El Teatro Cine Hispania, estaba situado donde hoy se encuentra la Avenida Cantabria,
al inicio de la actual calle La Paz, hasta hace pocos años denominada Calle Alcázar de Toledo.
Allí, hasta hace relativamente pocos años, estuvo el bar Zona Zero, el Mesón del Riojano y la
discoteca Oropulus. Anteriormente, esta zona estuvo ocupada por Chuchi, aquella persona
que nos vendía chuches, aquellos chicles que incluían los cromos de Ben-Hur, novelas del
Oeste de Manuel Lafuente Estefanía y muchos otros autores más, que una vez leídas se las
devolvían para cambiar por otra a un precio reducido. Estas novelas del Oeste, pasaban por
muchas manos, pero no había problemas. Para muchas personas esa era la forma de acceder a
la lectura. También estaba Pedrito, su hijo, aquel muchacho que a pesar de sus dificultades,
recorría con su bicicleta todos los valles limítrofes vendiendo lotería. También estuvo allí la
tienda de Vasa donde se reparaban los aparatos de radio, tan habituales en aquellos tiempos.
En todo caso, la situación del Teatro-Cine Hispania era muy distinta en aquellos
momentos, a lo que algunos de nosotros conocimos. La entrada al cine estaba situada enfrente
de donde hoy se encuentra la ferretería y que en tiempos pasados, fue donde estaba el
famoso futbolín de Mingo, donde muchos aprendíamos a jugar al futbolín y al billar. Por allí se
entraba al cine y estaba la taquilla, y Gloria, que despachaba las entradas, que en un primer
momento parece que no iban numeradas como hora. Una vez “sacada” la entrada, se dirigía a
la puerta de acceso a la sala, donde se encontraban Acisclo Mazpulez que ejercía como
portero. Una vez dentro de la sala había uno pasillo, situado en el centro, por el que los
espectadores accedían a sus asientos, buscando aquellos que consideraban mejor para
disfrutar la película. A ambos lados del pasillo, había dos zonas diferenciadas. En la zona más
cercana a la pantalla, se encontraban unas ocho filas donde al parecer se sentaban aquellas
personas menos pudientes. Eran los asientos más baratos, dado que también eran los más
incomodos: bancos de madera alargados y, creo que sin respaldo. Detrás de ellos, se
encontraban las “butacas”, más cómodas e individuales, pero muy lejos de las butacas que
conocemos actualmente. Era la zona más cara. En sala, se encontraban los acomodadores
Manuel Macho y Goyo, encargados de buscar sitio a los que llegaban fuera de hora y los que
trataban de evitar los susurros y gritos tan habituales en la época y que alteraban el ritmo de
visión de la película. También es cierto, que muchas de las películas eran mudas y, por tanto el
ruido no molestaba la captación del sonido, pero parece que distraía la atención.
Una vez llegada la hora, y previo sonido del timbre que anunciaba el inicio de la
función, era el momento de los operadores, que ponían en funcionamiento las máquinas para
proyectar la película. Ellos eran los encargados de que todo estuviera a punto, y de hacer
frente a los imprevistos que surgieran. La cabina de proyección estaba a la entrada de la sala.
Los operadores eran Mariano Romero, Luis Ruiz y Mariano que era hijo del primero y que
seguía los pasos de su padre.
No tenemos muy claro, si en el cine había un ambigú, donde se encontraba y quien
estaba al frente del mismo. Así todo, en el Acta municipal del 21 de junio de 1950, Gregorio
Miguelez Godó, expone a la Corporación municipal, que ha cesado en la explotación del
ambigú del Hispania. Lo que sí parece claro, es que en uno de los laterales de la sala, la que
daba a la actual Avenida Cantabria, había una puerta no tanto de entrada como de salida, una
vez que la función había acabado.
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