Confirma este testimonio que tanto he agradecido que el hermano Ginés sí nos hablaba y sí tenía opiniones técnicas. Además, muy interesantes, mucho más que tanta palabrería hipertáctica como la que se oye ahora en cualquier entrenamiento de categoría minibenjamín. Es decir, sí hacía labores de entrenador, como ya apuntaba Manrique.
Lo que yo recuerdo, como si fuera ayer, es nuestro primer partido. Lugar: Cartes. Rival: Peña Madridista Besaya. Resultado: 17-0. Todo lo veo raro en el recuerdo, muy lejos del debut soñado. Toco mucho el balón, de los que más, porque saco de centro tras cada gol. No recuerdo a ninguno de mis compañeros, pero sí a algún rival, como Chili, que se convertirá en el futuro en un delantero implacable y en leyenda goleadora del fútbol regional, o a Gerardo, que será durante un tiempo la gran promesa del fútbol torrelaveguense y que un par de años después aparecerá en la sección deportiva de El Diario Montañés. ¡Media página para él solo con fotografía, el mirlo blanco de la Peña Madridista Besaya!
Juego de extremo derecho. Me marca Torito, que tiene las piernas más gordas que he visto en mi vida y me da miedo, sobre todo porque, aunque me respira en la oreja, no me devuelve la mirada cuando lo miro. El tal Chili, bajito y ancho de espaldas, mete un gol de tijera que parece sacado de un partido de primera división. Han sido 17 goles, creo que no hacemos ni faltas. Dudo que hayamos dado tres pases seguidos. El hermano Ginés podría habernos despreciado. ¡Qué hace usted, señoría, despeje ese balón!, podría habernos gritado. Podría habernos dado mil voces y habernos hecho sentir malísimos, idiotas, para muchos habría sido comprensible ante ese resultado escandaloso. Hasta por pura vergüenza –qué iban a pensar de él como entrenador, qué les había enseñado a esos chiquillos tan torpes, tan inútiles– se le habría aceptado alguna queja, una voz más alta que otra. Pues no, nada más lejos de la realidad. En los vestuarios lo único que hubo fue un poco de apremio para llegar a tiempo a la parada del autobús de Juan, línea Los Corrales-Torrelavega. El hermano nos permitió, al evitar hacer leña del árbol caído, que fuéramos buscando excusas y poniendo paños calientes de camino a casa, para acabar asumiendo el tremendo resultado y nuestra palmaria inferioridad como una casualidad sin importancia, un simple accidente. Recuerdo también nuestro segundo desplazamiento, a Torrelavega. Desconozco los acuerdos a los que pudo llegar el hermano Ginés con el Buelna, el presupuesto asignado para el equipo alevín. Sé que vamos en tren y que eso plantea un inconveniente porque la estación se encuentra en Tanos, en un extremo de la ciudad, y el Juan XXIII, nuestro rival, juega en un campo de tierra que está casi en la otra punta. Nos toca andar casi una hora –o sin el casi– por las calles de Torrelavega, el hermano encabeza la marcha acarreando el bolsón del material. Impone un ritmo exigente con sus andares marciales y creo que llegamos medio muertos, pero marcamos nuestro primer gol en campeonato oficial y perdemos solamente por 4-1. La vuelta es desandar el camino, a un ritmo menor porque somos incapaces de seguir su marcha. Sería maravilloso poder abrir una ventana al pasado y echarnos un ojo, vernos caminar de vuelta por las calles de Torrelavega. ¿De qué hablamos?, ¿se vuelven los transeúntes a mirarnos? Una columna encabezada por un personaje estrafalario, que camina a grandes trancos y acarrea una bolsa de deportes tamaño XXL, seguido por una veintena de críos con muy poca experiencia cruzando semáforos.
Apenas recuerdo más asuntos estrictamente futbolísticos de entonces, solo algunos detalles relacionados. Por suerte, llega en mi ayuda Gerardo –no aquel mirlo blanco de hace unas líneas, sino el nuestro, que también pudo ser mirlo de no mediar lesiones– y me recuerda, en esa comida que tuvimos hace poco, los viajes en autobús. Hablábamos todos a la vez, sentados de rodillas en los asientos para mirar hacia atrás, interrumpiéndonos como críos que éramos, y cuando uno ya subía demasiado la voz el hermano se acercaba desde la parte delantera y le decía: No grite, que se cansa. Me lo cuenta Gerardo y me pregunto cómo podía aquel hombre soportarnos, cómo hacía para pastorear él solito un rebaño de críos. Si se tratara de un amigo mío, le pediría el nombre de su medicación, negaría que eso se pueda enfrentar sin recurrir a la farmacia. También me repite Gerardo lo que ya me contó Ernesto, que el hermano dejaba un balón a quien tocara el timbre de la portería. Tardaba más o menos tiempo en bajar desde la zona de vivienda del complejo de La Salle, que estaba en el piso de arriba, pero bajaba y prestaba el balón.
