Es cierto que siempre nos referíamos a esta tienda como la tienda de Cobo, pero la verdad. Que esta tienda salió adelante por el esfuerzo de María, la esposa de Victoriano Cobo.
Como en ya hemos indicado en otro lugar, la familia llegó al pueblo y tenían a renta el prado de Los Gallegos, situado en la mies de Pendio, donde tenía su ganado. La dueña de la finca era la Condesa. Ésta recibió la oferta de vender la tierra para construir el barrio. La familia Cobo recibió la oferta de dejar la renta y a cambio se le concedía una de las casas de dedicadas a las familias más numerosas, situadas a la entrada del barrio y con la posibilidad de abrir un pequeño comercio. Y así comenzó la existencia de la tienda de Cobo.
La tienda, se encontraba a mano derecha según llegaba a la escalera de acceso al balcón de la casa. Con el paso de los años, acondicionaron el desván, pasando a ser un dormitorio. La creación de este dormitorio y el hecho de que algunos de los hijos mayores se fueran independizando, hizo posible que la tienda aumentase de extensión, pues se unieron dos dormitorios. A partir de este momento, cuando entrabamos en la tienda nos encontrábamos con un mostrador en forma de L invertida. A mano derecha, había una ventana, que daba al Este y desde donde podíamos ver las partidas de bolos, que se celebraban con frecuencia en la bolera. Por otro lado, había una segunda ventana situada en la pared del Norte, dando a la calle que nos llevaba hasta las escalerillas. Desde el interior de la casa, María accedía a atender a los clientes, por una puerta que comunicaba el salón comedor con la tienda.
El comercio, se decantó por tienda que vende todo tipo de productos y por otro lado, era un bar al que acudían los vecinos a echar la partida a las cartas, mientras se tomaban un vino.
Pero era una tienda en la que se vendía de todo, lógicamente alimentos, pero también otros productos, como zapatillas. Era habitual, que días antes de la fiesta de San Bartolo, aquella fiesta a la que muchos del barrio subíamos andando hasta Collado, se producía una gran demanda de zapatillas. Era frecuente que, durante la fiesta del Carmen, muchos vecinos y también de otros lugares del pueblo, fuesen a comprar a la tienda de Cobo velas, para después de una larga caminata ir hasta Fraguas para rezar frente a la Virgen del Carmen. María solía decir, que ella era una de las personas que más velas había puesto a la Virgen, pues si bien no tenía tiempo para desplazarse hasta Fraguas, consideraba que las velas eran suyas pues, a algunos clientes se les olvidara hacer frente al pago de las mismas.
Los productos de alimentación que se vendían eran muchos y variados. Pero llamaba la atención la venta de aceite. Ahora, vamos a los supermercados o tiendas a comprar aceite y éste viene embotellado. Pero en aquellos años de nuestra infancia, en la tienda de María la de Cobo, había un surtidor de aceite y era el cliente quien traía la botella o el recipiente donde iba a llevar la cantidad de aceite que deseará o que podía comprar. También, había un cortador de bacalao, que se utilizaba para cortar el bacalao en salazón, que colgaba en el techo de la tienda, detrás del mostrador. Cuando un vecino venía a comprar bacalao, se bajaba, se colocaba en el cortador y se obtenía la cantidad de bacalao deseado.
Legumbres como las alubias, lentejas, garbanzos, etc., se traían de las zonas de la Meseta por camioneros, que las iban repartiendo por los pueblos según las peticiones realizadas. Todos los sacos de las legumbres se abrían y se ponían a la vista de los clientes. Se compraba por kilo, medio kilo, 300 gramos. Una vez pesado se introducían en bolsas de papel.
Las frutas también era un producto habitual en la tienda de María. Frutas que era difícil encontrar en las huertas de los vecinos. Una de las frutas que más nos llamaba la atención eran los plátanos. Esta fruta no existía en los pueblos, provenía de islas Canarias. Ahora la vemos en todos los comercios, pero en aquellos momentos no era habitual. Normalmente, estaban colgados los racimos de plátanos, en el techo, detrás del mostrador. Cuando los vecinos venían a comprar plátanos, se lo hacían por piezas. Cuando se acababa había que pedir otra nueva piña de plátanos para la venta. Lo mismo podíamos decir de las naranjas, de las uvas, frutas que nosotros no podíamos cultivar en nuestros huertos.
Cómo ya hemos dicho, en la tienda de Jara, el cobro de los productos vendidos no era al momento, sino que se fiaba hasta el cobro de la “paga” de la fábrica. Hemos comentado, que todos los vecinos tenían una cartilla, en la que se iba anotando el día, el producto comprado y la deuda adquirida. Además María, tenía una cartilla en la que apuntaba lo mismo que en la del vecino. Al final ambas tenían que coincidir. Eso en teoría, pero la práctica se alejaba de la realidad. Al principio, las anotaciones de las cantidades se realizaban con lápiz. Esto provocaba que algunos “picaros” borrasen algunos números, como ejemplo las decenas, pasando de deber 17 “perragordas” a 7. Cuenta Loli, que un día a su madre, María, no le coincidía lo que había sacado con la venta con lo que tenía que pagar al suministrador de un determinado producto. Puesta manos a la obra, después de dar muchas vueltas, descubrió el sistema de reducir los gastos ocasionados por esa persona, simplemente con el borrado de centenas o decenas, según fuera el caso. ¿Solución? emplear un bolígrafo para evitar el uso de la goma de borrar.
