01 octubre 2017

UN NIÑO ME MIRA

El viejo que uno empieza a ser, el jubilado que está siendo, ese ser socialmente cuasi apartado, aparcado y fuera de circulación, se va diluyendo. Va desapareciendo. Se esfuma cual bocanada de humo negro que el viento empuja y desordena. No es un lamento, sino una constatación sin ambages de que uno nota que pierde consistencia. Su perfil humano se desdibuja, se vuelve casi transparente. De la irrelevancia a la insignificancia en viacrucis silencioso. Cuando pensar en la muerte no es cosa de depresivos ni de gafes. Mientras, en paralelo, la vida transcurre con pretensión de serenidad y aceptación. Y de pronto, en ese marasmo de la identidad, endeble, socavada, surge el revulsivo inesperado de la presencia de una criatura, un niño pequeño que, a saber por qué, fija en mí la mirada. ¡Ay, Dios! qué poderío en sus ojos. Me mira, sí, con ojos nuevos, limpios, de una intensidad que sobrecoge. Me mira interrogándome, buscándome. Los niños son el alma de la vida, la razón de vivir. De hecho, ese niño adorable –acaso ni sepa aún su nombre- me acaba de rescatar de los márgenes de una existencia que ya se me hace incierta. Mirada vivaz la suya, tan presente y ardiente que me vuelve a constituir.
Carmelo Carrascal Aguirre en XLSemanal

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