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08 diciembre 2020

LAS ESCUELAS NACIONALES

Las Nacionales o el Colegio Público José María Pereda, construido durante la II República y al que se le dio el nombre de “Luis Bello”, estaba situada en la zona de la actual Plaza de la Constitución. Era un edificio de dos plantas; la parte de abajo se destinaba a “los párvulos” y a las niñas. Los párvulos éramos los que por primera vez íbamos a clase, con seis años y estábamos juntos en la misma clase los niños y las niñas, bajo la tutela de una maravillosa maestra de nombre Doña Pilar, por cuya aula pasaron muchas de las personas de nuestro pueblo. 
En la planta de abajo, a la que se entraba por la puerta situada al Este, mirando hacia la iglesia. Allí nos esperaba a los parvulitos Doña Pilar, dirigiéndonos al final del pasillo donde estaba nuestra clase. A lo largo del pasillo, a mano izquierda, estaban las clases de los distintos grupos de chicas dependiendo del curso que estuvieran realizando. 
En la parte de arriba estaban los chicos, que habían superado la etapa de Doña Pilar y pasábamos al segundo piso, ya en un espacio de chicos, y al frente de nosotros estaban ya los maestros, Enrique, Ángel, que posteriormente fue el primer alcalde del Partido Socialista después de los años de gobierno de Franco, Julián, y por supuesto Miguel, el Director de las Escuelas Nacionales. 
¿Qué aprendíamos allí? Lo que se aprendía en la escuela en aquellos momentos: escribir con la pizarra y el pizarrín, las operaciones más elementales, la lectura. A medida que superábamos los cursos las cosas se iban complicando: la geometría, la lengua, la historia, las matemáticas, etc. Pero también aprendíamos, otras cosas, había que respetar nuestro material y el de nuestros compañeros, no había dinero para comprar lápices, libretas o libros. Había que tratar que durasen el máximo de tiempo posible; aprendimos a asumir nuestras obligaciones, porque si no, tendría consecuencias negativas para quien no lo asumiera, castigado en clase, y si era necesario un “bofetón” o un reglazo en la mano; también aprendimos a respetar a los mayores y no digamos a las compañeras que estaban en la planta baja, con las que coincidíamos en los recreos, así como a la entrada y salida de clase. En cierta, alguien se pasó con unas chicas en el recreo, se lo comentaron a su profesora y ella lo puso en conocimiento de nuestro profesor. Cuando entramos del recreo él nos mandó ponernos en fila, siguiendo el nivel de altura de cada uno. El profesor se subió en la tarima y por allí fuimos pasando todos recibiendo unos buenos “bofetones”. Bueno todos no, los más bajitos de la clase estábamos los últimos y por suerte el profesor ya estaba agotado de departir “tortas” y nos mandó para el sitio. En fin, allí nos adentramos en el mundo de la adquisición de conocimientos en todas las áreas y lógicamente en el trato de las personas, respeto a todos con los que compartíamos la vida escolar y que a su vez trasladábamos a nuestras relaciones con los niños y niñas del barrio donde vivíamos. 
La permanencia en las Nacionales, dependía de si nuestros padres trabajaban en “Quijano” o no. Si trabajaban en la fábrica podíamos acceder al Colegio de la Salle, a los nueve años, previo examen. Si no se continuaba en las escuelas hasta los 14 o 15 años, en los que había que tomar la decisión de si seguir estudiando el Bachillerato o iniciar el aprendizaje de un trabajo.


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