Y sigue Gerardo, enrachado, como si llevara años guardando esos recuerdos y se diera cuenta en este preciso momento de que tienen importancia. Me habla de cómo se asomaba por la ventana los días de partido para ver si aún estaba apoyada contra la pared la bicicleta de Ángel Añívarro, también miembro del equipo alevín. Si la bicicleta aún estaba apoyada, Gerardo tendría la oportunidad de adelantarse para escoger el único par de botas del número 37 incluido en el material que el hermano Ginés había conseguido para nosotros, no sabíamos dónde, no supimos cómo ni lo sabremos ya. El hermano Ginés conseguidor: las botas marca Legar, una imitación de Puma con la franja amarilla que el hermano nos prestaba pero que, igual que las playeras La Cadena, él custodiaba. Por eso las llevábamos de vuelta al colegio de La Salle tras el partido y él se encargaba de limpiarlas y dejarlas listas para la siguiente ocasión. Las botas, cómo olvidarlas. Las veo secando al sol, colocadas por pares sobre un murete, en el gran patio ajardinado del colegio de La Salle, cerrado a los escolares. Una vez secas, el hermano Ginés les quitará la tierra acumulada entre la parte superior, de cuero, y la suela, de goma dura. Como no son de muy buena calidad, tras unos cuantos golpeos esa parte se medio despega y almacena tierra. El hermano Ginés las repasa con un palillo una por una.
Las botas están secas, dice el hermano. Entonces entra en el edificio y no tarda en salir con una lata metálica llena de sebo. Mete sus dedos como en cuchara y saca una porción que pega a una bota; se lleva la mitad de la grasa a la otra bota del par y comienza a extenderla. Acaba con un par y sigue con otro. Su mano, la que extiende el sebo, brilla al sol y parece hecha también de grasa. Ni siquiera desea que lo ayudes, no hace falta que te manches las manos. Luego sí, cuando todas estén engrasadas habrá que meterlas en el pequeño cuarto donde las guarda. Esa es la colaboración que pide, para evitar tener que hacer diez viajes de ida y vuelta.
Manu estuvo allí, conoce el ritual, también estuvo Nardo, que lo recuerda de igual modo, lo mismo que yo; Gonzalo también, pero además él aprendió del hermano que la mejor grasa para las botas es la de caballo y siguió yendo a pedirla a la carnicería donde la conseguía el hermano Ginés. Deduzco que iba turnándonos para no cansarnos demasiado, me invento quizá que buscaba darnos esa pequeñísima lección de cómo cuidar las cosas y recuerdo a la perfección esa mano suya, tan grande. Creo que verla moverse de forma rítmica sobre la bota hasta que el cuero absorbía la grasa me traía paz, pero puedo estar inventándolo y que esto sea una deducción de adulto, la sensación de algo bien hecho, de un orden lógico en las cosas. Luego pienso en las botas secando sobre el murete, bandas amarillas sobre cuero negro, y vuelve a mí la sensación de que ahí, en ese espacio ajardinado y silencioso a la espalda de las aulas, nada malo le puede currir al crío que soy.
Supongo que era en esos ratos cuando el hermano contaba alguna anécdota, casi siempre sucedida en Turón. Recuerdo el lugar porque un día apareció el turón (el hurón en estado salvaje) en el programa El hombre y la tierra de Félix Rodríguez de la Fuente y yo conté en casa, sorprendido, que así se llamaba el sitio donde había vivido el hermano Ginés. Hablaba de cosas de allí, pero no recuerdo nada, aunque lo importante para mí es recordar que él se acordaba, que esa persona a la que vi por última vez hace más de veinte años, cruzando el parque frente a mi casa con andares de soldado de plomo desconyuntado, camino del ambulatorio, conservaba montones de recuerdos de tiempos pasados que le hacían compañía, aunque nosotros –y quizá nadie– le preguntara por ellos.
Ando liado con este pensamiento sobre los recuerdos propios del hermano, cuando me llega un correo electrónico de Carlos Vega Zapico que adjunta fotografías muy importantes, entre otras una que jamás pensé ver. En ella aparece el hermano Ginés
como adulto joven, ya con sus gafas de cristales muy gruesos, todavía con algo de pelo aún sin blanquear. Esa foto me confirma que no nació como yo lo conocí, que también fue creciendo. Parece una tontería, pero con personas que conocimos en la infancia nos resulta casi increíble que una vez fueran niños, jóvenes, y a veces nos hace falta un testimonio gráfico para creerlo del todo. El resto de fotografías lo muestran ya de muy mayor. Las tomó Carlos Vega Zapico en 2010, en la última visita que miembros del Coro Minero le hicieron al hermano Ginés en la residencia Arcas Reales (Valladolid). Ahí se lo ve ya anciano, ayudándose de un bastón y sin sus sempiternas gafas. Pero la fotografía que me alcanza de lleno no lo hace porque lo muestre anciano o desgafado, sino por su expresión: es un primer plano, con el ábside de una iglesia de fondo, y en ella el hermano Ginés mira a cámara con sus ojos miopes casi cerrados, muy chiquitines, arrugando los labios en una sonrisa que entiendo –que siento– llena de alegría de vivir y de agradecimiento.
