Se harán esfuerzos por repoblar la España vacía, o vaciada que dicen algunos, pero no hay como la ciudad para, lo mismo en días festivos que no festivos, derrochar ropa de moda, belleza natural y cultivada, amistades, perfume, sonrisa, y también para ver lucir todas esas cosas a otros, y crear así ese ambiente despreocupado y de gasto conspicuo (¡toma espíritu de la Navidad!) que tanto contribuye al sentido de la vida de la gente urbana, ya que, uno de los atractivos de comprar y gastar como es debido, es precisamente el sentirse privilegiado por encima de quienes no pueden hacerlo. En un pueblo, todo eso no tiene sentido: las dimensiones son exiguas, los trayectos breves, los vecinos te conocen demasiado, no hay lugar para construirse una identidad soñada, para hacer el teatro de máscaras que permiten los grandes espacios capitalinos y ese anonimato controlado. Si queremos vivir de espaldas al "polvo eres", sentirnos liberados de deprimentes ataduras terrenales; si queremos seguir creyendo que somos quienes hacemos creer a los demás que somos, y que la vida es lo que la presencia de los otros nos induce a creer, no salgamos de la ciudad. Aunque últimamente, con tanto viejo por la calle, se está poniendo difícil.
Adolfo Palacios, para Cartas al Director de El Diario Montañés.
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