La historia de la madre que dio un bofetón a su hija por tardona y acabó detenida y procesada, ha dado pie a muchas conversaciones inútiles: probablemente la mujer se ha librado porque la niña, quizás de piel dura, no transformó en moratón el golpe. ¿Qué solución hubiesen ofrecido los filósofos de la suavidad? ¿Una larga charla? ¿Una visita a un centro de desheredados? Cuando la maquinaria humanitaria del Estado se pone en marcha no atienda a razones, e hincha un asunto estrictamente familiar hasta darle dimensiones colosales y generar un gasto enorme (aquí cobran los policías, el médico forense, los trabajadores del juzgado y el magistrado). Soy rancio, lo sé, como sé que hay cosas que se arreglan mejor con un par de bofetadas que con un bufete de abogados. Es más, a veces envidio a esos parlamentarios (¿bielorrusos?, ¿ucranianos?) donde los políticos que no se ponen de acuerdo se lían a tortas: me gusta más esa actitud que la de los nuestros, que luego se van juntos a comer langostinos.
Javier Arce en Cartas al Director, de El Diario Montañés
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