Ahora salto en el tiempo y veo esa misma fotografía sobre una mesita, queda iluminada por la luz de un casco. Es un día de noviembre de 2012, en el salón de actos del colegio La Salle de Turón, donde se celebra el homenaje póstumo que el Coro Minero le ha querido hacer a su fundador, el hermano Ginés. Se celebra una misa y luego esos hombrones del coro cantan La Xana, mientras se descubre una placa conmemorativa. Sonríe el hermano desde la fotografía como si le hiciera gracia, que supongo que sí que le hará.
Ante esa misma fotografía me gustaría a mí reunir a los que no le ofrecimos ningún título, ninguna tarde gloriosa, ningún homenaje. Ante su imagen risueña de hombre bueno, podríamos presentarle nuestros respetos quienes lo dejamos de visitar y no supimos luego encontrar un momento para preguntarle –con calma, no como una simple fórmula de cortesía– qué tal estaba, cómo le iba la vida. Los que nos buscamos la excusa de que, con aquellas gafas de culo de vaso, no nos conocería cuando nos acercáramos, después de tanto tiempo. Todos los que le oímos decir alguna vez aquello tan hermanoginesiano, tan eterno mientras sigamos nosotros por aquí:
¡Alabao, alabao, qué chico más mal hablao!
TITULARES DE PRENSA DEL VIERNES 22/11/2024
SANTORAL
Cecilia, Apfías, Filemón, Pragmacio y Rogerio.
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GÓMEZ GARCÍA, MIGUEL ÁNGEL (LAS ESTELAS) - Avda. de Cantabria, 2 (Hasta las 16 horas del sábado 23 de noviembre)
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21 noviembre 2024
TITULARES DE PRENSA DEL JUEVES 21/11/2024
SANTORAL
Presentación de Ntra.Sra., Félix de Valois, Clemente, Honorio, Esteban y Heliodoro.
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20 noviembre 2024
GOBIERNO Y AYUNTAMIENTO DE LOS CORRALES TRABAJARÁN EN LA MEJORA DE LAS INFRAESTRUCTURAS AGRARIAS
El Gobierno de Cantabria, a través de la Consejería de Desarrollo Rural, Ganadería, Pesca y Alimentación, se ha comprometido a estudiar la mejora de las infraestructuras agrarias en el municipio de Los Corrales de Buelna, con el objetivo de facilitar la actividad ganadera y agrícola de este Ayuntamiento, donde el sector primario continúa teniendo un peso importante entre las familias, que tradicional e históricamente han vivido de una economía mixta (sector primario y sector industrial).
La consejera, María Jesús Susinos, ha anunciado que su departamento va a estudiar las peticiones que le haga llegar el alcalde, porque “buscan mejorar la seguridad y el trabajo diario de los aproximadamente 200 ganaderos que están dados de alta con actividad en los 5 pueblos que conforman el Ayuntamiento de Los Corrales de Buelna: Los Corrales de Buelna, Barros, San Mateo, Somahoz y Coo y sus respectivos barrios”.
Así lo ha expuesto la consejera, María Jesús Susinos, tras mantener una reunión con el alcalde, Julio Arranz, quien, entre otras peticiones, ha solicitado la utilización de los medios propios de la Consejería (palas) para la reparación y adecuación de una serie de caminos rurales y pistas forestales.
Además, Arranz ha anunciado a la consejera que va a solicitar quemas controladas, solicitud que realizará en colaboración con los agentes del Medio Natural de la zona del Besaya (comarca 7).
La consejera, María Jesús Susinos, ha anunciado que su departamento va a estudiar las peticiones que le haga llegar el alcalde, porque “buscan mejorar la seguridad y el trabajo diario de los aproximadamente 200 ganaderos que están dados de alta con actividad en los 5 pueblos que conforman el Ayuntamiento de Los Corrales de Buelna: Los Corrales de Buelna, Barros, San Mateo, Somahoz y Coo y sus respectivos barrios”.
Así lo ha expuesto la consejera, María Jesús Susinos, tras mantener una reunión con el alcalde, Julio Arranz, quien, entre otras peticiones, ha solicitado la utilización de los medios propios de la Consejería (palas) para la reparación y adecuación de una serie de caminos rurales y pistas forestales.
Además, Arranz ha anunciado a la consejera que va a solicitar quemas controladas, solicitud que realizará en colaboración con los agentes del Medio Natural de la zona del Besaya (comarca 7).
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TITULARES DE PRENSA DEL MIÉRCOLES 20/11/2024
SANTORAL
Octavio, Félix de V., Edmundo, Adventor, Dasio, Benigno y Simplicio.
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19 noviembre 2024
TITULARES DE PRENSA DEL MARTES 19/11/2024
SANTORAL
Fausto, Feliciano, Crispín, Abdías, Rafael Kalinowskyi de San José, Azas y Inés de Asís.
FARMACIAS DE GUARDIA
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