Carlos nos comenta que en cierta ciudad había dos pescadores, hermanos gemelos, uno soltero y el otro casado.
El soltero tenía una lancha de pesca, ya vieja, que era la herramienta con la que lograba su sustento.
Un día, muere la esposa del hermano casado y, como las desgracias no vienen solas, la lancha del hermano soltero se va al fondo del mar.
Una viejecita del pueblo, curiosa, va a darle el pésame al viudo.
Pero confunde a los gemelos y se dirige al que ha perdido la lancha.
- Recién me enteré.
¡Qué pérdida enorme! Debe ser terrible para ti.
- Sí, estoy destrozado, pero es preciso enfrentar la realidad.
Debo reconocer que estaba ya vieja. La rajadura de adelante estaba tan grande que ya no había con qué llenarla y el agujero de atrás se agrandaba más cada vez que la usaba.
Además estaba deformada al medio y no se le podía quitar el olor a pescado.
La parte de atrás estaba bastante caída y las curvas de adelante casi habían desaparecido.
Pero yo me siento culpable porque se la prestaba a cuatro amigos para que se divirtieran; les pedí que la usaran con cuidado, pero se montaron los cuatro a la vez y ella no aguantó.
Me consta que la anciana todavía no ha salido del shock.
MORALEJA: ¡Antes de dar un pésame, indaga bien con quién estás hablando...!
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