Se celebraba en Ávila un congreso internacional de conversos. Noviembre del año 2002. Se alzó entre todos y tomó la palabra el médico norteamericano, judío de origen, Bernard Nathanson. Sus primeras palabras electrizaron a todos los asistentes. «Me llamo Bernard Nathanson y soy un asesino de masas. El primer responsable de la muerte de setenta y cinco mil niños inocentes. Tienen ante ustedes a un genocida». Siguió narrando su vida. Practicó el aborto a tres mujeres que llevaban en su vientre las vidas de tres hijos suyos. «Maté a mis hijos por egoísmo». Dirigió durante años el centro de Salud Reproductiva y Sexual de Nueva York. «Dirigía en Nueva York la mayor clínica abortista de Occidente. Tenía 35 médicos a mi cargo, con 85 enfermeras. Hacíamos 120 abortos al día en diez quirófanos. Durante los diez años que fui director realizamos 60.000 abortos. Además, yo supervisé 10.000 personalmente y realicé 5.000. Tengo 75.000 muertes en mi haber. He matado a los hijos no nacidos de mis amigos, de mis compañeros, incluso a los míos. Era un paria de la profesión médica. Pero también millonario, porque el aborto, además de un crimen, es un negocio. Y tuve barcos, fincas, avionetas, mujeres, todo lo que se me antojó. Yo sabía que estaba enriqueciéndome con la gran mentira. La mentira de que la persona en el vientre materno no vale nada». En el hospital St. Lukes trabajó por primera vez ante monitores electrónicos. «Allí empezábamos a tener la tecnología con la que hoy contamos. Y pudimos estudiar al ser humano en el vientre de la madre, y descubrimos que no era distinto de nosotros. Comía, dormía, bebía líquidos, soñaba, se chupaba el dedo, igual que un niño recién nacido. Y nos preguntamos qué era lo que habíamos hecho y estábamos haciendo. No hay polémica posible, y os lo dice un genocida, un asesino de 75.000 inocentes. El aborto debe verse como la interrupción de un proceso que, de otro modo, habría producido un ciudadano del mundo. Negar esta realidad es el más craso tipo de evasión moral». Nadie puede negarle valentía al doctor Nathanson, hoy defensor a ultranza de la vida de los no nacidos. La Iglesia española ha denunciado que la fauna está más protegida que la vida humana. No quiere pedir con esto que la fauna pierda la protección que merece. Sí, que los niños indefensos tengan los mismos derechos que los linces, las águilas imperiales, las focas monje, los lobos, los osos y los urogallos. Y también que los árboles y los paisajes intocables declarados bienes de la humanidad. ¿No es un bien de la humanidad, el mayor de los bienes, la vida de los seres humanos? El ministro de Sanidad ha manifestado que la Iglesia va por un lado y la sociedad por otro. Mentira. Una gran parte de la sociedad está con los niños indefensos y en contra de la práctica sistemática del aborto, que es crimen y negocio, simultáneamente. La ministra Bibiana Aído ha soltado su última majadería. «El aborto es un conflicto de intereses entre la madre y el feto». El feto, que es un ser humano, sólo tiene derechos a partir de la vigésimasegunda semana. Crimen organizado y negocio al canto. Aquí no estamos hablando de progresismo y avance de la sociedad. Sí de sangre inocente, sí de vidas arrancadas, sí de trituradoras, sí de millones de euros. No se aspira a una posición privilegiada. Al menos, que los niños que viven en el vientre de sus madres tengan los mismos derechos que los linces y los salmones.
Enlaces similares: