Con el paso del tiempo, el cine se trasladó a lo que nosotros conocíamos como Salón de Aprendices. Era un enorme salón, con unos amplios ventanales cubiertos por grandes cortinas, creo recordar, de color verde y que cuando se iniciaba la proyección de la película, se procedía a cerrar las cortinas, evitando así la entrada de claridad. Al Salón de Aprendices, se accedía por la parte donde actualmente se sitúan las oficinas del colegio. A mano derecha, nos encontrábamos la puerta de acceso a dicho salón y, al atravesarla con el amplio salón, todo lleno de sillas de metal. Estas sillas, fueron construidas por los propios alumnos de aprendices y durante mucho tiempo ejercieron su función. Eran unas sillas duras y frías, pero que no nos impedían disfrutar de las películas que se allí se exhibían. Además, era habitual que cuando no había cine u otras actividades culturales, las sillas permanecieran amontonadas en la zona de la entrada. Muchas horas hacíamos allí gimnasia, para mí con aparatos de tortura, como eran el potro, el caballo, el plinto, las espalderas, etc.
Al fondo del salón estaba el escenario y la pantalla de cine. No tengo claro si en aquellos momentos había que pagar por la entrada al cine y si estaba permitida la entrada de las niñas. Lo que si es cierto es que en como operador de la cabina de proyección estaba Miguel Quevedo Mazpulez. Tenía el título de operador, había trabajado también en el cine Coliseum María Luisa como operador y era hijo de Críspulo, que ejercía la actividad de acomodador también en el mismo cine. Miguel era una persona que, durante mucho tiempo ejerció la docencia en la Escuela de Aprendices. Él nos daba las prácticas de taller. Hubo muchos maestros de taller, pero mis recuerdos se ciñen a Antonio, a José María, a Manrique y a Miguel. Buenos maestros de taller, cada uno con maneras muy diferentes de transmitir sus saberes, pero que nos dejaron buenos conocimientos de torno y ajuste.
Miguel, además comenzó a desempeñar la función de operador del cine de La Salle. Si cuando estuvo en el Cine Coliseum, lo hacía por un sueldo, cuando lo comenzó a desempeñar su función de operario de en el cine de La Salle, lo hacía de manera altruista. Miguel, en muchas ocasiones se desplazaba hasta la estación de ferrocarril para recoger la saca con los rollos de película. En otras ocasiones era Honorio, el portero que había a la entrada del colegio, aquel que estaba en la cabina del acceso al patio y desde la que vigilaba los alumnos antes de la entrada en la clase, quien se encargaba del traer los rollos de película dejándola a disposición de Miguel. Éste los domingos por la mañana, se adentraba en la cabina de proyección y pasaba a revisar las condiciones en la que venía la película, arreglaba las posibles roturas y los dejaba en condiciones para iniciar la proyección por la tarde a la hora del cine.
Por la tarde, mientras Miguel ponía todo a punto en la cabina, se abría la puerta de acceso y allí se encontraba el Hermano Julián, de enormes recuerdos para todos aquellos que pasamos por su aula. Alumno del Hermano Julián significaba: alumno que tenía miedo de ir a clase, alumno dispuesto a recibir un bofetón en cualquier momento, alumno dispuesto a ver como tu lámina de dibujo era rasgada delante de todos tus compañeros. Bueno otras veces les tocaba a ellos. Pero también, con el paso de los días, implicaba, un alumno que no comete faltas de ortografía, alumno con excelente dibujo técnico, alumno con enorme control de lectura y cada vez menos temor y más confianza en ti mismo. Pues bien, el Hermano Julián, era el que nos cobraba la entrada, unas cinco pesetas, o un duro como decíamos entonces. Después para dentro. En muchas ocasiones, los primeros que entraban eran los que procedían a colocar aquellas sillas de metal, que habían sido realizadas por los de “aprendices”, tanto tiempo duraron en la sala, el ruido que metían cada vez que las movíamos, o el frío que pasábamos, cuando en invierno con pantalones cortos, nos teníamos que sentar en ellas. Desconozco que todavía se conservan alguna de esas sillas de metal pintadas de verde, pero debería de situarse una a la entrada como recuerdo de tiempos pasados. Y la verdad que fueron buenos tiempos.
