Era otro de los materiales que utilizábamos en la cocina de nuestras casas en aquella época. La madera llegaba a las casas a través de dos medios. Durante mucho tiempo en la fábrica había una serrería, situada en la zona cercana al rio Besaya antes de pasar el puente Renero. Hoy el edificio está totalmente derruido, conservándose las paredes que lo delimitaban. Allí había obreros trabajando la madera que se utilizaba en las obras de la fábrica.
Era frecuente, que los obreros mandasen a sus hijos a recoger las cortezas de los árboles que eran desechadas en la sierra. Allí iban personas de distintas zonas el pueblo, también del barrio y recogían las cortezas de los árboles, el serrín, las virutas y, si había suerte, algunos trozos de madera. Los tres elementos servían para mantener el fuego, pero me cuenta Mari que, en su casa, cuando se iban a la cama y la cocina se estaba apagando, le echaban serrín encima, de tal modo que se mantuviera el calor, sin prenderse, y fuera más fácil encenderlo al amanecer.
También parece, que algunas personas tenían un acceso al serrín de manera más frecuente y con más cantidad, lo que les permitía venderlo por el pueblo. Era el caso de Ina, aquella señora tan entrañable que vivía en La Aldea y que, en aquella época, era objeto de burla por parte de los jóvenes.
Pero no era esa la fuente principal de donde obtenían leña los vecinos del barrio. Lo habitual, era que se aprovechará la tala de los eucaliptos que se llevaban a cabo en el monte de Fresneda, en la Contrina o en el eucaliptal que existía entre la zona de la Traída de Agua y la cambera o la zona de Nojalegas. Cada cierto tiempo, determinadas zonas del bosque era talado, provocando una enorme cantidad de ramas, que quedaban en el monte abandonadas al ser desechadas por los compradores de la madera. Los taladores, talaban los árboles, les quitaban las cortezas y todas las ramas que existían alrededor del tronco. Cuando se terminaba la tala y los troncos habían sido retirados, era el momento en el que los vecinos del barrio, iniciaban la recogida de la leña que había quedado en la zona talada y que les permitirían mantener el funcionamiento de las cocinas, con lo que eso suponía en aquellos momentos.
Hombres y mujeres, también los niños, salían en dirección a la zona talada, con sus hachas, el
cordel y la cantimplora de agua, tan necesaria para hacer frente a la sed. Allí se encontraban
las ramas desechadas, que se seleccionaban y amontonaban por los vecinos. Cuando se tenía
una cantidad suficiente se procedía a hacer “coloños de madera”, se ataban con las cuerdas.
Todos respetaban los “coloños” que no eran suyos. Después se echaban los “colonos” al hombro o a la cabeza y bajaban del monte hasta llevar la madera a la casa de cada uno.
Posteriormente había que subir nuevamente.
Siempre me acordaré de una persona, que de pronto apareció por el barrio. Era Paco “El Legionario”, era hijo de Julia y Gerardo. Coincidió en una época, en la que se habían talado el monte y todo el día le veías bajando coloños de madera, a pecho descubierto. Poco hablador y un trabajador impresionante. Después de bajar los coloños, allí estaba picando leña. Horas y horas trabajando. Era también, una persona que trabajaba la huerta. Me llamó la atención, porque nunca le había visto por el barrio. Yo desde los 2 a los 6 años estuve en casa de mi abuela en Vega de Villafuerte, y Paco, debido a su fuerte carácter, estuvo en el Centro de Menores de Viérnoles, hasta que en un momento dado decide alistarse en la Legión, en aquellos momentos era uno de los cuerpos de élite del ejército español. Después de años de servicio, llegó el momento de dejar la Legión y volvió al barrio donde vivió con su madre y hermanas. Era una persona que a los jovencitos nos llamaba la atención: siempre trabajando, con el pecho descubierto y con el escudo de la legión tatuado en el brazo. Me gustaba hablar con él. Pero cosas de la vida, lo mismo que apareció desapareció. ¿Los motivos? No se adaptó a la nueva forma de vida, problemas familiares. Todo es posible, pero lo cierto es que desapareció del barrio. Al parecer, estuvo viviendo con un sacerdote que le dejó una pequeña vivienda y allí falleció.
