Lo que llamamos sociedad es, como las placas tectónicas sobre el magma, un equilibro inestable. Tradicionalmente considerábamos debilidades a aquellos hábitos por los que nos dejábamos arrastrar, aun sabiendo que traerían malas consecuencias. Las sensaciones asociadas a las debilidades incrementan el sentido de la vida durante un episodio que sabemos caduco, pero eso basta a veces para dejarnos llevar. Uno de los peligros de la sociedad son las debilidades. No la hacen caer porque éstas no son las mismas en todos las personas. Pero el fútbol es una debilidad compartida. Algunos no pueden entenderlo, pero representa algo imprescindible para muchos, que están dispuestos, aunque no se reconozca, a sacrificarlo casi todo por él ("el espectáculo debe continuar"), como en los lances bíblicos caían imperios y reputaciones sagradas por pasos en falso, aparentes bagatelas. José A. Jáuregui estudió, en los años 80, el poder de los sentimientos de grupo; su obra debería ser más recordada. Algunos comentaristas dicen que los escándalos de dopaje en el ciclismo alejaron al público de ese deporte, que luego le ha costado años recuperarse. ¿Ocurrirá lo mismo con el fútbol?
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