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06 diciembre 2021

EL CINE EN EL PUEBLO DE COO

Es curioso, pero después de una vida en el municipio, de haber ido a la escuela con excelentes compañeros de Coo y de tener familia en dicho pueblo, me entero, que fue otro de los pueblos del municipio, que tuvo su sala de cine que cubría las necesidades de distracción de los vecinos. Aunque, parece que muchos de los que hemos nacido en el valle, no teníamos noticia de dicho cine. De hecho, prácticamente no he encontrado ninguna referencia escrita a la existencia de un cine en el pueblo de Coo. Solamente, he encontrado dos escritos a dicho cine en las Actas municipales, en las que sólo se hace alusión a la petición de licencia de apertura de dicho cine. Por tanto, la información que se posee sobre el cine de Coo, proviene exclusivamente de los recuerdos de todos aquellos, que tuvieron la suerte de disfrutar de las películas, que allí se proyectaban los domingos, alejándolos de la rutina de todos los días.
Quizás, antes de adentrarnos en el cine, sea conveniente que veamos, a grandes rasgos, cómo era la situación de Coo a mediados del siglo XX.
En los años 60 del siglo pasado y no digamos si nos retrotraemos a inicios de dicho siglo, las posibilidades de trasladarnos entre Coo y Los Corrales, eran bastante complicadas. Coo estaba aislado entre las montañas, no había autobuses, la gente bajaba a la fábrica en el mejor de los casos con la bicicleta o andando y los compañeros que venían a las Escuelas de La Salle, tenían que traerse la “tartera” con la comida, que después calentaban en el comedor del colegio, para hacer frente a las horas de clase de la tarde. Y acabada la jornada, nuevamente a coger la bicicleta y traslado nuevamente a Coo. Y esto, en el caso que hubiera bicicleta en casa, y aun habiéndola era para los padres para desplazarse a la fábrica. Muchos tenían que venir a las clases andando y lo mismo al regreso. Y esto un día tras otros, hiciera calor o frío, lloviera o nevara.
Esto podemos hacerlo extensivo a los obreros, que se desplazaban hasta la fábrica, a las mujeres que vivían en Coo, dedicándose no sólo al trabajo de casa, sino también al ganado que había que alimentar, ordeñar; de la huerta en la que se sembraba todo aquello que les serviría para obtener alimentos sin tener que desplazarse fuera del pueblo salvo en ocasiones inevitables.
Esta era a grandes rasgos la situación de los vecinos del pueblo de Coo. Los hombres y los jóvenes desplazándose todos los días de diario a Los Corrales a trabajar o a estudiar y las mujeres dedicadas a las cuestiones de la casa y del campo. Cuando llegaba el fin de semana, a dedicarse a las cosas de la casa y del campo, olvidándose lo que suponía el desplazarse hasta Los Corrales. Pero había pocas distracciones en el pueblo. Prácticamente las distracciones se centraban en los bares y en las boleras.
En el pueblo había seis bares. El bar de Saturnina, "Satur", el bar de Darío, el bar de Manuel Conchal, el bar de Marcos, bar de Garrido y el bar de José “El Sordo”. A pesar de parezcan ser muchos bares para el pueblo, lo cierto, es que todos cumplían la función de ser el centro de reunión de los vecinos, una vez acabadas sus jornadas de trabajo en la fábrica y las propias de la ganadería, pues no podemos olvidarnos, que la mayor parte de los vecinos eran trabajadores mixtos, trabajaban en la fábrica y además en el campo. El bar era el lugar de reunión, donde se tomaban el vino, el café o las copas, dependiendo de momento del día en el que se encontraban. Por las tardes, mientras se tomaba el café con su correspondiente copa de coñac, “Larios” u orujo, se organizaban partidas de cartas de “tute”, de “mus” o de “la flor”. Era pasar el tiempo y disfrutar con los vecinos.
Cuando llegaba el buen tiempo, era el momento de pasar el rato jugando a los bolos en las cuatro boleras que había pertenecientes a los bares. A demás había otra bolera particular propiedad de Don Ceferino.
Como vemos, los hombres tenían sus centros de reunión y de distracción, para las mujeres su centro de reunión era en muchas ocasiones los lavaderos situados en el mismo rio, donde se reunían para lavar la ropa y les permitían estar en contacto con las vecinas, y era el momento de ponerse al día de los acontecimientos del pueblo, o de lo que sucedía en Los Corrales cuando se desplazaban a las compras. También eran habituales las reuniones que, por la tarde, se celebraban en casa de alguna vecina donde se tomaba el café, se jugaba a las cartas, a juegos como el tute o la brisca. En esos momentos se aprovechaba para tejer o coser. Los domingos, después de misa, las mujeres volvían a casa para tener la comida a punto. Los hombres iniciaban sus rutas de “blanqueo” por todos los bares del pueblo y al mismo tiempo haciendo la “ronda” cantando canciones montañesas. Como me cuentan, parece que no se trataba de tomar blancos, sino de tomar botellas.
