Por estas fechas las ciudades aparecen engalanadas con múltiples bombillas que proporcionan una impresionante luminosidad, llegando en ocasiones a competir entre ellas para ver cuál es la más iluminada, tal como nos han mostrado los distintos medios de información.
Todos los años por estas fechas Laura y yo vamos a Madrid a buscar a nuestro hijo, que vive allí, para que pase con nosotros estas entrañables fiestas y hemos podido comprobar que esa iluminación no es igual para todos sus habitantes, porque los hay que viven en la más absoluta oscuridad.
Durante nuestra estancia en la capital obtuve esta imagen a las 11 de la mañana, en plena Gran Vía, esquina con calle Montera, donde podrás ver a 3 personas durmiendo en colchones en plena calle.
Si la situación a esa hora es la que se aprecia en la fotografía, imagínate cómo estará la porticada Plaza Mayor por la noche, donde malviven sobre cartones y colchones viejos, inmigrantes, mendigos sin techo… de distinta raza y condición, entre artistas callejeros, perroflautas, manteros y visitantes de los múltiples puestos allí establecidos, dando una triste imagen de ciudad, donde solamente faltaba que las vacas fuesen sagradas y campasen por todos lados, para dar una esperpéntica impresión tercermundista.
Menos mal que nuestras autoridades, siempre sensibles a las necesidades del pueblo, se han puesto manos a la obra para tratar de solucionar los problemas de la ciudadanía. Lo primero que ha hecho ha sido cambiar los paneles de algunos semáforos, sustituyendo la imagen unisex que hubo toda la vida, por otras en las que los que aparecen en las mismas tienen faldas. Lo hacen precisamente ahora que paradójicamente no hace falta, ya que la mayor parte de las mujeres, excepto cuando hace viento, usan pantalones, pero un guiño al subvencionado feminismo nunca está de más, que los votos suyos tienen mucha importancia.
Tal esfuerzo por parte de nuestras autoridades merece una recompensa. Para ello se ha dispuesto que, en los escasos momentos de descanso que tienen, en los que suelen acudir a la cafetería, tengan unos precios (que verás mejor si pulsas sobre la imagen), que los permitan reponer fuerzas a un coste asequible, para que puedan posteriormente continuar con su importante labor social.
Visto lo visto, he llegado a la conclusión de que ¡¡TENEMOS LO QUE NOS MERECEMOS…!!
¡ Así es, amigo Jose, DE VERGUENZA !
ResponderEliminarNota: Pensé, a primera vista, que esa carta de precios tan bajos... correspondía a algún Hogar del Refugiado o de Cáritas ... y ¡COÑO, ES DE LA CAFETERÍA DEL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS!... donde Rufianes, Golpistas y Etarras y otras sectas... están apesebrados, mientras destrozan la España próspera que Franco dejó y que PENSÁBAMOS que la Democracia haría aún más fuerte y unida...
En efecto,... las calles están plagadas de "Sin Techo" y de inmigrantes ilegales "a su bola"; España se rompe, mientras la economía se va al garete (como es habitual con el PSOE en el Gobierno)... y todo ello, mientras el Dr.CF/PSOE negocia con delincuentes en la Cárcel, etarras y comunistas bolivarianos... para seguir quemando queroseno en "SU" Falcon...
¡¡¡ ASÍ ES, TENEMOS LO QUE NOS MERECEMOS... POR LO TANTO, RUEGO AL NIÑO DEL PORTAL DE BELÉN QUE NOS DEVUELVA AL ABU FRANCO, PARA QUE NOS ARREGLE ESTE DESASTRE... no veo otra solución, visto el dramático y esperpéntico panorama !!!
Sí, en el congreso las consumiciones están subvencionadas, ¿no lo sabíais? La pasta es lo primero...
ResponderEliminarEn Singapur, país donde apenas hay corrupción, los sueldos de los políticos son muy altos, para que no tengan tentaciones de robar. Allí esa política da resultado, es una práctica que cae en una sociedad con una mentalidad que lo hace posible. Aquí, das un sueldazo a un político y todavía querrá más.
Mandé a mis alumnos una redacción sobre el civismo, y sólo una alumna -procedente de los países del Este- mencionó la palabra "vergüenza"; y es que aquí lo que le da vergüenza a la gente es precisamente tener vergüenza; les suena a desfasado. En todo caso vergüenza les puede dar que les vean calzando unas playeras no lo suficientemente caras, no lo suficientemente nuevas...
Pero esto estaba ya antaño. Recuerdo una catequesis con Don Miguel en la parroquia de San Vicente Mártir (tendría yo siete años), sesión al final de la cual preguntó el cura a los niños, como conclusión: "Entonces ¿cómo quiere Dios que vengamos a la iglesia?". Un crío inmediatamente levantó la mano. Me extrañó la pronta respuesta, pensé "qué listo" porque yo no la tenía tan clara. Y dijo el chiquillo: "Que vengamos bien vestidos!".
Desde entonces, sé con qué gente lidio.