El Tiempo en Corrales de Buelna,Los

05 marzo 2020

BAR LOS CHAMACOS

Pasado el Comercio de Puertas y después de la puerta de acceso a las viviendas del edificio, se encontraba un pequeño camino que permitía la entrada al Bar de Los Chamacos, como se conocía entre los vecinos y obreros que iban a la fábrica. Parece ser que anteriormente este había sido de los Varela, que a su vez habían regentado una pensión en la zona del actual botiquín de la Nissan.
Hacía finales de los años 50 o principio de los 60, la familia formada por Gerardo y Mª Luisa deciden trasladarse a Los Corrales y dedicarse a vivir de la explotación del bar.
Una cosa que llama la atención es el nombre del bar. ¿Por qué Chamaco? La explicación es muy simple. Al parecer Mª Luisa tenía un hermano residiendo en la zona de Méjico, algo muy habitual por la época, y como Mª Luisa estaba embarazada, su hermano siempre que la escribía preguntaba por el “chamaquito” que iba a nacer. Quería conocer la fecha del nacimiento de su nuevo sobrino para hacerle un regalo. No sabemos cuál fue el regalo, pero si le dejó uno para toda la vida, todo el mundo conoce a ese niño, ya padre y abuelo, como Chamaco y también el bar recibió dicho nombre. Duda resuelta.
El bar siempre estuvo bajo la dirección de Gerardo y Mª Luisa, con la ayuda de sus hijos, “Chamaco” y María. También es cierto, que algunas ocasiones de manera puntual las personas relevantes de la Peña, si Genaro no estaba, echaban una mano al servicio.
El bar, como todos los de la zona, tenía una fuerte dependencia de los obreros de la fábrica, por tanto los momentos de máxima afluencia a los mismos era el momento de entrada y salida de los distintos turnos.
Lo normal era iniciar la jornada en el bar hacia las 5 de mañana. Había que tener todo preparado, para la llegada del “Rata” a la estación y los autobuses que paraban frente a Casa Pilatti. A partir de aquí, comenzaba el traslado andando hasta el bar del que eran fijos. Cada dueño de los bares sabía ya los gustos de sus clientes fijos y por tanto cuando llegaban todo estaba preparado. Los Chamacos, antes de que llegaran sus clientes fijos, colocaba su bebida en el mostrador, estos a su vez conocían que vaso le correspondía. Normalmente los clientes fijos no pagaban diariamente, sino que se apuntaba en una libreta, exclusiva de cada uno de ellos, y se liquidaba la deuda al final de mes.
Al mediodía el Bar Los Chamacos tenía muchas personas a comer. Bien eran camioneros que venían de fuera a transportar las mercancías de las fábricas, bien obreros que no podían desplazarse a sus casas a comer. Había días que en el bar se servían cerca de ciento y pico comidas, lo que indica el movimiento que había. No podemos olvidar que en la zona también estaba otro lugar de comidas como era la Fonda Carmen, y parece ser que tenía el mismo movimiento lo que nos da idea del papel que jugaban las fábricas en el lugar. En el bar Los Chamacos había dos turnos de comida, el primero para los que trabajaban en Quijano y el segundo para los que lo hacían en Authi. La razón era que la entrada y la salida en las dos fábricas eran distintas, y el bar se atenía a sus horarios.
Por las tardes se llevaba las partidas de cartas acompañadas de su correspondiente café y copa de coñac, básicamente, otros preferían otro tipo de alcohol. El juego de cartas predominante en estos momentos era “la flor”. Dos parejas se distribuían y el resto de “los parroquianos” se sentaban alrededor de ellos, observando sus movimientos, pero en silencio y sin intervenir en juego. Eso regla de oro para los espectadores. También se jugaba al “mus” pero no era tan habitual. Me acuerdo como mis amigos y yo cuando llegamos a una edad, en la que ya no era conveniente jugar a las canicas y llevábamos pantalón largo, ya entrabamos en algunos bares a jugar a la “flor”, no éramos profesionales, pero nos lo pasábamos bien, y nos hacía parecer mayores. Cosas de la vida.
La jornada laboral iba terminando, de tal forma que, una vez despachado a los que entraban y salían del último turno de la fábrica, Gerardo y el resto de la familia iniciaba el proceso de comenzar el cierre. Gerardo comenzaba a poner los tableros de las ventanas, entonces no había persianas ni cierres metálicos, o al menos Gerardo no los tenían, y cuya finalidad era, lógicamente poner freno a los delincuentes. Los pocos clientes conocían el protocolo y apuraban sus vasos para salir en dirección a la calle. Al final, se ponía la estaca en la puerta, a cenar y a la cama. Mañana esperaba otro día agotador.
Parece que los días laborables estaban cubiertos con la asistencia de los obreros de la fábrica. ¿Pero qué pasaba los sábados y domingos cuando los obreros no iban a trabajar? Lo cierto que no bajaba la clientela, pues venían las familias con sus hijos. Tanto los sábados como los domingos, al mediodía salían de la cocina mejillones y rabas que se acompañaban de blanco de solera y vermut de cuba, no de botella. Por la tarde, primero las partidas de cartas, el café y la copa de coñac. Hacia las seis y media de la tarde ya se podía pedir las raciones de callos o de asadurilla, acompañada de vino y pan, por el precio de 5 y 7 pesetas respectivamente. Los domingos había bailes. Se ponían banderitas a lo largo de la bolera, se ponía música y altavoces, y ya se tenía baile, lo que le hacía un lugar atractivo para las parejas.
