Gano menos que hace cinco años, mi mujer está en paro, tengo dos hijos a punto de entrar en la universidad y una hipoteca por un piso que vale menos que cuando lo compré. ¡Que nadie se asuste! No es un anuncio para pedir limosna, solo soy un español normal y corriente. Sin embargo tengo los años suficientes como para haber conocido tiempos peores y acordarme de cómo eran las cosas antes de que nos creyésemos ricos. Teníamos poco. Mi ropa cabía en un pequeño armario de no más de un metro de ancho. Y como muchos de mi generación estudié la carrera por la noche; por el día descargaba camiones, cosía zapatillas o barría fábricas, lo que fuera con tal de salir adelante. Pero estas estrecheces no nos impedían ser gente optimista, generosa y alegre. Ahora, a pesar de tener mucho más, incluso en plena crisis, nos hemos vuelto tristes, codiciosos y huraños. El domingo, mientras paseaba por el parque, observé una escena que me hizo transportarme a esa época. Un grupo de gente tocando la guitarra, cantando y riendo. ¿Pueden creerlo? Eran inmigrantes sudamericanos. Seguramente tenían menos que yo, pero parecían más felices. ¡Así éramos antes!
Hay una cosa que no suelo ver tener en cuenta, a la hora de valorar el estado de ánimo de la gente, y son las expectativas. Las expectativas, lo que esperamos, lo que creyendo ser realistas creemos que es probable que nos pase, tienen mucho poder en la conformación de nuestro estado de ánimo. Freud habló de la influencia del pasado en la psique, y su punto de vista ha tenido mucha influencia, pero se ha resaltado poco el poder de la anticipación del futuro en lo que sentimos, lo que pensamos, lo que hacemos, lo que emprendemos. Y las expectativas, en los años sesenta, eran en general mucho mejores (no sólo a nivel nacional, y tanto para los de derechas como para los de izquierdas, a nivel mundial también, o al menos a nivel occidental) que las que tenemos ahora. Y están, en relación con esto, las expectativas que los padres proyectan en los hijos, las que los hijos ven que albergan los padres para ellos, en su corazón. Las expectativas que nuestros padres tenían para nosotros, no tienen nada que ver con las que los padres de ahora tienen para sus hijos. Eso, se acaba notando. Como dijo alguien (y es el título de un libro escrito por Felipe González y Juan Manuel Cebrián), "El futuro no es lo que era".
ResponderEliminar