La función de estos trabajadores en el cine, era quizás la más el más dura. Ellos eran los encargados del mantenimiento del orden entre los espectadores, lo que en ocasiones era bastante complicado. Ahora, prácticamente todos los espectadores guardan la compostura, nadie chilla, nadie fuma. Tampoco se producen cortes en las películas. En aquella época todo esto era habitual y provocaba la alteración del orden en la sala de cine. Pues bien, hubo dos vecinos de nuestro barrio que llevaron el peso del mantenimiento del orden en la sala. Estos eran Clemente y Acisclo, que por cierto vivían en la misma calle y casi enfrente el uno del otro.
Clemente Gónzalez, casado con Esther Salas, vivía en la casa nº 42. Fue una persona que como todos los vecinos del barrio trabajo en la fábrica, pero también trabajo en otros lugares. Clemente fue una persona que “hacía las Argentina”. ¿Emigró a Argentina? No, durante cierto tiempo, como forma de añadir una “perras” a la economía familiar, no dudo en asistir a la recogida de piedras y arena en el río Besaya. Era habitual que la fábrica pagara a los obreros que una vez que terminaban la jornada laboral, echaban unas horas recogiendo piedra y arena en el río, que posteriormente se utilizaba en la construcción de las casas para sus obreros. Estas horas extras, eran conocidas por los operarios de la época como “hacer la Argentina”. Después, Clemente estuvo trabajando como acomodador en el cine Coliseum María Luisa. Era como hemos dicho un trabajo que implicaba en ocasiones malos modos por parte de algunos de los espectadores, luchar contra las prisas que todos tenían por entrar en el cine. Situación más complicada si las entradas no estaban numeradas.
Acisclo Quevedo, casado con Irene Mazpúlez, vivió en la casa nº 55, pegada al río Muriago. Fue otro de los acomodadores o portero que trabajaron en el cine, después de salir de la fábrica. Él siempre estuvo ligado al Coliseum, bien como acomodador o portero. Su apego al cine, se lo trasmitió a su hijo Miguel, que también ejerció como operador. Pero Acisclo no era sólo nuestro vecino, no solo trabajaba en la fábrica y en el cine con mi padre, sino que era el padre de mi tía Loli, que se casó con mi tío Román, hermano de mi padre. Mi tía Loli, dejó un enorme cariño, para quien esto escribe, durante el año que pase haciendo “la mili” en Madrid.
El caso es que Clemente y Acisclo, junto los demás porteros y acomodadores eran los que a más problemas se enfrentaban. No solo era ver que sitio ocupaba cada uno, si el número de la entrada correspondía al sitio donde los espectadores se habían sentado, sino hacer frente a los bromas y chillidos que se producían cuando las luces de apagaban y comenzaba la película. Los encendidos de las linternas para ver quien había chillado o tirado papeles o chicles desde el “gallinero” hasta las butacas. Y no digamos si por desgracia se producía un corte de la película. Los gritos eran ensordecedores, la familia de los operadores estaba en boca de los espectadores, etc.
Y a esto es a lo que se enfrentaban los acomodadores todos los días, máxime si la película era para todos los públicos.
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