25 diciembre 2020

EL CONFINAMIENTO DE DON QUIJOTE Y SANCHO

Nos ha tocado vivir tiempos convulsos, amigo Sancho. Como bien sabes, hay magos y encantadores bellacos, crueles, malandrines y malintencionados que hacen cosas que parecen exceder a lo ordinario de la naturaleza y han extendido un mal, al que algunos llaman pandemia, que está afectando a estas tierras. No debes atribularte por esta villanía, ya que no por ello dejan de ser tiempos menos importantes que los normales, y sí de mayor prevención y recogimiento. 
Como para remediar estas desdichas no valen los bienes de la fortuna, conviene en estos casos tomar severas precauciones en lo corporal y en lo espiritual, ya que lo mejor para una salud es que ambas cabalguen juntas. Retirémonos durante una temporada del trato con mortales que pudieran emponzoñarnos y trocar nuestra salud, porque lo más aconsejable, según Amadís de Gaula y los libros de caballería, es hacer antesala para que el mal extendido agote sus fuerzas y, para ello, lo mejor es esperar, porque el tiempo pone las cosas en su lugar y suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades. 
Veo en lontananza un convento, donde los religiosos que en él moran pasan las horas pidiendo al cielo el bien de la tierra, con paz, sosiego y penitencia. Como no puede impedirse el viento, hay que saber construir molinos y confío que nos den refugio, porque lo más prudente ahora es que nos retiremos en cuarentena, y en él podremos hallar los necesarios momentos de solaz y reposo, que nos ayuden a sobreponernos de ésta difícil situación. 
No me asuste mi señor, porque harto difícil es que tan bravo caballero como vos muestre preocupación y se esconda en un monasterio de una señora, por mucho Pandemia que se llame. Pero si allí nos dan debido sustento a nosotros y a nuestras monturas, todo el tiempo que tengamos que pasar lo daré por bueno, si se dan esas circunstancias que vuesa merced pregona. 
No es temor amigo Sancho, y mucho menos señora lo que temo, sino que es la prudencia la que dicta situaciones que a veces los que no sois caballeros andantes no llegáis a apreciar, hasta el extremo de confundir la maldad con una dama, cuando la experiencia me dice todo lo contrario, ya que en ellas suelen encontrar paz, sosiego y amor los caballeros andantes. 
En este obligado confinamiento quiero aprovechar la ocasión, amigo Sancho, para darte los consejos oportunos para cuando gobiernes la Ínsula de Barataria por si aconteciese algo similar, para que tomes las medidas oportunas y justas que menos dolor causen entre tus súbditos. 
Quiero hacerte saber que muchos son los que pretenden perpetuarse en el gobierno, sin tener en cuenta que es más prudente ser honesto y fiel a los principios de caballería, que doblegarse a los placeres del poder, por muy lisonjeros que estos sean. 
Todo caballero andante debe tener la prudencia, cuando desconoce una situación, de saber rodearse de quienes sean doctos en la materia. Así de los consejos de estos emanarán las directrices adecuadas para afrontar cualquier situación, por peligrosa que pareciera. 
Es momento ahora de extremar la urbanidad, sobre todo en lo referente al aseo personal, lavando las manos reiteradas veces, evitando así contaminaciones, porque cuán fácil es para los encantadores mudar las cosas, haciendo lo hermoso feo y tornar al primer envite la salud en enfermedad. 
Es prudente, cuando estés en presencia de otros caballeros, nobles o villanos, el usar el embozo de la capa para cubrir la cara. No por esquivar ser reconocido, sino para evitar que el posible mal, que pudiera estar en el interior de nuestro prójimo, pudiera mudarse a través de su resuello trasladándose e invadiendo la intimidad del nuestro, por entender que pudiera hallar en él mejor cobijo. 
Es menester permanecer en esta novedosa aventura el tiempo necesario para que me venga a la memoria un mejunje o bálsamo de Fierabrás, que con una sola gota servirá remedio a este mal y nos ahorrará tiempo y medicinas. 
¿Qué bálsamo dice mi señor que tan grandes remedios procura? , dijo Sancho Panza sorprendido. 
Se trata de una pócima, cuya receta tengo en la memoria, y cuyos componentes naturales abundan por estas tierras, que tengo intención de preparar. Es necesario hacerlo con mesura porque lleva, como todos los grandes remedios, una cocción lenta y un reposo apropiado, para que sus virtudes prosperen. Conocerás sus milagrosos remedios que llegan más allá de lo que el conocimiento humano abarca. 
Es mi deseo, amigo Sancho, hacer llegar una parte de ella a mi señora Dulcinea, así como proveer de la misma al mayor número posible de mortales, para mitigar esta batalla de batallas, que hace mella en señores, caballeros, escuderos, labradores, eclesiásticos, villanos, niños y hasta damas. Batalla digo, no me retracto en ello, y de las más peligrosas. Sabrás que en todos los libros de caballería se hace mención que las más dolorosas derrotas han venido de aquellos enfrentamientos con un ejército desconocido que, sin ruido de sables, causa bajas silenciosas. 
Lo más indignante de esta dispar lucha es el desamparo a que quedan sometidos aquellos que por sus años nos aportan su sabiduría y consejos, ya que son ellos los más perjudicados, al flaquearlos las fuerzas en este desigual combate. 
Es por estos dolorosos motivos por los que tengo intención de proveer a quien me lo solicite una dosis del bálsamo que mitigue sus sufrimientos, porque más vale un toma que dos te daré y hacer el bien no cansa ni fatiga, sino que fortalece el corazón más exhausto y decaído. 
Gran generosidad muestra mi señor y las generaciones venideras sabrán reconocer su esfuerzo. 
Te queda mucho que aprender Sancho, ya que no es fama lo que pretendo, sino que todo buen caballero andante que se precie debe procurar que todo el que se acerque a él, al marchar, se sienta un ápice mejor y más feliz, porque faciendo el bien quizás no se ganen las riquezas de la tierra, pero bien pudieran granjearse las del cielo. Mis leyes son prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, buscando para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. 
Como no estás experimentado en las cosas del mundo, todo lo que tienen algo de dificultad te parecen imposible, pero ten confianza en Dios que muchas veces hace llover misericordias en el tiempo que secas están las esperanzas, dejando siempre una puerta abierta en las desdichas para poner remedio en ellas. 
Al bien hacer jamás le falta premio y en breve nos propiciará volver a cabalgar de nuevo desfaciendo entuertos, porque no hay mal que cien años dure y después de las tinieblas siempre se hizo la luz. 
A. José Salas Pérez-Rasilla (El Caballero de Buelna)

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