Toño quiere compartir con nosotros esta, que él denomina, clara y serena reflexión:
Tal vez sería más exacto escribir “embriaguez”, pues a esta la define el DRAE cómo “enajenamiento del ánimo” y así nos encontramos todos los españoles –salvo muy contadas y honrosas excepciones– desde la fecha en que el Jefe del Estado, y Generalísimo de los Ejércitos, Don Francisco Franco Bahamonde, entregó su alma al Señor. Si, cómo algunos pensaban, el finado era el causante de todos nuestros males, todo serían bienes a partir de entonces. Los españoles no sólo seríamos “justos y benéficos”, como proclamaba la Constitución de 1812, sino que seríamos también prósperos, sabios, sanos, ricos y felices. Y todo ello ¡gratis!
Ahora, al bajar la marea, llega la resaca, y nos cuesta comprender que no hay nada gratis. Cuando alguien disfruta de un bien es porque otro lo ha pagado. Y el que no lo paga no lo valora, lo malbarata, lo derrocha. La España que teníamos en 1975 la habían pagado nuestros padres y nuestros abuelos. Y muy cara, por cierto, y ellos la apreciaban en lo que valía, con sus defectos y sus virtudes, que también las tenía.
Pensar que un solo hombre puede modelar una nación es una quimera. La España que bajó el telón en 1975 la habían hecho entre todos los españoles, a tuertas y derechas. Cómo hicieron la de 1936, y la de 1931, y la del 2 de Mayo de 1808, y la del 12 de Octubre de 1492, y todas y cada una de las Españas que se han ido sucediendo a lo largo de los siglos. Las hicieron nuestros antepasados, los españoles de la grandeza y la miseria, el heroísmo y la cobardía, la lealtad y la traición, héroes y villanos.
Como todos los pueblos, pero yendo siempre un poco más allá, hacia lo alto y hacia lo hondo, hacia la grandeza y hacia la miseria. Entre todos hicieron este pueblo en el que es más peligroso ser Presidente del Gobierno que matador de toros. Hicieron España, entregando su vida, Prim, Cánovas, Canalejas, Dato, Carrero Blanco (cinco Presidentes del Gobierno)…y, con ellos, tantos españoles heroicos cuyos nombres no pasaron a la historia; y la hicieron también sus asesinos, unos para el bien y otros para el mal, el anverso y el reverso de esta moneda que se llama hombre. E igualmente la hicieron todas aquellas personas de corazón limpio que celebraban los triunfos y lloraban las tragedias mientras realizaban su tarea diaria, anónima y callada. La fiel infantería.
Ahora nos toca a nosotros, a los españoles que a partir de 1975 nos emborrachamos de libertad mal entendida y, en nuestra torpe embriaguez, hicimos una tómbola, y sorteamos pedazos de España. A todos les tocó una autonomía, hasta aquellos que no habían comprado billete (en mi tierra, Galicia, sólo votó el 19% del censo, el 11% SÍ y el 8 % NO) “Café para todos” –se dijo entonces– cuando lo que convenía era servir tila, sosegar a los impacientes, calmar a los ambiciosos, y convocar oposiciones para asegurarnos de que ningún cargo público estaría ocupado por un analfabeto funcional. Se propagó la especie de que todos valíamos para todo y así podía ser Ministro del Gobierno de España un personaje que no había cursado la Segunda Enseñanza y alcalde de su pueblo el repartidor de Butano –con todos mis respetos para tan digno menester, el de repartidor.
Y surgieron de la nada diecisiete reinos de taifas con sus respectivas cortes, el correspondiente boato, sus representaciones en el extranjero, y el maná en forma de asesorías, observatorios, subvenciones y privilegios.
Como botón de muestra nos fijaremos en la noble institución del aforamiento, arcaica, pero justificada en contados casos. Las personas aforadas gozan de un privilegio en virtud del cual no están incluidas en el Art. 14 de la Constitución y, en consecuencia, no son iguales que el resto de los españoles ante la ley.
Miremos hacia fuera. En Francia están aforados el Presidente de la República y los miembros del Gobierno; en Italia el Presidente de la República; en Portugal, el Presidente de la República; en Alemania, nadie; en el Reino Unido, nadie; en los EEUU, nadie; en nuestro Estado de las Autonomías están aforadas ¡más de diez mil personas¡ (según datos de los catedráticos Sres. Esparza y Gómez Colomer).
¿Ycuantos “embajadores” con su correspondiente séquito han dispersado por el mundo nuestros entes autonómicos?
“Que en la diestra y la siniestra tienes tú dos agujeros por donde se va a los mares el río de mis dineros…” podríamos cantar a coro los españoles.
Tal vez todo parte de la peregrina teoría económica de que “el dinero público no es de nadie”, proclamada por una Señora Ministra en esta tierra del Buscón y el Lazarillo de Tormes, oído lo cual, y al grito de ¡tonto el que no corra!, nos lanzamos a una orgía de apaño y derroche que fue el pasmo de Europa.
Apañaron más los que más corrían, cómo es de razón, y un Ministro afirmó que España era el país en el que uno podía hacerse más rico en menos tiempo (lo sabía por experiencia propia, naturalmente).
