A principios del siglo XXI, en España nada era imposible. No había obra demasiado grande ni compleja. En 2006, en el cénit del boom de la construcción, se levantaron en España más viviendas que en Alemania, Francia y Gran Bretaña juntas. Teníamos la red de autopistas más larga de Europa, el doble de aeropuertos comerciales que Alemania, y la segunda red ferroviaria de alta velocidad más larga del mundo. El crecimiento económico parecía no tener límites, España era la nueva tierra prometida. El mundo asistía asombrado al “milagro español”.
Para cuando España aterrizó en la realidad en 2007, su superficie urbanizada se había incrementado en un 52% en apenas 18 años, y su paisaje había quedado mancillado por una plaga de infraestructuras desiertas. Aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches, hospitales sin pacientes... Por no hablar de los dos millones de viviendas vacías a las que nadie se quería mudar. Todo ello construido con el dinero de las generaciones venideras.
Lo que una vez había sido construido con orgullo como símbolo de la “Marca España” se convirtió de repente en la vergonzosa evidencia de un sistema de mala planificación, inversiones injustificables y corrupción. Un sistema que ha sumergido al país en la peor crisis económica desde el fin de la dictadura.
Desde 2008, España ha sido el mayor receptor de préstamos del Banco Europeo de Inversiones, recibiendo más de 68.000 millones de euros, más de la mitad de los cuales han sido invertidos en nuevas infraestructuras. Así, nuevos megaproyectos están siendo planeados a lo largo y ancho del territorio y la red de autopistas y de alta velocidad ferroviaria siguen expandiéndose, aunque a otro ritmo menos frenético. Este es un muestrario de las consecuencias que ha tenido convertir la construcción desaforada en el motor de la economía.
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Fuente: eldiario.es
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