Cuando llegaba la hora de comenzar la proyección, se cerraban las cortinas, e igualmente se cerraba la puerta de acceso. Miguel iniciaba la proyección, esperando que no hubiera corte hasta que se acabara el rollo y hubiera que proceder al cambio para continuar la película. Debemos tener en cuenta que en la cabina solo había una máquina de proyección, con lo cual había que parar y quitar el rollo acabado y proceder a colocar el siguiente. Este era el momento del descanso. Era el momento que se abrían las cortinas y muchos al baño y a buscar las golosinas que nos esperaban en la Furgoneta de Ruiz. El descanso venía a durar lo que Miguel tardaba en cambiar de rollo. Luego a seguir viendo la película y esperando que no hubiese ningún corte.
Terminada la película, Miguel introducía los rollos en la saca que dejaba preparada para que al día siguiente, Honorio, aquella persona situada en la portería vigilando nuestra actividad en el patio, la llevara al tren. Y por último, darle el toque final a la cabina, de tal modo que para el domingo siguiente todo fuese fácil de localizar.
En el salón había un amplio movimiento y ruido, pues muchos de los asistentes al cine retiraban las sillas de la sala, colocándolas al fondo o trasladándolas al pasillo, al que se accedía a través de varias puertas. Era necesario dejar la sala libre, pues dentro de poco llegarían el grupo de chicos y chicas, bajo la dirección del Hermano Raimundo, habían creado un grupo de animación cultural con participaban chicos del centro y chicas. Esto fue un gran acontecimiento, pues debemos pensar que el colegio de La Salle, era en aquellos momentos un centro masculino. Por tanto, ver a chicas, que en ocasiones llegaban a la sala de reuniones, que tenían en la segunda planta de Aprendices, donde en aquellos momentos se situaba el taller de Ajuste, nos llamaba la atención. Este grupo, bajo la dirección del Hermano, pusieron en funcionamiento un baile para jóvenes, que todos los domingos, se fue convirtiendo en un centro de reunión de los jóvenes de la zona. Pero eso es otra historia, pero es curioso que muchos de los cines de nuestro pueblo, cumplieron las funciones de sala de cine y sala de baile. Parece ser que el cine de La Salle, también siguió los mismos pasos.
Pero volviendo al cine, al cabo de cierto tiempo, Miguel considera que lleva mucho tiempo como operador en el cine de La Salle. Quiere dejarlo, pero si se marcha el cine de La Salle, desaparecerá, cosa que Miguel no desea y la dirección del Centro tampoco. La solución fue, que uno de los Hermanos de La Salle, en concreto el Hermano Miguel Prieto, pase a adquirir los conocimientos necesarios para hacerse cargo de la cabina del cine. El bueno de Miguel Mazpulez, sería el “profesor” que le enseñaría todos los conocimientos necesarios, para que el Hermano pudiera hacer frente a cualquier incidencia que sucediera durante la proyección. Así hacía 1974 o 1975, Miguel Mazpulez dejó el cine. Ignoro cuando se produjo el cierre definitivo del cine de La Salle.
Tenemos también dificultades para saber las películas que se proyectaron en dicho cine. Aunque, teniendo en cuenta que estaba bajo la dirección de los Hermanos, las proyecciones tenían como objetivo la distracción de los jóvenes, el que los domingos tuvieran la tarde ocupada por una hora más o menos. Lógicamente, eran películas “aptas para todos los públicos”, y éstas sólo podría ser las películas de “vaqueros e indios”, las de Cantinflas, y que decir de aquellos niños cantores como Joselito, Marisol, las hermanas Pili y Mili, El Gordo y el Flaco, etc. Y que no se nos olvide películas como “Marcelino Pan y Vino” o la vista en varias ocasiones “El Señor de La Salle”.
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