Había un país cuyo rey se pensaba mucho en qué se gastaba el dinero, sabiendo que procedía del trabajo del pueblo. Y lo que sobraba, lo daba. Sus allegados, igualmente, cuidaban todos en qué asuntos se metían, para que nunca cundiera el mal ejemplo entre las gentes. Los bancos y cajas de ahorros, por otra parte, nunca animaban a los clientes a meterse en riesgos excesivos, ni recomendaban productos peligrosos, sobre todo a los viejecitos que lea habían sido fieles toda la vida. Y las altas instituciones financieras velaban asimismo por esas buenas prácticas. Los políticos evitaban ser vistos como entrometidos en el poder judicial, dándoles vergüenza cualquier comentario que se pudiera hacer de ellos en ese sentido. Las leyes educativas profundizaban la moderna separación entre fe y razón, y los partidos de la oposición no tenían inconveniente en reconocer las cosas buenas que al Gobierno se la podían haber ocurrido. Era el país de la Normalidad, el país en el que creímos vivir por un tiempo. Pero, por alguna razón, no pudo ser.
Adolfo Palacios González, en Cartas al Director de El Diario Montañés.
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