No pensemos que esto era exclusivo de Coo, hasta hace muy pocos, una cuadrilla de amigos que iban cantando canciones montañesas, al tiempo que tomaban sus vinos. Los dueños de los bares les invitaban a una “ronda”, y en ocasiones caía otra a cargo de alguno de los concurrentes en el bar. Tras dos o tres canciones con sus correspondientes vasos de vinos, se desplazaban a otro bar para seguir con la rutina de canción y copa de vino. Ahora ya no es tan habitual. Tampoco era frecuente que las mujeres asistieran a los bares acompañando a sus maridos. Me acuerdo que en el año 1987 regresé al pueblo, con Carmen mi mujer. Teníamos la costumbre de salir todos los días a tomar los vinos del atardecer, y lo cierto es que no se veía ninguna mujer en los bares. Siempre coincidíamos con mi padre, mi hermano y su cuadrilla. Los domingos, si aparecían las mujeres, momento en el que se juntaba la familia para tomar las rabas y el vino. El resto de la semana, las mujeres en casa. Con el tiempo la situación ha cambiado. Puede parecer que nos alejamos de nuestro objetivo, pero es bueno recordar cómo era la vida en nuestro pueblo no hace tantos años.
Quizá la distancia hasta Los Corrales, la capital del municipio, así como la sujeción que suponían las labores de labranza, impedía a los vecinos de Coo, trasladarse todos los fines de semana a ver las películas que se proyectaban en los cines. Esto es posiblemente lo que indujo a determinadas personas a tratar de satisfacer la demanda de los vecinos de Coo y por otro lado la posibilidad de obtener beneficios de la inversión.
De hecho, en el pueblo de Coo, el cine estaba situado en el barrio de la Perea, una vez pasado el puente, concretamente en la casa de María “La Corza”. En dicha casa hubo cine durante bastante tiempo, pero podemos hablar de dos etapas diferentes.
Durante la primera etapa, la sala de cine se situaba en la antigua cuadra de María y se entraba a la sala por la puerta de situada en la pared norte. El domingo por la tarde, la hora no he sido capaz de precisarla, aparecía Jacobo con su bicicleta y todos los medios necesarios para proyectar la película. Jacobo se desplazaba con su bicicleta desde Los Corrales. Esto era un viaje duro, las bicicletas no eran como las de ahora, ni las carreteras tampoco. Y debemos de tener en cuenta que Jacobo debía de llevar en la bicicleta, los rollos de la película, la máquina de proyección y todo el material necesario por si se producía algún contratiempo durante la proyección, como podía ser la rotura de la cinta. Una vez llegado al pueblo Jacobo debía proceder a colocar la sábana, que actuaba como pantalla y, lógicamente proceder a situar la cámara sobre un taburete y colocar el primer rollo de la película. A partir de este momento, parece ser que Jacobo procedía a cobrar la entrada a todos los que iban a asistir a la proyección. Hay que decir que la “sala” no tenía bancos ni nada por el estilo. Todos los asistentes debían de venir de casa con su taburete, su silla o cualquier otro objeto que le permitiera estar sentado.
Cuando terminaba el primer rollo, era la hora del descanso. Jacobo aprovechaba para cambiar el rollo para seguir con la película, esto podía llevarle 10 o 15 minutos, que los asistentes destinaban a charlar o salir a la calle. Pasado el tiempo se seguía con la película hasta su finalización. Es cierto que en ocasiones no todo salía bien, y se producían roturas de la cinta y eso provocaba, que Jacobo debiera reparar el corte, lo que en ocasiones llevaba más tiempo del deseado y generaba la impaciencia de los asistentes que lo manifestaban a través de los silbidos y otras actitudes que eran habituales en esas ocasiones en los cines de la época.
Cuando la proyección se terminaba, los asistentes cogían su asiento y para casa, contentos con la película que habían visto y que les serviría para charlar sobre ella en algún momento de la semana. Jacobo, en cambio tenía que proceder a quitar la sábana, recoger la máquina de proyectar, colocar los rollos en su saca correspondiente, y otra vez de vuelta para casa haciendo el mismo recorrido y esperando que no lloviese o hiciese frío.




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