30 mayo 2023

UNA GOTA DE AGUA Y LA CIENCIA

El corraliego Basilio Cobo Ruiz ha conseguido ser finalista del concurso de relatos del Museo de la Ciencia de Valladolid, con el tema: Una gota de agua y la ciencia, que te invito a leer a continuación:
Nací hace más de cuatro mil millones de años y renazco limpia y fresca cada vez que broto en la montaña, cada vez que lluevo, cada vez que soy rocío. He sido mar, nube y niebla; he sido arroyo, lago y nieve. Y he sido fresa, naranja y uva. Y colonia y sudor y sangre. Y lágrimas. Recuerdo nadar junto a una bacteria azul en el océano primitivo y ayudarle durante millones de años a empapar el aire de oxígeno. A pintar de azul el cielo.
Recuerdo ser una gota de rocío en una pradera soleada, donde pacían los estegosaurios, una mañana de abril, cuando aún no existían los abriles. El silencio sólo se interrumpía de cuando en cuando por el rugido bronco de un volcán lejano. Un silencio anterior a las cigarras y a las abejas, anterior al viento en las hojas de los álamos, anterior a las alondras, a la palabra, a la risa y al canto, anterior a la llamada de bronce de las campanas.
Recuerdo viajar en un cubo de plástico azul sobre la cabeza de Salma y oírla cantar por el camino de polvo y sol en una mañana de Sudán. Y llegar con ella a la casa de bidones para ayudar a su madre a preparar la comida, a lavar la cazuela, a cuidar a los hermanos. Y ver cómo le pica un mosquito anopheles. Pero Salma no sabe lo que es la malaria. Ni siquiera sabe lo que se está perdiendo al no ir a la escuela.
Recuerdo ser una gota de colonia en el pelo repeinado de Carlitos, que se quita el beso que le ha dado Teresa en la frente: ¡Mamá, que ya tengo ocho años! Y Teresa sonríe triste: ¡Carlitos es todo lo que tiene en la vida y está creciendo tan rápido!
Recuerdo ser una gota de sangre en la blanca piel de Fátima. La firma en rojo de una sentencia en blanco. Fátima estaba asustada por la ablación pero debería haber estado triste, porque a sus doce años está saliendo de la niñez y ya no irá más a la escuela. A partir de ahora estará encerrada. Tendrá que casarse con Ahmed el hijo gordito e inseguro del comerciante de paños de la esquina. Y no podrá sentir un orgasmo, ni escuchar en directo el llanto violeta de un violonchelo, ni mirar por un microscopio la vida que pulula en una gota de agua, ni escribir un artículo, ni diseñar un algoritmo. Ni sentir la satisfacción de escribir un relato sobre una gota de agua para un concurso.
Recuerdo ser una lágrima en la cara de Irina, que mira las estrellas desde la cama arrugada de la que acaba de salir un cliente que ha ido a lo suyo, con caricias como arañazos, como ofensas, con un sexo urgente y frío. Pero a Irina le rebosan las ganas de amar. ¡Tiene tanto dentro que no puede expresar! ¡Tanta necesidad de querer y de que la quieran! Y mientras yo, lágrima, resbalo por su mejilla, Irina mira las estrellas y se pregunta qué serán, de qué estarán hechas. Si en esos mundos se podrá querer y que te quieran.
Recuerdo baños en verano y lluvia en la cara y que me muerdan siendo fresa, siendo naranja. Mi recuerdo más hermoso es ser agua en la boca de Ana. Tiene quince años, se mira al espejo, y se pinta una raya negra en el borde de los ojos. ¡Está tan hermosa! Sabe que hoy, al salir de clase de Física, le va a pedir a Adrián que le dé su primer beso.
Qué triste es que Salma, Teresa, Fátima e Irina no puedan estudiar. Que no lleguen a descubrir nunca la intriga y la dulzura de aprender. Sé que ellas podrían haber contribuido al conocimiento de las bacterias azules y de la vida de los estegosaurios, a cómo curar la malaria, a cómo se desarrolla la mente de un niño, a cómo nacen las estrellas.
Ojalá Muriel, Leyre, Clara, Virginia, Laura y Raquel, de la mano de Ciencia, puedan evitar que tenga que posarme sobre un mundo en el que el cielo ya no sea azul, envuelto en silencio. Un silencio posterior a las cigarras y a las abejas, posterior al viento en las hojas de los álamos, posterior a las alondras, al llanto violeta de los violonchelos, a la palabra, a la risa y al canto, posterior a la llamada de bronce de las campanas.
Basilio Cobo Ruiz

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