07 febrero 2009

PROFECIAS

Hubo un tiempo en que se dijo que la religión era el opio del pueblo. En España, con el paso del tiempo, esta función ha pasado de manos de la Iglesia Católica a los partidos políticos.
No tenemos nada más que ver las imágenes, que se nos ofrecen en televisión, de los asistentes a los mítines (rituales) de cualquiera de los partidos políticos. Armados con pancartas y tras repetir, corear y cantar constantemente las consignas hábilmente programadas por sus dirigentes (nuevos mesías), sus excitados rostros parecen alcanzar el éxtasis. En estos actos, mediante promesas -que luego no es necesario cumplir-, tratan de adoctrinar a sus dóciles correligionarios, para obtener el poder, anunciándolos el bienestar (cielo) si obtienen ellos ese poder y amenazándolos con desgracias eternas (infierno) si ese poder llega a caer en manos de cualquiera de los rivales.
Se llega al extremo de que los simpatizantes de cada partido político se comportan como adictos a sus líderes y asumen como bueno todo lo que el partido los dice (manda), sin analizar objetivamente lo propuesto, desestimando automáticamente todo lo proveniente de los otros grupos, aunque sea más adecuado, sensato y aconsejable que lo propuesto por su propio partido.
Total que así tenemos el desaguisado surrealista de las dos Españas, simbolizadas en los dos grandes bloques políticos PP y PSOE. En este contexto, no es de extrañar que los políticos se comporten como se comportan o hagan las manifestaciones que hacen, y sean aplaudidos histéricamente en sus mítines, ya que eso es lo que sus ardientes devotos esperan de ellos.
Con estos mimbres, sacan tajada otros partidos oportunistas, que aún siendo minoritarios, ofrecen sus caros servicios al ganador de los comicios, que se ve impotente para gobernar por si sólo. Y así nos va, ya que a estos no los preocupa el bienestar general de la sociedad, sino el sacar tajada para la prosperidad de su región, a costa de las otras regiones más necesitadas.
La solución a todo este panorama es difícil ya que habría que variar algunas cosas, como puedan ser la Ley Electoral, la financiación de los partidos, e incluso la Constitución y que los grandes partidos políticos llegasen a consensos en determinadas áreas de vital importancia nacional, que debieran ser intocables tales como la lucha antiterrorista o la cuestión nacionalista, etc.
¿Seremos capaces de afrontar este reto o vamos a seguir narcotizados, aplaudiendo fanática y sumisamente a nuestros líderes, como si lo estuviesen haciendo bien?
A. José Salas