Algo de lo que estar más o menos orgulloso, y que exprese la propia singularidad y potencia creativa, parece que ha sido siempre importante para la mayoría. Vicente Pérez Sádaba se lamentaba en 1995 de que en España veía a veces grupos de jóvenes apalancados en la calle con una litrona en la mano "por todo signo de autodeterminación"; sin duda a ellos les gustaría hacer algo más, y pienso que a veces incurren en destrucción para simplemente dejar rastro en este mundo, que les permita sentir su existencia. Conozco, en cambio, personas de 70 años que se precian de sus pequeñas realizaciones de punto de cruz, de fontanería... Descendientes de aquella España de las universidades laborales, que nunca cuajó del todo pero que dejó su huella en la dignidad de alguna gente. Hoy está difícil ser diestro en algo, mostrar obra, pues la invasión de la masificado, con la difusión virtual, relativizan cualquier logro, y además las tareas tradicionales han quedado obsoletas, desprestigiadas, y cualquier logro en técnicas actuales requiere una especialización tremenda y apenas encuentra acogida en el mundo laboral. El orgullo del logro propio resiste como puede, y cuando es ahogado creo que explica situaciones penosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario