08 diciembre 2006

DESENCANTO

Reproduzco aquí una carta remitida hace tiempo al Diario Montañés, firmada por Daniel Poyo Ruiz, en el que se aprecia el desencanto en que ha caído la ciudadanía, producto de la línea de actuación de nuestros políticos.
Dice así: Soy un ciudadano, ya entrado en la tercera edad, que recibí con esperanza la llegada de la democracia, pues creía que quienes aspiraban libremente a representar al pueblo en las distintas Instituciones elaborarían unos programas electorales cuyo objetivo prioritario sería resolver adecuadamente los problemas sociales, con el fin de mejorar el nivel de vida de todos y de cada uno de los ciudadanos. Que para conseguir tan noble fin tendrían un buen nivel de formación intelectual, ética y moral, y que dimitirían de sus cargos cuando cometieran graves errores en su ejercicio. Lamentablemente, la experiencia ha demostrado que mis creencias eran meras utopías, basta comprobar que hay políticos que persiguen a los ciudadanos que no comparten su ideario y les niegan el derecho a exponer públicamente sus opiniones e, incluso, a expresarse en castellano; que con frecuencia se escuchan intervenciones políticas en las que la falta de argumentos se suple con mentiras, sonrisas sarcásticas, incoherencias, tergiversaciones de la historia y de las leyes gramaticales, insultos y calumnias al adversario; que se marginan los graves problemas sociales: educación, vivienda, inmigración, paro, etc., frente al planteamiento prioritario de un regionalismo que crea graves problemas a nivel nacional; que se da gran protagonismo a grupos marginales que rechazan la Constitución, propician la desmembración de España, aunque estén ilegalizados; que se humilla a los ciudadanos que desean estar dignamente representados en todas y en cada una de las instituciones al nombrar representantes políticos que manipulan la información para tratar de engañarles, que no es óbice para acceder a tales cargos el haber cometido actos terroristas, que califican de pacifista el talante de ETA y de perturbadores a quienes desconfían de sus planteamientos. En fin, que, como dijo el señor Guerra, «a España ya no la conoce ni la madre que la parió», mucho menos su abuelo. ¿A dónde iremos a parar?

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