¿Vale la pena estudiar, en un país donde hay tanto paro, y donde habrá quizá más, con los robots? Algunos afirman que el carácter estudioso de la juventud hace a una sociedad más probable de tener futuro. Yo creo que no es exactamente el ahínco en el estudio lo que va a hacer a un colectivo tener progreso y riqueza, sino el cultivo espontáneo de aficiones por parte de la población. Se habla de la "regla de las diez mil horas": alguien que practica mucho durante años, llegará a ser brillante, en su tema. Esa regla ha sido seriamente cuestionada, pero parece claro que una sociedad será más interesante y productiva si tiene un porcentaje de miembros que, de modo genuino, encuentran aliciente en ciertas cosas, aunque sea en obras de caridad, no tiene por qué ser "inventos de taller". En España ¿qué nos motiva, qué se nos da bien?: el fútbol, la cocina y el cine de animación: poco para un país moderno. La música, se practicó mientras la sustentaba la Iglesia; el buen lenguaje, mientras lo promovía la tele estatal única; los oficios, mientras los sostuvo el desarrollismo tardofranquista; la ciencia, interesó durante el brillo de la carrera espacial internacional... El pueblo español, por sí mismo, en general parece tender a la inercia. Y Javier Vega ha analizado desde estas páginas qué futuro tendrá el orgullo de una generación para la que los robots van a hacer innecesarias las destrezas. Pero observamos en ciertos lugares cómo las tecnologías no hacen incompatible el cultivo de aficiones, y éstas probablemente acaben repercutiendo en la vida socioeconómica. Quien domina una cosa, suele saber de otras. En la selva paraguaya viven los menonitas, casi como en el siglo XVIII, casi sin electricidad; representan sólo el 0'7% de la población del país, pero aportan el 6% del PIB.
Adolfo Palacios González, en Cartas al Director, de El Diario Montañés.
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