María nos comenta que desde hace no mucho más de una década comenzaron a surgir en diferentes ciudades del mundo niños que se erigen como los jefes indiscutidos de la familia. Son quienes eligen qué se come, dónde se va de vacaciones, qué canal de televisión se ve, los horarios para dormir y demás actividades de la familia.
Se trata del fenómeno llamado “Síndrome del Emperador”, en el cual los niños hacen de sus caprichos ley, y quien no obedezca paga las consecuencias de sus agresiones y tortuosos berrinches. Es una pauta interaccional donde los niños aprenden a controlar a los adultos, logrando que obedezcan y cumplan sus exigencias.
Hoy todos somos testigos de que muchos padres no tienen el tiempo ni la firmeza necesarios para educar y poner límites a sus hijos. Las exigencias económicas los obligan a ausentarse de sus hogares, generando en ellos hábitos culpógenos tendientes a ceder y sobreproteger a sus hijos, consintiéndolos en todo. Por otro lado, se puede observar una carencia de hábitos familiares afectivos: las pantallas se han interpuesto haciendo que se pierda el contacto corporal propio de actividades como jugar con los hijos. A nivel social, en general, se abriga una actitud permisiva que fomenta el egocentrismo infantil. Quizá por miedo al autoritarismo padecido por muchos adultos, no nos permitimos ejercer la autoridad, que –distinta al autoritarismo– es sana y necesaria para el adecuado crecimiento de los niños. Por otro lado, la televisión institucionaliza una sociedad de consumo que legitima valores hedonistas y exigencias de “pasarla bien” y hacer lo que deseemos en todo momento sin que nada ni nadie –y mucho menos obligaciones de ningún tipo– se interpongan. Se ponderan exigencias adquisitivas y privilegios excesivos, sin considerar responsabilidades ni valorizar el compromiso con metas que requieran un esfuerzo.
Cuando estos niños alcanzan la adolescencia consideran descabellado obedecer o respetar a sus padres y maestros, y entienden que lo lógico es que les obedezcan a ellos. Así llegan incluso a agredir físicamente a sus padres. En efecto, son numerosas las denuncias en comisarías por ataques de este tipo. Las estadísticas demuestran que son las madres las principales víctimas de este síndrome, que se da mayoritariamente en familias uniparentales.
Tanto desde la ingeniería como desde la psicología sabemos bien que el secreto está en invertir en buenos cimientos. Para tener niños, adolescentes y adultos sanos debemos comenzar justo ahí, en las bases, en la primera infancia. Aunque pueda parecer difícil, es más simple y “económico” comenzar dando amor, poniendo límites firmes, permitiendo que tengan pequeñas frustraciones para que aprendan a tolerarlas, enseñándoles a comprometerse y esforzarse en pos de sus metas… Los beneficios de los esfuerzos invertidos en esta etapa se cosecharán más tarde en la vida. [ver artículo completo]
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