17 julio 2012

EL DROMEDARIO

Paco nos manda este artículo de Alfonso Usía, que nos cuenta que en la calle de Toledo, centro de Madrid, una mujer mora de velo completo paró un taxi. El conductor del taxi amenizaba su soledad con música. La señora musulmana le exigió que apagara la radio. «Mi religión me prohíbe oír música occidental». El taxista, amablemente, le sugirió un poco de tolerancia y respeto, si bien bajó el volumen de la radio para aliviar el pecado de la mora. Pero ella no dio su brazo a torcer. «En tiempos del Profeta no existía la radio ni estas músicas pecaminosas, y usted está obligado a complacer a sus clientes».
El taxista apagó el aparato de radio y la dama islámica sosegó el ímpetu de su particular guerra contra el infiel. Pero el taxista, lógicamente, estaba mosqueado. Así que, aprovechando un semáforo en rojo, descendió del taxi, rodeó el vehículo, abrió la puerta derecha trasera e invitó a la medieval mujer a abandonar el coche de servicio público con estas palabras. «En tiempos del Profeta tampoco había taxis. Así que busque un dromedario para que le lleve a su destino». La soliviantada musulmana amenazó con una denuncia. Y cumplió la amenaza. Hoy, el taxista está expedientado por «falta de atención a un cliente».
Nada tengo contra los inmigrantes árabes o magrebíes. Pero sí con los que llegan a una España que los acoge para que ellos correspondan la cortesía con la grosera imposición de sus costumbres, de sus creencias y de sus normas de la Edad Media. Si esta señora le hubiera dicho al taxista que apagara la radio porque le dolía la cabeza, o se sentía mal, o simplemente porque no deseaba oír música durante el trayecto, el taxista la habría apagado inmediatamente. Pero no. Llegan a una casa ajena y en lugar de agradecer la hospitalidad, se lían a bofetadas con su anfitrión.
En un colegio público de Tarragona los niños musulmanes han prohibido a los colegiales españoles los bocadillos de jamón, chorizo o salchichón en los recreos. Y los responsables del colegio han valorado más la imposición de los niños musulmanes que la libertad de los españoles para llevar de su casa los bocadillos que se les antoje. Cualquier día nos van a poner a todos mirando a La Meca. La intolerancia del Medievo en la civilización occidental del siglo XXI sale siempre triunfante, por su violencia y su exclusión. Los cristianos no matan, y el humanismo cristiano es el fundamental sostén intelectual, artístico y social de la civilización occidental. El taxista, sin saberlo, ha representado a esa civilización avanzada y agredida. No respondió con violencia. Se limitó a recomendar a quien le había violentado que buscara un dromedario, como en los tiempos del Profeta. [ver completo el artículo de La Razón]

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