04 julio 2018

EN LA CALLE HACE MUCHO FRÍO

Había entrado en el lado oscuro y mi primera reacción fue salir corriendo. Salir corriendo a intentar aprender la informática que requerían en la selección del profesorado de la que me acababan de descartar. Salir corriendo a intentar cambiar el pasado. Y así transcurrió más de un año. Los proyectos de adquisición de nuevos conocimientos que acometía estaban basados en las demandas de las convocatorias pasadas y presididos por una sensación de urgencia en la consecución de resultados que me provocaba frustración y hacía que tardase muy poco tiempo en abandonarlos. La oscuridad no remitía. La rutina de la estación me empezaba a pesar y, lo que es peor, ese estado de ánimo también repercutía en casa.
Y así estaba cuando decidí probar lo que durante mucho tiempo me habían recomendado familia, amigos y compañeros de trabajo: buscar otras alternativas laborales más acordes con la formación recibida. Envié currículums, asistí a entrevistas y comprobé que estaba oxidado, pero que, aun así, existían posibilidades. En una ocasión, llegué a negociar las condiciones para incorporarme a una empresa de cierto relieve, pero ahí comprendí el significado de otro de los paradigmas que había escuchado en mi viaje ferroviario: «En la calle hace mucho frío». Los riesgos de aceptar el nuevo trabajo eran altos, muy altos, y yo no soy un aventurero. Y en el fondo lo sabía: «había venido para quedarme». Un paradigma es ley hasta que es desbancado por otro nuevo, y eso, en este caso, aún no ha sucedido. En la calle sigue haciendo frío.
Otra vez, vuelta a empezar. El tiempo pasaba y yo seguía transitando por el lado oscuro hasta que un libro, ¡sí, un libro!, volvió a encenderme la luz. El interruptor fue La teoría Z, de William Ouchi. No voy a hablaros del libro porque ni es mío ni es un interruptor de validez universal. Pero hay miles de libros que pueden ejercer esa función y cada uno puede encontrar el suyo. Solo hay que tener la paciencia necesaria y la perseverancia suficiente para encontrarlo.
Después del libro, vino el plan: un dibujo hecho a mano sobre un papel DIN A4 con regla y rotuladores de colores. Su concepción fue minimalista:
a) un tema sobre el que profundizar hasta que pudiese llegar a considerarme un experto: gestión de calidad;
b) dos herramientas de apoyo: informática e inglés;
c) un plazo: 4 años.
La informática que aprendí nunca superó eso que llaman «nivel de usuario»; en cuanto al inglés, aún hoy I´don’t speak English, y esto sí que ha sido un déficit notable; pero en la gestión de calidad me sumergí totalmente y llegué a adquirir un conocimiento profundo del tema. El plazo, afortunadamente, no llegué a apurarlo del todo…
Leí —estudié, más bien— a los autores más notables: Juran, Deming, etc., y descubrí las posibilidades —compatibles con mis obligaciones laborales— que ofertaba la Universidad Nacional de Educación a Distancia en cuanto al título reglado en la materia elegida: experto en Gestión de Calidad, cuyo trabajo final consistía en la elaboración de un manual de calidad.
Soy de Los Corrales de Buelna, un pueblo fabril de Cantabria. Las fábricas pertenecen al sector del automóvil y son de matriz japonesa, una combinación que, a finales de los años ochenta, establecía un escenario de lo más avanzado y relevante en el mundo de la gestión de calidad. Y allí pude comprobar in situ, y de manera práctica, cómo se aplicaba toda la teoría que había estudiado, así como confeccionar mi trabajo de fin de curso, un manual de calidad del que aún me siento orgulloso.
Y llegó una nueva oportunidad de promoción interna, pero esta vez acudí con llavero. Una llave para la primera puerta: mi titulación superior; y otra, quizá la más importante, para la segunda: mis conocimientos profundos en gestión de calidad y el manual que certificaba que sabía ponerlos en práctica.
¿Y si no hubiese acertado con el tema elegido para adquirir conocimientos de experto? ¿Y si a pesar de eso no hubiese habido demanda interna en ese campo o hubiese habido candidatos más preparados? ¿Y si...?
No sé cómo habría reaccionado si no hubiese conseguido lo que me proponía, pero lo que sí puedo aseguraros es que el plan me proporcionó una meta y me dibujó un camino. Y recorrer ese camino fue casi tan importante como llegar a la meta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario