Cuando el comportamiento o la actitud de un niño son inaceptables, podemos elegir entre hablarlo un poco con él y esperar a que madure, sea esto cuando sea, o forzar el proceso con algún castigo y con el miedo que eventualmente coja a perder el afecto. Antaño, el castigo era físico y había maltrato, pero hoy se ha instalado un modo de sentir según el cual, el que el niño pierda su alegría, su desenvoltura, se ve como cruel, inasumible. En la edad adulta, el paso a una visión más ajustada de las cosas viene a veces junto a algún sufrimiento que nos impone la vida misma; en la infancia, no debe asustar ni causar culpa el que haya también, por unas horas o por unos días, una pérdida de sonrisa; metamorfosis hacia una aceptación de que, lo que ha sido hasta ahora, ya no podrá ser; duelo por un contento que se basaba en la desconsideración hacia los demás o en cosas semejantes. La reprensión, cierta dureza, cuando son ejecutados con seriedad, abren paso a una consciencia que, no lo dudemos, ya en germen estaba ahí aunque no lo pareciera; pues los niños no sólo son "como son", tienen otras potencialidades, ocultas bajo la influencia de las relaciones cotidianas, que les infunden una presunta "naturaleza".
Adolfo Palacios Gonzlez, para Cartas al Director, de El Diario Montañés.
Adolfo Palacios Gonzlez, para Cartas al Director, de El Diario Montañés.
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