Una niña salió a dar un paseo. En su camino se encontró con una mariposa prendida entre las zarzas agitando sus delicadas alas sin conseguir liberarse.
La niña cogió con todo cuidado a la mariposa y la soltó. Ya libre, la mariposa se convirtió en un hada que, agradecida, le dijo a la niña: "Quiero agradecer tu buena acción. Pídeme el deseo que más quieras; te lo concederé. Dime, ¿qué es lo que más ansías?".
Abriendo los ojos, sorprendida, la niña dijo: "Quiero ser feliz. Dime cuál es el camino de la felicidad". El hada le susurró al oído el secreto de la felicidad, y salió volando.
Desde ese momento la niña empezó a ser otra; siempre estaba alegre. Nadie en el pueblo era tan feliz como aquella niña. La gente empezó a interesarse, y curiosa le preguntaba continuamente por qué era tan feliz. Pero la niña evadía siempre la respuesta, diciendo que era un secreto, el secreto del hada. Así llegó a anciana y seguía siendo la persona más feliz del pueblo; una viejecita realmente feliz; y eso que, en su vida, no faltaron las dificultades y contratiempos.
Temerosos de que muriera y se llevara el secreto a la tumba, la gente del pueblo le insistía, más que nunca, en que revelara la fórmula de la felicidad. Al fin, un día, la viejecita, sonriendo, accedió a descubrirla. Y dijo que lo que contó el hada era muy sencillo; pero que para ella había sido, a lo largo de toda su vida, el secreto de su felicidad.
El hada le había susurrado al oído: "Aunque las personas parezcan autosuficientes... ¡No lo creas! Todos te necesitan". La viejecita añadió que siempre había vivido con la seguridad de que todos necesitaban de ella: "me he dado a ellos, y eso me ha hecho feliz".
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