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14 junio 2023

EL BARRIO SAN JUAN BAUTISTA O BARRIO DE LOS MILLONARIOS (CAPÍTULO 6)

Fueron muchos dentro del barrio, los que trataron de mejorar la situación económica de las familias, a través de distintos medios. Posiblemente olvidaremos de algunos, pero veamos los que recordamos.
Todos los vecinos del barrio, teníamos, como ya hemos dicho, nuestra huerta, en la que obteníamos muchos de los productos agrícolas que consumíamos en nuestras casas y algunos de los vecinos vendían esos productos. Si todos teníamos huerta ¿cómo es posible que algunos vendieran los frutos de la tierra a otros que podían cultivarlos en su huerto? La verdad, no sé cuál era el motivo, lo cierto es que sucedía. Era el caso de Carmina, la de Campejo, que vivía en la casa nº 23, pegada a la de Ricardo y Toña y debajo de la de Miguel y Lucia. Carmina todos los años cultivaba la zona de la huerta que estaba comprendida entre las estacas alambradas que delimitaban la finca de Toña y el camino de acceso desde la portilla de la calle, hasta el soportal de la casa. En este trozo de tierra Carmina cultivaba una gran cantidad de lechugas. Eran unas lechugas grandes y apetecibles. Carmina se dedicaba a venderlas a los que no las cultivaban o no cultivaban suficientes. Me acuerdo, que muchos días mi madre, a la hora de la comida, me mandaba a donde Carmina a buscar una lechuga. Así que, a bajar la escalera, bordear la calle y llegar a casa de Carmina a comprar una lechuga. Y allí salía Carmina con su cuchillo y escogía una que ella consideraba que estaba bien. El precio, creo recordar, que era un duro, cinco pesetas. En ocasiones Carmina, me regalaba otra lechuga.
Era frecuente, ver la llegada de otros vecinos a comprar sus lechugas. No sé si vendía muchas o pocas, pero lo que si es cierto, es que todos los años las lechugas era una fuente de ingresos para Carmina y su familia.
Por otro lado, había en el barrio bastantes vecinos a los que les gustaba la pesca. Cuando llegaba la época, todos tenían preparadas las artes de pesca. La licencia, la caña, el carrete, el sedal, los anzuelos, las cucharillas o las moscas. Evidentemente también las botas de pesca. Muchos días salían a pescar al Besaya. Ellos eran José María Pérez, Agustín Ruiz, los hijos de Pilar la Viuda, Francisco, conocido por todos como “Quico el Pescador” y sus hijos, sin olvidarnos de Benito padre de Fonsito. Posiblemente hubiera más personas aficionadas a la pesca, pero estos son de los que me acuerdo. Es evidente, que la pesca era un alimento importante en las mesas de estas familias, en los meses en los que se levantaba veda. Pero creo recordar, que “Quico el Pescador” no solamente pescaba por el placer de pescar, de superar con habilidad los esfuerzos de las truchas para desprenderse del anzuelo, para él la pesca era una manera de meter dinero en casa. Era habitual que los vecinos del barrio, le encargasen, según hubiese ido el día, una o dos truchas. Unas veces podía abastecer la demanda otras no. Si tengo claro que mi madre en ocasiones, le decía a Francisco que el próximo día, si podía le reservara dos o tres truchas. Unas veces Francisco llegaba con el cesto vacío o había otros pedidos anteriores, y otras veces le decía a mi madre que tenía las truchas pedidas. Allí estaba Quico con su cesto de pesca con dos o tres truchas entremedio de los helechos que había metido para impedir que la pesca se secara. No recuerdo el precio de las truchas, pero se pagan y lógicamente suponía un incremento de los recursos de la familia numerosa de Francisco y Julia.
Estos eran trabajos “eventuales”, que llevaban a cabo durante algunas épocas del año. Pero había otros que se ejercían durante a lo largo del año, con la finalidad ya indicada de mejorar la situación económica de la familia.
DISTINTOS TIPOS DE TRABAJOS
LAS CHURRERÍAS
En aquellos tiempos, de los años 60 y 70, en cualquier romería nos encontrábamos los puestos de churros, y sentados alrededor de las mesas de madera, nuestros padres no mandaban a comprar una o dos ruedas de churros, mientras ellos iban al bar de la romería a comprar sus cervezas o su vino, nosotros tomaríamos un mosto o cualquier refresco, fundamentalmente gaseosa de naranja. Allí, nuestros padres tomaban cerveza con churros, era lo habitual. Eso es lo que yo creía, pero cuando me fui a continuar mis estudios a Salamanca, mis compañeros no concebían que tomáramos churros con cerveza. Mi esposa, Carmen, salmantina y con años ya en nuestro pueblo, le sigue llamando la atención tomar la cerveza con churros.