En otras ocasiones, dado que las páginas de las cartillas no venían numeradas, algunos decidían quitar páginas, con lo cual no habían comprado nada. Lo que provocaba alguna discusión.
Es cierto que no era lo habitual, pero sí lo era el retraso en hacer frente al cobro de las deudas de algunos de los vecinos. La situación no siempre era buena y algunos se veían obligados retrasar el pago de las deudas, pero María también tenía que hacer frente a los pagos. Así que, en muchas ocasiones, se acercaba a las casas de los deudores para tratar del pago de la deuda. Siempre trataba de hacerlo por la noche, para que el resto de los vecinos no tuviera conocimiento de la situación. No siempre lo conseguía, e incluso no era bien recibida, así que sus hijos varones fueron los que impidieran a su madre pasar por esos apuros, siendo ellos los que se acercaran a hablar con los deudores.
Otro de los productos fundamentales que se vendía en la tienda era el vino. En aquella época el abastecedor de vinos era Francisco Macho. Era vino a granel, de no elevada calidad, pero era lo que se tomaba en aquella época. El reparto de dicho vino, por las tiendas y bares, era realizado por Pepín Senach. Al parecer Victoriano, todas las veces que le traían el tonel de vino, procedía hacer el pesaje del mismo, no era la primera vez que pretendieron cobrarle dinero por un cuarto, o tres cuartos de vino que no existían en la cuba.
Este vino, se vendía para llevarlo a casa o bien disfrutando con él en la zona del interior de la tienda. Fueron muchas las anécdotas que surgen en torno al vino. Había una persona, que todos los días iba a comprar un cuartillo de vino, para cuando su hijo saliera del trabajo para la comida. Pero al llegar a casa solía tomarse un vaso de vino que posteriormente rellenaba con agua. Su hijo, siempre se quejaba de que el vino de Cobo, cada vez tenía menos calidad, sabía más a agua que a vino. Había otro vecino que venía todos los días a las 4:30 de la tarde. Tenía un vaso exclusivo para él, de un tamaño mayor al del resto de los clientes. Se sentaba en la mesa y allí permanecía hasta que se lo tomaba, posteriormente se iba a casa hasta el día siguiente. Había otros tres vecinos que frecuentaban el bar, a los que conocían como el Bueno, el Tonto y el Malo. Las razones del porque no las he conseguido.
En el invierno, allí se echaban partidas de cartas al juego de la flor, el mus o la brisca mientras se tomaban unos vinos. Pasaban la tarde divirtiéndose y poniéndose al día de los acontecimientos del barrio. Ya llegaría la hora de llegar a casa y estar al tanto de lo que ocurría en la familia y de los problemas a resolver.
Cuando llegaba el buen tiempo, era frecuente que los vecinos jugaban su partida de bolos, mientras se tomaban uno o dos porrones de vino, que corrían a cargo de los que perdían la partida. Hay que indicar, que en esta bolera inició sus pasos de jugador de bolos “Calino”, el hijo de Ricardo y Toña, de él hablaremos más adelante. En estas partidas de bolos, era también frecuente la presencia de algunos de los niños del barrio, que trataban de ir aprendiendo del deporte ancestral de la Montaña, y si te requerían para “pinche”, era una buena manera de acceder a unas “perragordas”, que te permitirían comprar un chicle u otra golosina en la tienda, o alguna canica de barro.
Así con el tiempo, la tienda de Cobo fue perdiendo el papel de bar, limitándose a la venta de productos alimenticios, desapareciendo la bolera. Esta se convirtió en la típica zona de huerta de las casas del barrio, con el gallinero y con una pequeña cuadra en que se criaba un “chon”. Los restos de los cultivos de la huerta o de los productos que se vendían en la tienda, como la fruta, que no se podían vender, pues se habían dañado, pasaban a ser el alimento del “chon”.
Los años pasan, Victoriano y María deciden poner al frente de la tienda a Matilde, esposa de Angelín, hijo de ambos y que era el que llevaba la renta del “prao”, donde ahora se ubica el colegio José María Pereda. “Prao”, que para nosotros era el lugar por excelencia para jugar al futbol, buscar grillos y, las chicas, coger margaritas para hacer pulseras y collares. Pero también, fue el lugar donde más corrimos cuando aparecía Angelín dando de gritos porque le pisábamos el verde. Pero bueno, Matilde siguió con el buen hacer de su suegra María, y mantuvo durante mucho tiempo su clientela. María y Victoriano, dedicaban su tiempo a la huerta y a las flores.
Cuando Victoriano fallece, y Loli, pierde a su marido, decide marcharse a vivir a Santander, llevándose con ella a su madre María. Matilde queda al frente de la tienda. Nel, vecino del barrio, se encarga de cuidar la huerta y de las flores, de tal forma que cuando María, esporádicamente regresa al barrio, siempre se marcha con un ramo de flores recogidas en los rosales que había en los límites de la huerta.
Matilde, decide dejar la tienda de sus suegros y abre una nueva tienda en la zona de Lombera donde vive con Angelín y su hijo. Cambió de lugar, pero siguiendo el esquema de comercio que había tenido en el barrio: bar y tienda. Pero supuso la desaparición definitiva de las tiendas en el barrio.
Ahora, la casa es propiedad de un nuevo matrimonio. La transformación ha sido total, ya no tenemos huerta ni jardín sino una casa más adaptada a los gustos actuales.
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