01 enero 2008

LOS CORRALES EN EL SIGLO XIX



Recibo, desde varias fuentes (hermanos Campuzano, Paulino, Angel) , este artículo atribuido a Pedro Antonio de Alarcón, que traslado aquí, por lo interesante del mismo. En él se relata la vida en nuestro pueblo, a finales del siglo XIX. Como podemos ver, cualquier parecido con la actualidad es pura coincidencia.
Como siempre, antes había cosas mejores que ahora y viceversa. Juzga tú mism@.


Estoy en el Valle de Buelna, a orillas del Besaya, en la jurisdicción de Los Corrales, en el corazón de las montañas de Santander.
Imagínate cien casas desparramadas sin concierto a lo largo del valle; es decir, imagínate entre casa y casa todo un prado y a veces dos o tres huertas con árboles frutales. He allí la Iglesia, sola en extenso campo, como un monasterio, y rodeada de castaños, nogales e higueras. Las Casas Consistoriales se levantan en remoto paraje pintoresco, donde ya parecía que la aldea había terminado. Aquella otra casa de campo que se ve a lo lejos es la Botica. Aquel cortijo, cercado de portales llenos de vacas, acaso será el Estanco….. Pero no extiendas más la vista que la casa inmediata pertenece ya a otro pueblo. ¿Qué te parecen estas poblaciones, a ti que estás acostumbrado a las apiñadas villas y aldeas andaluzas o castellanas? ¿No te parece mucho más propio para gozar de la vida campestre este caserío diseminado que aquel colmenar de tristes e insalubres casuchas donde se vive en forzada vecindad con la grosería, la estupidez y de desaseo?
Pues sigue oyendo la descripción de mi retiro… Si quieres cazar, a la puerta de tu casa tienes liebres y perdices; en el monte de la derecha, jabalíes, osos… (a los cuales preparamos una batida); en el monte de la izquierda corzos y venados, que ya han aparecido sobre mi mesa en varios guisos. Si optas por la pesca, el río te brinda anguilas, truchas y hasta exquisitos salmones. ¿Eres herborizador? Trepemos al monte de Caldas, y encontraremos plantas de todos los climas, incluso el te y el tabaco ¿Quieres flores? Paséate por el campo y la pródiga Naturaleza te dará mil variedades de rosas y mirtos silvestres, enredaderas, amapolas, lirios, madreselvas, violetas y jazmines. ¿Deseas frutos? Desde el delicado griñón, que no conoces, hasta la sabrosa pavía; desde la avellana hasta la pera de manteca y variadas manzanas, ciruelas riquísimas, uvas, membrillos, melocotones, nueces y castañas, todo lo hallarás. Porque aquí reinan a un mismo tiempo las cuatro estaciones según que subas o bajes, o que camines al Norte o al Mediodía. En ciertos sitios escarcha todas las noches; en otros hace calor. Arriba el viento seca y orea la tierra; abajo la humedecen constantes rocíos…
Pero la especialidad, la maravilla de este valle es la leche. Que tengas tisis o asma; que Madrid te halla secado la médula de los huesos… ¡nada te importe! Bebe leche por la mañana, al mediodía y a la noche, recién ordeñada como la toma el ternero, o trasnochada y cubierta de crema, cocida o cruda, líquida o en requesones. Mama a todas horas, te digo y te nutrirás, te refrescarás, sacudirás todas las ruindades madrileñas, y remudarás tu sangra, tu olor, tu vida, todo tu ser.
No creas que exagero: ¡Este es el Paraíso! Aquí no quema el sol, aquí no moja la lluvia… Es decir, aunque moja, no da reumas ni calambres. Ahora estamos en agosto, y salgo sin sombrero a las once del día a coger fruta o a matar gorriones, y se me da un tabardillo ni me duele siquiera la cabeza… Ayer he sufrido a pié quieto un aguacero de una hora, a la orilla del río, y no me ha baldado.
¡Oh, sí! La benignidad de este clima es asombroso. Todos los elementos pierden aquí su rigor y todas las bellezas del mundo ofrecen sus encantos… Porque nada falta, hasta puedes ver el mar, solo con subirte al próximo monte de Collado.
El día de San Roque he asistido a las fiestas de Somahoz y regaládome con la música y baile del país.
La música es una especie de jota menos bulliciosa que las de Aragón y de una melancolía infinita. Es baile se distingue por la seriedad y circunspección con que se mueven las parejas. No hay más instrumento que un pandero. La copla corre a cargo de una cantadora cuyo pulmón es infatigable
PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN (Año 1858. Viajes por España. De Madrid a Santander. Capítulo VI)

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