Nuestra población sigue envejeciendo: baja natalidad y aumento de la esperanza de vida. Las familias, cuya misión social era tener descendencia para el cielo, o para los laicos disponer de cohorte de jóvenes que mantuviesen la capacidad productiva y la viabilidad de la sociedad, tienden a tener pocos hijos o ninguno. Nuestros últimos gobiernos progresistas, en vez de desarrollar políticas para asegurar una estructura poblacional sostenible, tanto en lo social como en lo biológico (favoreciendo la procreación), han descuidado totalmente este aspecto. Así, hace tiempo que no llama, ya la atención las parejas sin hijos, los denominados DINKs (doublé income, no kids; doble sueldo sin niños), ya sea o no heterosexuales, que proliferan por doquier. No hace falte echar muchas cuentas para ver que esto no tiene solución. Los países del sur, plagados de niños y jóvenes, no dejan de mirarnos. Cuando estemos exhaustos y sin defensas, ya no tendrán que jugarse la vida para venir, se instalarán cómodamente en nuestras casas. Y esto no es nuevo en la Historia.
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