Ayer fui a hacer la compra. De pronto me di cuenta de que lo que decían en las noticias sobre la subida de precios era real. Cambié mi lista de la compra por los ingredientes para cremas de verduras y croquetas. De ello me alimentaré hasta que se me acabe y luego haré uso de mis dotes culinarias y mi creatividad. Al llegar a casa lloré, para mi sorpresa, amargamente. No por mi situación, sino por España y sus ciudadanos. Mi gente. Condenados a sobrevivir explotados en un país con un gobierno de más de veinte ministerios centrados, al igual que nuestros impuestos, en asuntos que poco nos importan si peligra nuestra existencia. El sistema tributario está diseñado para llenar las arcas con el dinero de la clase media. El Gobierno es el nuevo patrón y los españoles, seamos abogados, albañiles o pequeños empresarios seguimos siendo obreros. Y para colmo hemos de tragar que nos traten como tontos esperando que sus continuas felicitaciones propias y sus actos “históricos” actúen como el opio del pueblo. ¡Al menos la Iglesia se lo preparó un poquito mejor! Por favor, me da igual el color del partido que sea, pongan gestores para que nuestra vida deje de ser un camino de supervivencia. Ni siquiera creo que pueda tener una pensión de jubilación, solo la ilusión de que algún día pueda conseguir “ahorros”, que en mi familia, austera pero siempre feliz, nunca han existido. Tengo veinticinco años, una carrera y tres másteres, hija de abogado autónomo y a punto de pasar hambre y, sin embargo, quien me da pena es mi país.
Dulantz Barquero en XL Semanal
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