Si nos ponemos a hablar de churros, lo primero que nos viene a la mente son aquellos días de las fiestas de San Juan, en las que siendo niños o jóvenes nos trasladábamos a La Rasilla, donde estaban todos los puestos de las fiestas. Pero uno de los que nos llamaba la atención era el puesto de churros, al frente del cual estaba Constancia, La Churrera. Para los “críos” que vivíamos en el barrio de Los Millonarios, la churrería tenía un significado diferente. Al entrar en el barrio, siguiendo la calle en la que se encontraban los bares de Julián y de Cobo, hacia las escalerillas que daban acceso a la cambera, a mano derecha nos encontraban con la casa nº 27, donde en la cuneta, al lado de la alambrada de la huerta, había un armazón de madera y varias estacas igualmente de madera, todo ello cubierto por un toldo. Para nosotros era lugar ideal para nuestros juegos del “escondite”. Era el lugar donde esconderse y evitar que nos descubrieran. Pero también corríamos un riesgo importante, pues aquel escondite estaba formado por los materiales que formaban la churrería de la que hemos hablado anteriormente. Y en ocasiones, la buena de Constancia, La Churrera, salía de la casa con la escoba, chillándonos para que nos alejáramos de allí.
LA COSTURA
En aquellos tiempos, nuestras madres, eran las que llevaban a cabo todas las labores relacionadas con la reparación de las prendas de vestir y no sólo esto, sino incluso la elaboración de las mismas.
Hubo en el barrio varias jóvenes que dedicaron parte de su tiempo a la costura en sus casas. Posiblemente hubo más, pero solo me acuerdo de cuatro.
EL GANADO
Varios de los vecinos del barrio se centraron en la cría de ganado, fundamentalmente terneros, pero también “chones” y conejos. No se tenían vacas de leche, sino jatos destinados a la venta.
LA ELABORACIÓN DE MORCILLAS
Durante mucho tiempo, fue habitual hacer algunos productos de comer en nuestras casas. Es cierto, que en las huertas, se obtenían todo tipo de productos hortícolas, y del gallinero carne y huevos. Pero, también era habitual la elaboración de las morcillas. Recuerdo a mi madre, en compañía de Tea y bajo la dirección de Lucinda, madre de mi cuñada Lines, estar en el garaje de casa, elaborando morcillas.
Eran varias las familias que en el barrio, elaboraban morcillas para el consumo propio, pero había algunas, que convirtieron este conocimiento culinario en una forma de obtener dinero para la familia. Personas que tuvieron una gran actividad en la elaboración de morcilla como Marcelina, María la de Lasarte, La Cula y Mari, la hija de Julia.
Antes de hablar de cada una de nuestras vecinas, centrémonos en los elementos básicos en la elaboración de las morcillas. Sangre, tripas, sebo, arroz y distintas especias. Los tres primeros, se obtenían en el matadero, que se encontraba situado pasado el puente Renero, donde actualmente se sitúan las oficinas de Protección Civil. En este matadero, todos los lunes y jueves, los carniceros del pueblo sacrificaban las vacas, que después iban a vender en sus carnicerías. Al sacrificar las reses, su sangre era recogida en un balde de madera, cubierto en su interior por una plancha de cinc. La sangre recogida, era batida para evitar que se coagulara, lo que impediría utilizarla. También se recogían las tripas, éstas se limpiaban de manera que no quedara ningún residuo que contaminara los condimentos que se iban a introducir. Me cuenta Enriquito, que su madre María, solía utilizar una pluma de gallina, doblada para ir limpiando las tripas.
Una vez en casa se procedía a elaborar las morcillas. Veamos como las hacían cada una de ellas.
LOS TRABAJADORES DEL CINE
Todos recordamos los momentos que pasábamos en el cine. Los sábados o los domingos íbamos a ver películas, que nos trasladaba por mundos de aventuras, y nos permitía descubrir otros mundos distintos a los que nosotros veíamos en nuestro valle. Pero de lo que quizás ya no nos acordemos, que hubo varios vecinos de nuestro barrio que trabajaron en los distintos cines del pueblo. Cuatro hombres y dos mujeres, con funciones diferentes en el cine. Así dos de ellos fueron los operadores, dos acomodadores y una taquillera. Esta última era Natividad, los acomodadores fueron Acisclo y Clemente; los operadores fueron Jesús y Miguel. Todos los puestos tenían su importancia, pero los operadores debían de tener un carnet de operador cinematográfico expedido por el Gobierno Civil de Santander. Y por último estaba Marí, que cumplía la función de limpiadora.
LOS TAXISTAS
Durante mucho tiempo hubo varios taxistas, que ejercieron esta actividad, después de salir de la fábrica. Estos fueron Frutos Jara López, Román Quevedo y Fernando Fernández, conocido en el barrio como “Nando”. Nunca estuvieron funcionando los tres al mismo tiempo.
Hemos llevado a cabo un pequeño repaso sobre las actividades que realizaron nuestros vecinos del barrio Los Millonarios. En el siguiente escrito nos centraremos en todos aquellos que, por unas razones y otras estuvieron en la migración. Muchos regresaron de ellos después de varios años fuera del pueblo, otros nunca regresaron.
José Francisco López Mora

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