Los niños, ayudaban a sus progenitores participando en la acumulación de madera y tratábamos de emularles para presumir de la cantidad de ramas que traíamos en nuestros “coloños”. Todavía están en la memoria, aquellas filas de mujeres y niños que iban a las zonas de monte taladas, recogiendo madera y posteriormente, regresar con la carga de en los hombros. Era mucho esfuerzo, pero en aquellos momentos, las mujeres también trabajaban.
Me comentaba una de las vecinas del barrio que ella, como todas las mujeres, iba al monte a
buscar la madera e incluso una de las veces lo hizo cuando le quedaban pocos meses de embarazo. Había que tener leña para mantener el calor de la casa con la llegada del invierno.
En ocasiones, éramos nosotros los jovencitos los que nos desplazábamos a recoger leña al monte. Recuerdo que, en el año 1968, el eucaliptal que había entre la cambera y la traída del
agua, había sido talado hacía poco tiempo. Todavía, había ramas de eucaliptos por la zona. Yo
estaba solo, recogiendo pequeñas ramas que por allí encontraba. Estaba escuchando música
con aparato de radio de bolsillo. Un pequeño aparato, que funcionaba con pilas y que para nosotros era una joya. En un momento determinado, se cortó la música y se dio una noticia:
Robert F. Kennedy había sido asesinado. Era el 6 de junio de 1968. Ese día cuando Robert fue
asesinado, yo estaba recogiendo leña en el monte. Es un acontecimiento que ha quedado grabado en mí. En aquel momento, dejé de coger leña y me marché para casa.
Pero volviendo a la leña, no sólo era bajar los coloños, sino que también había que dejarlos en la huerta o el gallinero, y posteriormente trocearlos. Era un proceso lento, pero necesario, pues había que tener la leña colocada antes de que llegara el invierno. Así que, con un hacha, cortábamos cada rama en pequeños trozos que pudieran entrar en la cocina.
Esos trozos de madera, lo mismo que el carbón, se almacenaba debajo de la escalera, evitando que la lluvia dificultase su utilización en la lumbre. Posteriormente, el carbón y la leña se iban subiendo en calderos a la cocina, situándolos debajo del lavadero. Con el tiempo, cuando en algunas de las casas el lavadero desapareció, que fue lo que ocurrió en mi casa, estos calderos de carbón y leña se colocaban detrás de la puerta de entrada.
Más adelante, en muchas casas, se construyeron pequeños recintos en los que se almacenaban el carbón y la madera. Era habitual que nuestras madres nos mandarán a traer un caldero de carbón o de madera dependiendo de las necesidades de la cocina. Así, que bajar la escalera, cargar el caldero y arriba otra vez. ¿Cuántas veces habremos hecho esa subida y bajada en busca de carbón y leña?
Esos montes de eucaliptos, no sólo nos daban leña, sino también otras cosas más. Nos daban aquellas hojas de eucalipto, que nuestras madres nos mandaban ir a buscar cuando alguno de la casa tenía catarro o mucosidad. Hojas de eucalipto, que se echaban en un recipiente con agua caliente, y arrimábamos nuestra cabeza cubriéndola con una toalla para respirar el vapor. Era también el lugar, al que medida que los árboles cortados iban creciendo, se convertían en un lugar donde anidaban los jilgueros, y donde el bueno de Pepín, el hijo de Tea y Pepe “El cojo” que tenía unos dotes extraordinarios para encontrar los nidos, que nosotros no éramos capaces de descubrir. Y también este bosque era nuestro lugar de juegos de indios y vaqueros, de americanos y alemanes.
Como vemos, así era como accedíamos en el barrio a dos materias primas necesarias para el funcionamiento de la casa. Con el paso del tiempo, el carbón ya no se vendía en la fábrica y por otro lado, los tradicionales carboneros del pueblo, dejaron su trabajo. Así se convirtió en habitual que carboneros de la zona de Torrelavega, abastecieran las necesidades de carbón. Me acuerdo que a casa de mis padres, ya en el año 2000 seguía viniendo un carbonero de la zona de Torrelavega, que les traía carbón, lo mismo que a otros vecinos. Igual nos pasaba con la madera. Ya no íbamos al monte, ahora era habitual encargar la leña a personas de Coó o San Felices, que te la traían ya partida dispuestas para encender el fuego de la cocina. Además, era una leña de mejor calidad. Ya no era leña de eucalipto, sino de roble, caj¡gas o castaños, abatidos por el monte. Se pagaba, pues la edad ya no permitía a nuestros padres subir al monte y cargar con los “coloños de madera”.
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