El presidente Rodríguez Zapatero dijo un día que él era feminista. Hasta entonces en España bastaba con ser demócrata (o sea, igualitarista), y trabajar para que se cumpliera nuestra Constitución, para ser considerado un ciudadano cabal y normal. Y no era poco, desde luego. Pero, desde entonces, hay también que ser feminista. Aunque es obligación no conste por escrito en ningún lado. Y aunque no sepamos si Zapatero consensuó antes con sus compañeros socialistas tal declaración (cosa que dudo, pues en tal caso habría dicho “el PSOE es feminista” o “en el PSOE somos feministas”), el caso es que Felipe González, anterior presidente socialista, quedó a partir de entonces con ello descalificado, y por supuesto también los otros presidentes que habíamos tenido. No sé si Zapatero lo tuvo en cuenta, o si le importó siquiera, ya que con él se inauguró la etapa de falta de respeto a los compañeros en el PSOE; la etapa en que la inmensa mayoría de afiliados cerraría filas en torno al jefe, ya que, ante las evidencias de que éste iba por libre, quedaba claro que más valía no contradecirle o significarse.
El caso es que bastó aquella declaración para que ser feminista se convirtiera, no ya en lo políticamente correcto, sino en lo presupuesto, lo normal. Hasta entonces se había visto como una opción entre otras, se podía ser feminista o no serlo, con todo el derecho. Desde entonces, en la radio pública oímos a los locutores extrañarse de que en las encuestas haya “aún” bastantes chicos, y chicas, que prefieren no definirse como feministas.
Pero ¿qué añade el feminismo?, ¿en qué debo creer para ser feminista? Podría ser que no fuera tan extraño que algunos se resistan a declararse feministas, a la manera en que algunos, sintiendo respeto por la naturaleza, dudan en declararse ecologistas, ya que ven a veces en el ecologismo cosas raras, o no lo suficientemente explicadas o fundamentadas. ¿Pasará lo mismo con el feminismo?
A la hora de definirme o no como feminista, creo que tendré que hacer un máster, pues feminismos hay varios. Mm…, quizá lo del patriarcado sea común a todos. ¿Tendré que creer en eso del patriarcado para ser feminista? Pero consulto en internet sobre el patriarcado y veo que el tema es complejo, hay discusión sobre él (incluso hay una filósofa argentina, que me parece competente, que dice que hoy día no se puede sostener que el patriarcado exista). Sí, el tema es complejo, ¿lo dominarán todos los que se declaran feministas? Más bien parece tratarse de un acto de fe. Aparte de que habrá mucha gente que se declare feminista simplemente, claro, porque es esa la etiqueta, la única etiqueta, con que han visto referirse a la lucha por la igualdad de las mujeres. Así, piensan que si luchas por la mujer, eres feminista, sin más.
Me paro a pensar en lo patriarcado y veo que hay también otros colectivos que sufren agravios, algunos de ellos seculares o milenarios, aunque quizá no por igual en todas las épocas y culturas –como, por otra parte, parece que ocurre también a las mujeres-. Me refiero a los pobres (“aporofobia”, un término que tardó demasiado en crearse y darse al público), los feos, los gordos, los viejos, los homosexuales, lesbianas, transexuales y asexuales, los tímidos, las personas de piel oscura, las personas poco inteligentes, los estudiantes que sacan buenas notas… ¿Es el feminismo cualitativamente distinto de las luchas que deberían librarse en favor de esos colectivos? (digo “deberían” pues la fuerza de éstos no ha alcanzado a la del colectivo de las mujeres en Occidente).
Ah, pero debe de ser que hay un “hecho diferencial” en el agravio a las mujeres; por lo visto es algo histórico, estructural, transversal, omniabarcante…
Pero eso es lo que no acabo de ver. Machismo hay, desde luego; más en unos hombres que en otros, y también en algunas mujeres. Pero no debería conceptuarse el machismo como una entidad simple, cerrada y homogénea; debería investigarse en qué consiste el machismo, pues bien pudiera ser un agregado, de pasiones, esquemas mentales, costumbres… En todo caso, con el machismo –más de algunos que de otros, insisto- no se construye una cosmovisión como la del patriarcado. Y si le sumamos una conexión esencial con el capitalismo, es más difícil todavía adscribirse, pues, aunque para algunos y algunas esté muy claro, dudo que todos los feministas estén de acuerdo. El feminismo tendrá que tener cuidado con la construcción de una “teoría del todo” y ser riguroso, pues corre el riesgo de caer en el descrédito de teorías como el psicoanálisis o el marxismo, que en el siglo pasado gozaron del favor de intelectuales y del público, pero luego se ha visto que eran demasiado ambiciosas y de frágil base.
No, yo lo que veo son “fuerzas del mal” más de andar por casa, que están en el ser humano y que vendrían a ser como los pecados de toda la vida; fuerzas que actúan generalizadamente y que no anidan por igual en los corazones de todo el mundo: sadismo, dirigido a quien no puede defenderse; abuso de poder, en cuanto hay ocasión de aprovecharse; rechazo a lo distinto, a lo desacostumbrado; y grupalización (afiliación, podríamos también llamarlo), o sea, deseo desmedido de identificarse con un grupo para ser acogido por él y sentirse “alguien” aunque sea a costa de rebajar a otro colectivo, calificado arbitrariamente como inferior.
A estas “fuerzas” se podrían sumar otras, como la indiferencia, los celos, la posesividad… Y con ellas creo que bastaría para explicar la violencia, la larga violencia y el largo apartamiento de las mujeres de los lugares de poder. Se dirá que son demasiados factores, pero yo que con ellos se cumple la “navaja de Ockham”, ya que son factores conocidos e investigables, y con ellos no es necesario recurrir a un constructo como el patriarcado, que más parece ser establecido de antemano, como ente de razón, para ser confirmado posteriormente por datos históricos o sociológicos.
Esas fuerzas del mal, se dan en hombres y en mujeres, no solo en hombres. Pero la razón por la que, actuando algunas de ellas en conjunción (no siempre en la misma conjunción), las sufran más las mujeres, me parece igualmente sencilla: es más fácil abusar sobre otra persona si ésta se halla impedida por estar embarazada o haber dado a luz, o por estar amamantando, o por tener menos fuerza física. Y es más fácil, también, si quien ejerce la violencia no corre el riesgo, en una violación, de quedarse embarazado. Y, por lo demás, no veo que los hombres sean peores que las mujeres.
¿Habrá que dar nombre a las otras luchas (la de los pobres, la de los feos, etc.) como lo tiene el feminismo, para que sus causas sean tan visibles como la de las mujeres? Más bien creo que habría que suprimir el nombre al feminismo, pues creo que lo tiene injustificadamente. Bastaría, como antes de Zapatero, con trabajar a fondo por la igualdad. Y una parte de ese trabajo consistiría en una investigación científica de, como se ha dicho, “por qué las matan” (y se suicidan luego); eso no se ha investigado lo suficiente; es una labor de la criminología, pero se prefiere hablar de machismo o patriarcado, como la “virtus dormitiva” del personaje de Molière, empleándolo como pantalla para no dar paso a una actitud más científica y no arriesgarse a encontrar que la verdad sea distinta de lo que se proclama.
Adolfo Palacios
Bibliografías:
“El patriarcado. Los orígenes de la dominación masculina”, Ángela Saini, ed. Kairós, 2024
“El patriarcado no existe más”, Roxana Kreimer, ed. Galerno, 2021
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