El aparcamiento donde murió Mariano tiene restos de su vida. Colchones de los sin techo que duermen alrededor, como a los que ayudaba a dar de comer cada semana. A los que cogía de la mano, dándoles esperanza: "Todo va a ir a mejor, es sólo temporal". En el parque de El Greco, sus últimos pasos. Su última contribución a un mundo que quería cambiar desde su humildad. Siendo sencillamente un hombre bueno. Mariano murió como vivió. En su ley, hasta el último halo de su vida, ayudó a los demás. Era de esos seres anónimos que pasaba por la parada de metro de Alonso de Mendoza. Vio a un abuelo, de unos 75 años, al que unos muchachos golpeaban. Sin compasión. Estaba sangrando de una oreja. Hasta que llegó Mariano y su mujer.
-¿Por qué le pegas? Es un hombre mayor, podría ser tu abuelo -le dijo al grupo, unos pandilleros que se etiquetaban en la Red como #lamafia. Y Mariano sólo tenía 69 años.
-Porque es un cabrón. Y un hijo de puta -le dijo una de las chicas que conformaban el grupo, dos muchachas y un varón.
-No lo es.... Y mira cómo sangra -le increpó Isabel.
Y comenzaron a escupirle a ella. Y a pegarle a Mariano que la defendió verbalmente. Fue una chica quien le agredía y era imposible que él le pusiera una mano encima a una mujer. Le daba bofetadas y patadas. Cuando le vieron así, inmóvil, el muchacho, de piel oscura, le zarandeó.
"Y vi la muerte en la cara de Mariano", refiere a Crónica Isabel, la esposa, su amor de siempre, a quien conoció de adolescente. Y desde entonces juntos.
Se desplomó. Los cobardes, como es propio, huyeron. Y allí estaba Isabel pidiendo ayuda. Y sujetándole para que su cabeza no tocara el suelo.
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