La Ley de Cajas de Ahorros, de 1985, fue el “ábrete sésamo” que permitió a políticos y sindicalistas entrar a saco en la cueva del tesoro y conseguir que del dinero acumulado en cien años de buena gestión no quedara más que el polvo.
Son un clamor las críticas de todos los españoles hacia nuestros dirigentes, con preferencia cuando gobierna la derecha pues la izquierda es más complaciente con los suyos. Los que nutren, ahora, las algaradas callejeras parecen haber olvidado que los promotores del “desahucio exprés” y el invento de “las preferentes” fueron obra de otros ministros de gobiernos “progresistas” pero la memoria es flaca y aquella era todavía una época de vino y rosas.
Pero a lo que iba, estamos decepcionados con el comportamiento de nuestros políticos, pero los políticos no caen de los árboles, salen de nuestras filas, estuvieron sentados junto a nosotros en los pupitres del colegio, los políticos somos nosotros mismos en unas circunstancias distintas. Mientras a los niños españoles no se les grabe en su tierno cerebro que copiar en los exámenes es una falta punible y que el castigo es la expulsión del colegio todos seremos un remedo, más o menos fidedigno, de Guzmán de Alfarache.
Ahora bien, la responsabilidad es directamente proporcional a la autoridad; no reviste la misma gravedad la corruptela de un guardia municipal que la del Ministro del Interior, la de un secretario de juzgado que la del Presidente del Tribunal Constitucional, o la de un obrero que la del Secretario General de su Sindicato. A mayor honra mayor deshonor. Y hasta para ser ladrón hay que tener clase; no es lo mismo asaltar el tren de Glasgow que robar el dinero a los parados andaluces.
Ahora llegó el despertar y con él la resaca, no podemos abominar del que tarda en traernos la aspirina sino del que nos sirvió el whisky de garrafa. Somos pobres. España es un país pobre. Importamos a un precio muy alto cerca del 90% de la energía que consumimos. Cuando el primer gobierno socialista decretó el parón nuclear cerró a nuestra nación la puerta de entrada al Siglo XXI. Francia tiene 59 centrales nucleares, España 6, incluyendo Sta. María de Garoña que está a punto de cesar su actividad. Pagando la energía a mayor precio que otras naciones de Europa no podemos competir en la producción industrial salvo bajando los salarios. Podemos vender turismo, productos agrícolas, arte e ingenio. La inteligencia se cotiza muy alto, y no nos falta, pero hay que cultivarla, como los tomates. Y se cultiva en las Universidades y las Escuelas Especiales, pero hay que promover el esfuerzo y la excelencia: si la Universidad no es selectiva no es Universidad (esto lo oí de labios de don Severo Ochoa). El arte y la ciencia son muy exigentes –el día que todos los maletillas toreen en la Maestranza, se acabó la Fiesta–. Las becas no son una obra de caridad son una inversión. Y en cuanto al derecho de todos los jóvenes españoles a tener estudios superiores ya se lo respetamos pagándoles el 75 % de sus estudios, incluso a los que tardan diez años en cursar una carrera de cinco –y presiden luego una Autonomía- o inician tres carreras y no terminan ninguna, pero triunfan en la política.
Lo importante es la calidad, no la cantidad. Una universidad no son, simplemente, magníficos edificios en medio de un bucólico paisaje, una universidad es, en esencia, un grupo de hombres de ciencia con vocación de enseñanza rodeados de estudiantes ávidos de aprender. Nos faltan alumnos y catedráticos con afán de superación y nos sobran universidades, y Sindicatos de Estudiantes que cobran cuantiosas subvenciones, y cuyo Secretario General, que ronda los treinta años, debía haber abandonado las aulas hace tiempo. En España hay 79 universidades, y ninguna de ellas figura entre las doscientas mejores del mundo; en California hay 10, y tres de ellas entre las seis primeras. De igual forma, un aeropuerto no es una pista muy larga y un par de radio-ayudas; un aeropuerto son aviones aterrizando y despegando, son pasajeros y mercancías en tránsito. Y una estación es un lugar donde paran los trenes y suben y bajan viajeros. Pero se construyeron aeropuertos donde no aterrizan aviones y estaciones del AVE en las que nunca ha parado un tren.
¿Para qué están los estudios de rentabilidad? El construir obras públicas no siempre es beneficioso para un país, lo es cuando van a ser rentables aunque sea a medio y largo plazo, de no ser así es pan para hoy y hambre para mañana, salvo para algunos que se comen el pastel. El célebre “Plan E” fue una idea digna de los Hermanos Marx que para que anduviera el tren quemaban los vagones… ¡más madera!
Yo no diría ¡indignaos! como Hessel, diría ¡despertaos!, no escuchéis a los demagogos que, cómo dijo Ortega, son los demoledores de las civilizaciones.
Saldremos adelante con esfuerzo y trabajo, y recuperando lo que perdimos en una revuelta del largo camino hacia la Democracia: la decencia.
Ignacio Martínez Eiroa
Teniente General del Aire