14 junio 2023

LA CHURRERÍA DE ENRIQUITO Y JOSEFA

Como hemos visto, Constancia fue una institución en el mundo de los churros, pero también hubo otro vecino que durante varios años se dedicó a trabajar vendiendo churros. Nos referimos a Enriquito, hijo de María y Enrique. Él con su esposa Josefa. Se dedicaron a la elaboración y venta de churros en La Plaza. Ellos, a finales de los años 70 y principios de los 80 del siglo pasado, decidieron poner un puesto de churros como decimos en La Plaza, las concretamente en la confluencia el lateral del cine Coliseum María Luisa, y la tienda de Rocío García, dedicada a la venta de ultramarinos y regalos. Prácticamente cerca de donde estuvo la cabina telefónica, actualmente ya desaparecida.
La churrería era una construcción típica de la época: un pequeño mostrador, que en su interior tenía unas baldas para colocar los productos y materiales necesarios para la elaboración de los churros. Se montaban los pilares de madera, el toldo y todo listo para la elaboración y venta del producto.
Solían ejercer el oficio los fines de semana, estando siempre presentes Enriquito y señora. Comenzaba a las 9 de la mañana, hora en que muchos vecinos del pueblo, iban a buscar el periódico y era un buen momento para comprar una o dos ruedas de churros y llevárselas a familia para desayunar. Por la noche, el cierre solía ser hacía las 11 de la noche, aunque también es cierto, que si había verbenas el cierre era más tarde. Había que aprovechar las ocasiones.
Cuando terminaba el fin de semana, no quedaba otro remedio de desmontar toda la churrería y desplazar a ubicarla en la casa de los padres de Enriquito en el barrio o en la casa de los padres de Josefa en la zona del Bardalón. Y hasta el próximo fin de semana. En ocasiones, también iban a las romerías de los pueblos de la zona con el trabajo que ello suponía. El desplazamiento de todos “los bártulos” era más complejo. De hecho, tenían que recurrir a Ángel Cobo, hijo de “El Pasiego”, que poseía un pequeño camión de transporte, para llevarlos y traerlos al pueblo donde estaban las fiestas.
Fueron unos cuatro o cinco años deleitando a los vecinos con los deliciosos churros, pero había que cerrar, pues no se podía seguir con el mismo ritmo.


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