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19 agosto 2024

PROFANACIÓN DE LA PLAYA

Entiendo la playa como un espacio libre donde hombres, mujeres, jóvenes y niños de cualquier edad, nacionalidad, creencia y por lo tanto libre de cualquier tipo de connotación política, pueden descansar, tomarse un relajante baño, disfrutar del sol y el aire, pudiendo además darse unos paseos o practicar deportes que mejoren su estado anímico y en definitiva su salud.
Todas estas expectativas se desvanecieron el otro día, cuando una manifestación invadió la playa gritando consignas que nada tenía que ver con el deseado espíritu relatado anteriormente.
Mucho me temo que la misma, saltándose toda normativa, no debía estar autorizada, perdiendo con ello credibilidad en sus aspiraciones políticas, ya que es difícil de justificar que alguien vaya exigiendo una determinada línea de actuación a los demás, cuando ellos están ignorando las más elementales normas de convivencia pacífica y legal, mancillando un espacio que a todos nos conviene tener libre de este tipo de manifestaciones.
También me surge una duda: ¿hay algún tipo de vigilancia en las playas o estamos a expensas de que cualquier desaprensivo haga una contramanifestación al día siguiente, o algo peor?
A. José Salas en Cartas al Director de El Diario Montañés.

1 comentario:

Adolfo Palacios dijo...

El espacio de la playa, no sé hasta qué punto estará protegido. Hay espacios, o mejor dicho actividades, que no sé con qué protección contarán; me refiero a una misa -en la que en teoría puede entrar cualquiera, a reventarla-, o una reunión de portal de vecinos, una merienda en el campo, una oración musulmana... Si uno entra en el congreso o en el Parlamento de Cantabria, aunque sea sin una pistola en la mano, ya te aseguro que de ahí sí le echarán inmediatamente. Claro que no podemos poner policías en todas partes, pero la cuestión es más básica, es hasta qué punto puedes llamar a la policía y decir "Oiga, que estamos en la playa, mojándonos los pies tranquilamente, y han entrado aquí unos fastidiándonos el día".
También es que vivimos unos tiempos -semejantes en cierto modo a la posguerra de la II Guerra Mundial, el existencialismo y tal, cuando los poetas no se atrevían a hacer poesía por parecer actividad burguesa y extemporánea, si no inmoral-, vivimos unos tiempos, digo, en que, cuando alguien se ve como digno defensor de alguna causa urgente, cree que tiene derecho a cortar el rollo a cualquiera que se lo esté pasando bien. Dijo alguien que "el puritanismo consiste en que cada uno puede hacer lo que quiera, siempre que no le guste", y creo que esto es una forma de puritanismo...
Mi padre me dijo una vez que había visto por el paseo Pereda a uno gritando, gritándole a la gente "Pero ¿qué hacéis aquí, en plan repantingado, con el hambre que hay en el mundo?, ¡dad ese dinero a los pobres!". Después de hacer algunos cursillos con los del Movimiento Cultural Cristiano (cursillos de los que no me arrepiento), he pensado que a lo mejor aquel que gritaba en el paseo Pereda era el propio Julián Gómez del Castillo, o quizá Luis Capilla, el de Acción Cultural Cristiana, la otra facción.
En el Ateneo dio una conferencia, el año pasado, un catedrático de derecho de la universidad de Alcalá de Henares, sobre la protección del patrimonio histórico en España. Acabó diciendo que no comprendía cómo, con la llegada de los nuevos partidos políticos, parecía que esa protección se dejaba de lado. Yo le expliqué que ese menosprecio de las "cosas de burgueses" tiene una larga tradición, y que, sin ir más lejos, en mi profesión de maestro estaba el ejemplo de Lorenzo Milani (a quien he admirado durante muchos años), que dejó de ser pintor para dedicarse a ser cura y a dar clase a los pobres; cura a quien algunos tuvieron por comunista, y que recibió amonestaciones de la jerarquía católica de entonces por oponerse al ejército. El caso es que Milani, aunque criticaba el dedicarse al arte y a la investigación científica ("siempre habrá quien lo haga, tú dedícate a enseñar a leer a los olvidados de este mundo"), nunca renunció del todo a la cultura que traía de sangre -él era de familia pudiente y estudiada-, y enseñaba a sus alumnos, por ejemplo, a leer partituras de Beethoven. Pero solo si los alumnos eran pobres. Así que los pobres tenían derecho a las cosas normales, pero los que no eran pobres ya no, esos tenían que aguantarse hasta que la historia se equilibrase. Y así murió él, enterrado como está en una tumba humilde del pueblo de montaña donde lo "desterraron". Por cierto que se compró la tumba ya la primera semana que llegó allí.
Creo que todo esto viene a cuento de lo que cuentas de la playa. Quizá estaría bien que la policía llegase con un test de compromiso político a la playa, y los playeros cumplimentasen ese test, y fueran admitidos a quedarse solo los que estuvieran sufriendo alguna injusticia social, y además fueran firmes defensores de la causa, mostrándose culpables por estar solazadamente tomando el sol allí mientras Gaza, Ucrania, ¡y Venezuela!, sufren a causa de los opresores.