Hija de Gerardo y Julia, conocida por todos como Mari, y que vivía en la casa nº 26. Desde muy joven, tuvo que abandonar la escuela y dedicarse a ayudar a la familia, para traer dinero a casa. Ningún trabajo era malo para ayudar a su familia. Así que, desde muy pronto ayudaba a su madre a realizar trabajos hoy ya desaparecidos. Su madre Julia, ayudada por sus dos hijas Colasa y Mari, realizaron trabajos hoy desaparecidos. Este trabajo consistía en “varear la lana”. Ahora todos tenemos en nuestras camas colchones de muelles, pero en los años 60 y principio de los 70, lo normal era que los colchones estuviesen rellenos con las hojas de las mazorcas de maíz y, en el mejor de los casos, con lana de oveja.
Si era de hojas de panoja, todos los años al recogerse la cosecha, la mazorca está cubierta de unas hojas verdes, que forman la cáscara que la envuelve toda. Estas hojas verdes, a medida que madura el maíz, se van secando y en aquella época formaban parte de los colchones de nuestras camas. El maíz se cosechaba en muchas de nuestras huertas y eso permitía cambiar todos los años las hojas de panoja que estaban en nuestros colchones. Se descosía por un lateral, se sacaban las hojas de panoja, y se rellenaba por las nuevas hojas obtenidas en la nueva cosecha se volvía a coser el colchón y así hasta el próximo año, en que se volvería a cambiar el colchón.
Si el colchón era de lana, era necesario el varearla. Pues durante un año con el peso de nuestro cuerpo, la lana quedaba totalmente apelmazada. Esto hacía difícil poder descansar y daba cabida a insectos nada agradables y molestos, así que, a la llegada del verano, era frecuente que se demandase la presencia de personas que hicieran ese tipo de trabajar.
Cuando alguien las llamaba para varear la lana, allí se presentaban ellas con los útiles necesarios. Lo primero, dos caballetes sobre los que se situaba el “zarzo”, que era una superficie plana que se conseguía al tejer distintos tipos varas, cañas, mimbres, etc. Sobre este “zarzo” se situaba toda la lana. Posteriormente se procedía a varear la lana, que simplemente consistía en dar golpe con varas de madera, preferentemente avellano o mimbres. Poco a poco, se iban deshaciendo los grumos de lana, hasta dejarla totalmente suelta y dispuesta para meterla en el colchón, hasta el verano del año siguiente.
Mari, ha sido una trabajadora a largo de los años. También estuvo un tiempo, en la fábrica de Chiva. Allí trabajaba en el metal, concretamente en la elaboración de cepos para cazar pájaros y en la fabricación de felpudos de hierro. En aquellos años, las calles no estaban alquitranadas, eran de piedra y tierra, lo que provocaba que cuando llovía, las katiuskas estuvieran llenas de barro y lo mismo pasaba con los zapatos. Esto hacía necesario, que a la entrada de las casas hubiese un felpudo de metal donde frotar el calzado para dejar el barro fuera de la casa. Esto es lo que hacía Mari, aunque en ocasiones tenía que desplazarse hasta la fuente de la Rasilla a llenar los botijos de agua, para los que trabajaban en el taller. También recuerda los desplazamientos hasta la panadería de Pilatti, a comprar los bollos de pan para hacer el bocata de media mañana.
Pero los medios para obtener más recursos para sacar la familia adelante fueron muy variados en el barrio. Ya hemos visto, la existencia en el barrio de dos tiendas, pero también hubo otras fuentes de ingresos, una vez se salía de la fábrica.
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