Cuenta la leyenda que en las vastas regiones de la fría Siberia un poderoso monstruo invisible se dedicaba a aplastar y destrozar los vagones vacíos en los que se transportaba el gas y petróleo hasta las zonas de comercialización. Actuaba por las noches y era tan silencioso que nadie se enteraba de su presencia ni cómo conseguía reducir a un amasijo de hierros unos tanques tan grandes y gruesos. La respuesta era más sencilla de lo que nadie creía.
Lo que ocurría en estos casos es que los vagones se limpiaban con agua caliente a mucha presión y algunos (los que acababan dañados) se cerraban justo al terminar. Estos vagones son extremadamente herméticos y no dejan escapar nada que haya en su interior. De esta forma al bajar la temperatura por la noche hasta varias decenas por debajo de 0ºC el vapor de agua en su interior se contraía y congelaba ocupando mucho menos espacio y provocando un vacío muy grande en el interior del vagón.
A partir de ahí solo queda esperar a que la presión dentro baje lo suficiente como para que la presión de la atmósfera comprima y aplaste el vagón de acero como si fuera un trozo de papel. Por increíble que parezca, esa es la misma presión que soportamos todos los días, aunque como nuestro cuerpo también se encuentra a esa presión, no notamos ninguna fuerza.
La primera demostración de la fuerza de la presión atmosférica se realizó en el siglo XVII en Magdeburgo. En esta ciudad el científico (y también alcalde de la ciudad) Otto von Guericke diseñó una esfera en la que hizo el vacío y a la que ató 30 caballos. Una vez estuvo todo preparado puso a tirar a los caballos en direcciones opuestas (15 por cada lado) para intentar separar la esfera; pero no hubo forma.
Pero lo mejor de todo este asunto es que nosotros mismos podemos hacerlo en casa sin problemas ni peligros. Lo único que necesitamos es una tetera (o similar) y una lata metálica de refresco vacía. Lo primero que haremos será llenar una palangana (o la fregadera) con agua bien fría y poner a calentar la tetera con algo de agua. Cuando veamos que el agua de la tetera empieza a hervir podemos pasar al siguiente paso.
Cogemos nuestra lata de refresco con unos guantes de horno para no quemarnos y la ponemos boca abajo sobre la tetera de tal forma que el vapor de agua que sale de ella entre directamente en nuestra lata. Tras aproximadamente un minuto movemos la lata y la colocamos boca abajo sobre el agua fría sumergiéndola un poco para evitar que salga el aire.
Casi instantáneamente la lata implosionará sin hacernos daño, pero sorprendiendo a todo aquél que no lo haya visto antes. Muy recomendable para jugar con los niños. Alternativamente también se puede calentar la lata directamente en el fuego, pero eso entraña más riesgos y es menos recomendable.
Resulta increíble pensar la presión que nos rodea; pero más increíble resulta pensar en que esa misma presión la ejercemos nosotros sobre la propia atmósfera de forma que no notamos nada.