02 junio 2010

EL EFECTO MARIPOSA

El carpintero metálico, tipo fornido y de brazos bronceados por las chispas que genera la soldadora eléctrica, se alegra de la medida que ha tomado su Presidente Zapatero.
El camarero autónomo, dueño de un bar de barrio, hombre sacrificado y eficiente en la ardua tarea de regentar su negocio, celebra que el Gobierno baje el sueldo de los funcionarios.
La dependienta de Zara, a quien el uniforme negro queda tan bien, aplaude los recortes que el Ejecutivo piensa llevar a cabo en las retribuciones de los empleados públicos, mientras menea el culito entre prendas y clientes.
El dueño del gimnasio de la esquina, joven emprendedor, tan aficionado al deporte, dice que ya era hora de que se metiera mano a esa panda de vagos y caraduras.
La cajera del supermercado -hartita de trabajar dentro y fuera de su casa- es de la misma opinión que el señor que en esos momentos está pagando, un jubilado de la Europapel que no aprueba que se congelen las pensiones pero sí que se disminuya el salario de los funcionarios.
Antonio el frutero, que se levanta todos los días a las cinco de la mañana para ir a la lonja, explica a la Rafi la de la papelería, mientras le pesa las manzanas fuji, que esto lo tenía que haber llevado a cabo el Gobierno hace mucho tiempo, que por culpa de lo que se ha venido gastando en todos esos parásitos no productivos que son los empleados públicos, nos vemos como nos vemos...
El funcionario regresa andando a su casa tratando calibrar cómo le va a afectar el recorte de su salario y de qué manera puede minimizar el impacto que el mismo va tener en su economía doméstica. Piensa que lo primero que va a desechar son los gastos inútiles; así, decide que el mes que viene no irá al gimnasio de la esquina: sale más barato correr en el parque y, además, es más sano. Los abdominales los hará en casa, con los pies metidos debajo de la cómoda.
Hace, asimismo, memoria de los polos y camisas que tiene en el armario y determina que tampoco necesita renovar el vestuario este verano. La pena es que no podrá recrearse en la visión de alguna que otra dependienta.
No piensa renunciar a la cervecita, pero en lugar de tomarla en el bar de barrio, se comprará unas latas, aunque no en el supermercado habitual, en el que las cajeras están hartitas de trabajar dentro y fuera de la casa y que es un par de céntimos más caro que el Dia.
También ha llegado a la determinación de comprar las verduras en una frutería más barata que la del Antonio el frutero. La calidad será menor pero, total, lo verde está malo de todos modos.
En cuanto a las reformas que necesita su casa, no tiene duda de que estas habrán de esperar a tiempos mejores, si es que llegan. De modo que nada de cambiar los cierres de aluminio...
Y así, el funcionario vuelve a casa, ignorante de lo que el preclaro y eficaz intelecto del Presidente de su Gobierno va a ayudarle a ahorrar.

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