Un caballero cristiano
en el Altar da por bueno
poner su cota de malla,
para ir a la batalla
contra el infiel
sarraceno.
Pasa la noche
velando
en total
recogimiento,
a la luz de
palmatorias,
saboreando
las glorias
de los
futuros momentos.
Es la tercera
cruzada,
que va contra
Saladino
que entró en
Jerusalén.
Y hay que
buscar el camino
donde la Cruz
sea un Amén.
Él es un hijo
segundón,
sin título ni
fortuna,
con ambición
desmedida
y ve en esta
partida
una ocasión
cual ninguna.
Es la Europa
Medieval,
un entorno enconado
por soberbias
monarquías,
que
argumentan tropelías
con la bula
del Papado
Con la Cruz
de Los Templarios,
el pendón de
su linaje
y su espada
retadora,
ve colmado su
bagaje
en hora tan
redentora.
Sin más rémoras ya parte
desde el puerto de
Marsella,
donde un velero se mece
cuando la tarde decrece
y resurgen las
estrellas.
La decisión
es tajante,
ir a tierras
musulmanas
si el tiempo
da bendición,
después
vendrá la ocasión
para sus
gestas ufanas.
La meta… es
Jerusalén,
el deseo… la
invasión
y el
reparto del botín.
Y dejar allí
patente
la valía de
un valiente
y el orgullo
de un blasón.
Un viaje sin
incidencias,
ya desembarca
en Argel
con un sol
que hace estrías,
de ahí a
Alejandría
en
alborotador tropel.
Después de muchas
jornadas
por terrenos agobiantes
donde se ceba el desdén,
al fin ya tiene
delante
al arcano Jerusalén.
Al Maestro de la Orden
presenta sus
credenciales
de forma
ceremoniosa,
mientras
suenan atabales
de una horda
belicosa.
Ya cercena el
alfanje
y la espada
despedaza,
brota la
sangre a raudales,
que va
dejando señales
de la
crueldad entre razas.
De las
almenas del moro,
cien saetas
refulgentes
llevan dolor
y caída,
al azar e
indiferentes,
cambiando
muerte por vida.
El asedio es
contumaz,
con escalas,
con arietes,
con ímpetu
arrollador,
con los
gritos y el horror
de un
belicoso sainete.
Sangre,
muerte y cieno
entre odios
sempiternos
con sus
dioses por pantalla,
que sólo
miran y callan
y lo bendice
el Infierno.
La noche
entera es fragor
que se une
con el alba
cuando el
combate declina,
donde el
vencido se inclina
y el ganador
cabalga.
Hoy, ya
pasados muchos años,
para mal o
para bien,
entre muertes
y entre líos
de episodios
tan mundanos,
pues que el
gran Jerusalén
no es de
moros, ni cristianos…
pertenece a
los judíos.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario