Ahora hemos descubierto que los niños nacidos durante el franquismo, éramos unos tarados oprimidos por la disciplina, educados en la ignorancia, lastrados por la religión e incapacitados para el futuro. Nuestra infancia, que creíamos feliz, debió ser solo el espejismo de un tiempo oscuro.
Fuimos unos pobres tarados que oíamos en la radio las aventuras de Diego Valor y disfrutábamos con el Guerrero del Antifaz y con Roberto Alcázar y Pedrin o el Jabato, que nos descubrían un mundo de héroes y la lucha de los buenos contra los malos o las películas donde frente a la amenaza de los siuox siempre llegaba a tiempo el Séptimo de Caballería al mando de John Wayne, cuyo beso final a la protagonista se cortaba por la censura.
Pobres tarados cuya merienda de foigras o chocolate, no producía niños obesos ni adolescentes con anorexia. Los regalos eran para los cumpleaños o tarea de los Reyes Magos, que quizás traían ese deseo tantas veces contemplado en el escaparate de una juguetería.
Comprábamos el TBO, pipas, regaliz o bolitas de anís. Los niños jugaban a las chapas o al fútbol con pelotas de trapos atadas con cuerda y las niñas se divertían con muñecas o saltando a la comba, en calles que aún no eran territorio de violencia, vomitorio de botellón o mercado de droga, nunca aburridos ni necesitados de acudir a un psicólogo.
Fuimos tan tarados que aguantamos sin secuelas de por vida, los capones sufridos en el colegio y el dominio de los mayores. Aprendíamos la lista de los reyes godos para ejercitar la memoria, los dictados eran una prueba de ortografía básica, las raíces cuadradas había que resolverlas sin calculadora. Y si suspendías en junio, te perdías las vacaciones. Tras ello, muchos acabaron en la Universidad y muchos más aprendieron un oficio, iniciado como aprendices. Y el futuro no parecía gris, lastrado por la bota opresora de una dictadura, cuando se soñaba con comprar una Vespa, el deseado Seiscientos o llegar a firmar la primera hipoteca.
Fuimos tan tarados que, sin valorar el esfuerzo de unos padres que nunca tuvieron vacaciones, fracasamos al proyectar sobre nuestros hijos una permisividad que nunca nos habían tolerado. Fuimos tan tarados que ahora nos sorprende al ver como esos retoños, crecidos en un mundo de derechos y ninguna obligación, se alzan contra la sociedad que les ha permitido disfrutar lo que jamás tuvimos, reanimando odios y reescribiendo la historia cercana.