Para poder actuar sobre las cosas es necesario saber cómo funcionan. Pero el interés por saber cómo funcionan no tiene un vigor real si no nace de un interés genuino y, digamos, desinteresado. La ciencia no se sostendrá en sociedades que no tengan un porcentaje de gente curiosa, dispuesta a poner, al menos a veces, el conocimiento de la realidad por encima de sus propios intereses. Es cuestión de sentimientos, como ocurre con el arte o la solidaridad, y quien no ve sentido en ellos no comprenderá este discurso, cada vez más necesario sin embargo. F. García Moliner, el físico castellonense, señalaba hace 15 años en la UC cómo Portugal, vecino nuestro, se diferenciaba sin embargo bastante de España en la importancia dada a la investigación; hoy vemos cómo Portugal nos sorprende en aspectos que no esperábamos. Se dice que con la situación sanitaria descubrimos la importancia de la ciencia, pero decir "que me curen" no es de lo que se trata, sino de una visión más elevada, capaz de sobreponerse a las disputas y contradicciones entre los propios científicos (como hemos visto en la discusión sobre los aerosoles), o a las dificultades de la divulgación, o al hecho de que algunos científicos se ponen al servicio de ciertos poderes o se restringen a una visión estrecha de la ciencia.
Adolfo Palacios, para Cartas al Director, de El Diario Montañés.
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