pero en mi infancia vi una zapatilla
surcando el aire por mi coronilla,
y vivo, desde entonces, estudiando.
Estaba yo empeñado en proseguir
mi placentera vida del verano,
mas en septiembre, un día, bien temprano
mi madre osó mi sueño interrumpir.
“¡Dieguico de mi alma y de mi vida!
si quieres ser un hombre de provecho
de un salto levántate del lecho
que ya llegó la hora tan 'querida'.
Acepta tu destino, ¡corre! ¡vuela!
te tengo preparada la libreta
el lápiz, sacapuntas, la carpeta,
¡El mundo está esperándote en la escuela!”
Mi estómago sintiose descompuesto
al ver la gravedad de mi presente,
diciéndome una voz desde mi mente:
"No puede estar pasándome a mí esto".
"¡No quiero ir al colegio! ¡Yo no voy!",
hablé -por vez primera- con firmeza,
dispuesto a defender mi fortaleza,
mostrándome seguro, como soy.
Mi madre comenzó con argumentos,
y estuvo media hora razonando.
Hablome de la vida, y yo… aguantando,
sabiendo que eran vanos sus intentos.
"¡Que no voy al colegio! ¡Que no voy!",
le vuelvo a repetir con más firmeza,
dispuesto a defender mi fortaleza,
seguro, como ya he dicho que soy.
"Tendré yo que leerte la cartilla",
me dijo, con un tono muy molesto,
clavando en mí su gesto descompuesto
y echando mano de... su ¡zapatilla!
La cara más amarga de la vida
mostrose y golpeome mi trasero,
abajo se me vino el mundo entero,
y yo di mi batalla por perdida.
A rastras fui llevado hasta el colegio
y allí cambié mis lágrimas por besos,
por cánticos, por sumas,... Mis progresos
tornaron la desdicha en privilegio.
Doy gracias a la santa zapatilla,
usada -por amor- sólo una vez,
reliquia milagrosa en mi niñez,
que guardo en una urna, en mi mesilla.
Firmado:
Diego Alonso Cánovas, profesor, músico y poeta
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