21 enero 2024

AÑORANZA DE MI PUEBLO









Campanario, campanario,
campanario de mi pueblo,
una imagen que yo guardo
con amor en el recuerdo.
Aunque lejos en los años
y aunque en los caminos lejos, 
oigo tañidos a ratos,
los oigo sin yo saberlo.
Y veo bailando badajos
de unas campanas al vuelo
que saludan la mañana,
como en los tiempos primeros.

Óigolas de madrugada,
entre las brumas del sueño,
huellas de aquella mi infancia,
de olvidados sentimientos.
En el hueco de mi almohada
se oyen latidos maternos.
Cuántas veces echo en falta
a mi campanario viejo
en oyendo otras campanas
de toques más altaneros,
que por viajar no se sana
lo que añoro en suelo ajeno.

Recuerdos de la montaña,
cuando yo iba de mozuelo,
del ganado, que pastaba
en el silencio del puerto,
de las antiguas tonadas
que cantaban los cabreros.
Rumores tibios y calmos,
los del valle que yo quiero,
arrullos acompasados
que consigo traen sosiego.
Son, para mí, como tragos
de calostro y de consuelo.

Campanas se oyen, lejanas,
en el aire mañanero,
y a sus voces acompañan
las esquilas, los cencerros,
y, con ellas, las ventanas
se abren abrazando al cielo,
y la niebla se levanta
mostrando al sol el sendero.
Sones que adornan la calma,
que van dejando sus ecos
por las tapias, por las cuadras,
la plaza, y el lavadero.

Es domingo, suenan salmos,
vino blanco y velo negro,
olor a cirios y a ajo,
a incienso, clavo y romero,
a ropa limpia, y a mantos
que la madre trae en el seno.
Campanas se oyen tempranas
animando el pueblo entero,
y a sus voces acompañan
las ovejas, los corderos,
y, con ellas, por las brañas
apunta el sol sus destellos.

Cuántas veces echo en falta
ese campanario añejo
cuando oigo otras campanas
con toque más altanero.
Que por viajar no se sana
la añoranza del viajero.
Y si el viejo campanario
aún resiste en pie y entero,
si el acebo centenario
no lo vence en largo duelo,
cuando yo esté en el sudario
allá que me iré, ligero.
Allá correré, liviano,
retozando con los vientos,
con la sonrisa en los labios,
ya sin dolor, ya sin miedo,
con lo justo y necesario
para afincarme allí, quieto,
reposando en el regazo
de los parajes sin tiempo,
junto a la hiedra en verano,
junto a la escarcha en invierno,
con el saúco y el cardo,
el avellano y el fresno.
Será mi feliz amparo
la luz queda del lucero,
la lluvia mansa en el prado
y el murmullo del riachuelo,
la voz del mirlo, del cárabo,
del milano y del mochuelo.

Y entre restos de hojarasca
y telarañas sin dueño,
entre las vigas de haya
y los nidos de vencejo,
en ese instante del alba,
volarán mis pensamientos.

Adolfo Palacios

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