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13 diciembre 2022

LA TIENDA-BAR DE JULIÁN Y CESÁREA

Esta estaba situada, en lo que conocemos como la casa nº 2 del barrio, ocupando la mano derecha de la calle, que nos llevaba a las escalerillas. La entrada hacia dicha tienda se situaba, a mano derecha a través de un pasillo de baldosas que iban por delante de la casa.
Parece ser que esta fue la primera tienda que hubo en el barrio. Una de las habitaciones de la casa, se transformó en tienda. Al subir los escalones, girábamos a la izquierda y en la pared de enfrente se abrió una puerta que permitía el acceso a la tienda. Una vez en la tienda, se encontraba en la pared de la izquierda una ventana, que ya existía desde la construcción de la casa. A mano derecha, estaba el mostrador, desde el que se despachaban los por productos que estaban a la venta. Detrás del mostrador a mano derecha, estaba la puerta que permitía a Julián y Cesárea e hijos acceder a la tienda a atender a los vecinos. Esta puerta daba acceso al salón-comedor.
Al frente de la tienda, estaba mi tía Cesárea. Mi tío Julián, trabajaba en la fábrica y además tenía su pequeña explotación de dos o tres jatos, que era necesario atenderla. Por otro lado, los hijos se fueron haciendo mayores y asumiendo más responsabilidades en la tienda.
En la tienda se vendía de todo un poco. Lo habitual en una tienda de barrio: latas, legumbres, sal, azúcar, chorizo, salchichón, quesos, aceite, etc. Un producto muy habitual en aquellos momentos, era el arenque. Ahora ya no se ve en las tiendas, pero en aquella época eran una de las posibilidades de comer pescado todo el año. Efectivamente el arenque, era pescado, en concreto sardinas que se colocaban en un tonel de madera en capas, cada una de las mismas, se cubría con sal gorda y así sucesivamente hasta que el tonel se llenaba. La sardinas, ahora arenques, tenían un cierto color amarillento. Los vecinos compraban los arenques no por peso, sino por unidades. Para comerlas, lo normal era envolverlas en papel de estraza o de periódico y golpearlas para, posteriormente proceder a quitarles las escamas y la espina. Era una manera de comer pescado en aquellos momentos. Puntualmente, pasaba por los pueblos el pescadero, con su pequeña furgoneta, con la que iba vendiendo el pescado por los pueblos, pero no siempre llegaba para todos pues lo vendía rápidamente. En aquellos momentos en nuestras casas no había neveras ni congelador.
Otro de los productos que tenía una fuerte venta, era el vino. No era un vino de calidad, pero era el vino que satisfacía las necesidades de los vecinos. Es cierto, que las disponibilidades económicas no eran muchas, pero el vino alegraba las penas. Venía en cubas de madera, con su correspondiente espita, por la que salía el vino. Los vecinos venían con su correspondiente botella de cristal adiamantado, esta jugó un importante papel como instrumento musical en el mundo del folclore, en ella llevaban para casa el cuartillo de vino, medio litro aproximadamente. En aquellos momentos, algunos de los vecinos hacían camino para ir a las dos tiendas que había en el barrio. Se tomaba en casa, y había que llevarlo a trabajar. Todos recordamos a los vecinos ir a la fábrica, con su boina, su tartera y su cuartillo de vino en el bolsillo de la parte de atrás del pantalón.
No era habitual pagar los productos en el mismo momento de comprar. Mi tía Cesárea, al igual que todos los clientes habituales, tenían una “cartilla” en la que se iban apuntando lo que se compraba, el coste de lo comprado y el día que se llevó a cabo. Al final de mes, cuando cobraban en la fábrica, era el momento de pagar. Confrontando las dos cuentas, se procedía al pago de la deuda y a tachar lo debido. Comenzaba un nuevo mes y otra vez a anotar lo vendido y comprado.
La verdad, es que en el barrio, no eran ni mucho menos “millonarios” y de eso eran bien conscientes los dueños de las dos tiendas que allí había, así algunas de las familias del barrio se veían con dificultades para llegar a fin de mes. En ocasiones Cesárea tenía dificultades para decir no a aquellos que estaban en las últimas. Algunas deudas se le quedaron a las espaldas cuando cerró el negocio. Pero también es cierto, que hubo personas que siempre pagaron la deuda acumulada durante mes. Un caso singular es el de uno de los hermanos de “Gerposa”, que emigró a Alemania dejando en el barrio a su mujer y un número elevado de hijos. Antes de iniciar su viaje a Alemania, habló con Julián y Cesárea pidiéndoles que le despachara a su mujer todo lo que necesitara, que cuando el regresara de Alemania en las vacaciones le pagaría todo lo consumido. Regularmente cuando regresaba de Alemania pasaba por la tienda, miraban las libretas y hacia el pago de lo consumido por su familia. Nunca faltó a su palabra .
Con el tiempo, mis tíos decidieron cerrar la tienda y centrarse en la actividad de bar, lugar donde se tomaba vino, se jugaba a las cartas y al dominó y se hablaba de las cosas de la fábrica y del barrio. Y cuando llegaba el buen tiempo, se pasaba la tarde jugando a los bolos. Hemos dicho que una de las características de nuestro barrio, era la existencia de terrenos para el cultivo. Pues mis tíos, en ese terreno construyeron una bolera que sirvió de atracción para los vecinos. La otra tienda, la de Cobo y María, también tenía su bolera.
En aquellos tiempos, era frecuente encontrar boleras por los distintos barrios del pueblo, de tal forma, que la mayoría de los barres tenían su correspondiente bolera. Todos tenemos en la mente, la bolera de la Rasilla, pero no nos olvidemos de la bolera de los Chamacos, la de La Pontanilla, la de Lombera pasando la vía, la del Bardalón o la de Juan XXIII, etc. Pero nuestro barrio tuvo dos boleras, una enfrente a la otra. La bolera de Julián era más grande, de forma rectangular. Atractiva para echar una partida a los bolos, tomando unos vinos, y si las cosas iban bien y era fiesta, ¿por qué no acompañarla de una copa de anís del Mono o de coñac Fundador?
En esos momentos, en el bar de mis tíos era habitual que los días de fiesta, los sábados y domingos, la gente acompañaba el vino de la mañana con una ración de rabas u otros tipos de tapas o raciones. El trabajo de la cocina era bastante elevado, lo que hacía que mi madre Teresa echase una mano a su cuñada Cesárea y a sus sobrinas.
Con el tiempo mis tíos decidieron poner fin a su actividad comercial. Los hijos se habían independizado, trabajaban en la fábrica e incluso algunos o sus mujeres ejercían otras actividades comerciales, así que ya era necesario descansar. La tienda desapareció, la puerta de acceso fue sustituida por una nueva pared de ladrillo y cemento, el mostrador se desmontó. Volvió a ser una habitación.
La bolera que había jugado un papel importante en el barrio, fue desmontada y de ser el lugar donde estaban “pinados” los bolos y por donde volaban las bolas, buscando tirarlos, paso a ser una zona de cultivo, de zona de verde y donde volvían a aparecer flores.



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