He recibido algunas críticas por mi tesis de la decadencia de la civilización occidental. Puede que haya sido yo un tanto ampuloso. No me refiero tanto a los aspectos geopolíticos (China sobrepasará a los Estados Unidos por el producto económico). Prefiero detenerme en la pérdida de vitalidad de la sociedad misma, en sus valores y vigencias. Hay muchos indicios al respecto.
Me fijaré, de momento, en una expresión cultural tan común como el cine. Al menos para mi gusto, está claro que las grandes películas (casi todas en blanco y negro) del periodo inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial no han sido superadas. Comprendo que interviene mucho la nostalgia, pero es un juicio apoyado en impresiones que comparte mucha gente.
El cine es solo una minúscula expresión de la capacidad productiva de la cultura. Es la sociedad toda la que, en los tiempos que corren, ha perdido vitalidad. En nuestros días, se deteriora la antañona ética del trabajo, se entiende, del trabajo bien hecho, en cualquier aspecto de la economía, de las profesiones. Para encontrar en España la dedicación a la tarea productiva nos tendríamos que concentrar en algunos grupos minoritarios de inmigrantes extranjeros, por ejemplo, la comunidad china.
Los nuevos trabajos duros (por ejemplo, el cuidado de las personas mayores o discapacitadas) se reserva a ciertos grupos de inmigrantes extranjeros. Los españoles indígenas o aborígenes prefieren trabajar en el paro antes que dedicarse a las tareas onerosas dichas.
Por encima de todo, el nuevo valor social no es el trabajo, sino el dinero. Se trata del enriquecimiento mediante un golpe de suerte en los negocios o en la actividad lúdica de las loterías, las apuestas o los juegos de azar.
Se comprende que, después de esto, domine la mediocridad en los puestos directivos de la política o de la economía. De repente surgió la buena noticia de que la Universidad Complutense iba a batir un récord mundial. Mi primera impresión fue que se iba a anunciar el segundo premio Nobel de su profesorado. (El primero fue hace más de un siglo: Santiago Ramón y Cajal). El sorprendente récord fue que los estudiantes de la Complutense habían organizado el botellón más grande del mundo: 25.000 enfervorizados asistentes al evento. La gran reclamación de los jóvenes, tras la pandemia del virus chino, es que el llamado ocio nocturno se extienda hasta la madrugada.
Vamos a cuentas. El rito del botellón significa el aporte más auténtico de los españoles a la actual civilización del ocio.
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