También el bar Chamaco introdujo las innovaciones tecnológicas que iban llegando. Así introduce la televisión en su bar, lo que lógicamente atrajo a la gente. Hay diferentes ideas de cuál fue el primer bar que introdujo la televisión en el pueblo. Unos dicen que fueron el Gandiaga y Los Chamacos, otros, en cambio, dicen que el primer televisor que entró en el pueblo estuvo en el Casino de Buelna y en segundo lugar el bar Quinín. Mis recuerdos pueden ser poco significativos, pero antes de 1964 yo iba a las Escuelas Nacionales y al salir de la clase por la tarde, siempre iba corriendo hasta casa de mi abuela Antonia, donde estaba la gasolinera de Julia, ella me tenía preparado la merienda: pan y chocolate -todavía recuerdo aquel maravilloso sabor- De vuelta, en ocasiones pasaba al lado del bar Ontaneda y estaban viendo en la tele alguna corrida de toros. Por otro lado, me acuerdo de ir en muchas ocasiones con mis padres al bar Quinín, para ver en la tele, Las Aventuras de Rin-tin-tin. Esta serie se daba en la televisión los domingos por la tarde y se comenzó a emitir en España, en los principios de la década de los sesenta del S. XX. Lo que sí parece estar claro es que quienes tenían televisor en el bar tenían que pagar a la Sociedad de Autores, cuyo cobro era llevado a cabo por Avelino Bustos.
Quizá, no está muy claro quién fue el primer bar que introdujo la tele en el pueblo, pero sí parece cierto, que no tardaron de apuntarse todos los bares a tal innovación.
El bar no es solamente un lugar de tomar vino en los ratos libres o en las entradas y salidas de las fábricas. Era un centro de asociativo que tuvo una cierta influencia en el pueblo. De hecho parece ser que dos años después de su puesta en funcionamiento, se creó la Peña de Los Chamacos. Posiblemente fue una, sino la primera, de las asociaciones de este tipo en Los Corrales y posiblemente muy en paralelo a la creación de la Peña Gedio en Somahoz. Era una peña cuyo objetivo era la participación de los vecinos en cosas que no fueran solo el trabajo y las cosas de la familia. Había que divertirse. Así que se reunían en la bolera, donde la caída de los bolos iba acompañada del botellín de vino que pasaba de mano en mano.
Además la peña realizaba frecuentes viajes por la provincia e incluso llegaron a desplazarse hasta Madrid. Ahora todos conocemos lo que supone ir a Madrid en coche o en autobús ¿Os imagináis lo que suponía en aquel entonces? El viaje era duro, lento y peligroso, también es cierto que había menos tráfico, pero también con transportes menos seguros y confortables. En todo caso, cuando realizaban una excursión, siempre contrataban a Autobuses Casanova, empresa situada en Suances. Eran unos autobuses con asientos de madera, pero para evitar la incomodidad y el aburrimiento, siempre introducían, con el beneplácito del conductor, una cuba de vino que les permitía aguantar el viaje con alegría. ¿Nos imaginamos ahora un autobús con asientos de madera y una cuba de vino para el trayecto? Las cosas han cambiado.
Personajes importantes de esta peña eran Pichi “El Matachín”, por aquello de que trabajaba en el matadero de Torrelavega, ¿Ángel? Quintanal, que vivía en el Bardalón, y Roberto que como ya hemos visto trabajaba en la peluquería Peña, situado al otro lado de la acera. Normalmente, Roberto una vez que había cortado el pelo a una persona, se cogía un respiro y se dirigía hacia el bar Chamaco a tomar un vino. Si la mañana iba bien, con muchos cortes de pelo, Roberto se veía sometido a demasiada carga de vino. En una ocasión, al bueno de Chamaco hijo, no se le ocurrió nada más que prepararle un vino, que en realidad era vinagre. Roberto, como siempre llegó y tomó su vaso de vino. La consecuencias no son para relatar, pero lo cierto que Roberto no perdió su hábito, pero si es cierto que a partir de ese día debió tomar la costumbre de primero oler y después tomar.
Otra de las posibilidades que tenía ofrecía el Bar Chamaco era la bolera. Si nos acordamos de nuestro pueblo durante los años 70 del siglo pasado, vemos que muchos de los bares de los pueblos tenían una bolera. Me acuerdo que en barrio de “Los Millonarios” en la primera calle había dos bares, el de Cobo y el de Jara, que ambos tenían su bolera y era frecuente que cuando los obreros regresaban al barrio sobre las 5:30 se ponían a tomar un vino y a jugar una partida de bolos. Pero los ejemplos pueden ser más. El bar Juan en la Hoya tenía su bolera, en el bar de la Pontanilla, también, el Gandiaga en su momento lo mismo. El bar Los Chamacos también la tenía, y en algún momento decidió mejorarla. El día de la inauguración de la nueva bolera, fue un día de mucho movimiento. Las banderitas, las clientes habituales, los socios de la peña y en aquella época, no podía faltar a la inauguración de cualquier comerció o cosa por el estilo, la bendición del cura del pueblo. En esta ocasión allí estaba D. Miguel, aquel sacerdote que durante muchos años dirigió la iglesia parroquial de nuestro pueblo. E incluso participaba en las “tiradas”.
La bolera de Los Chamacos era altamente apreciada. Por una parte, era habitual que durante las fiestas de San Juan, se celebrará el famoso concurso de bolos en la bolera de La Rasilla. Pues era muy frecuente que los grandes jugadores del momento, como el Zurdo de Bielva, El Belga, Ramiro…, pasaran por la bolera de Chamaco a calentar y prepararse para la competición sin alterar el foso de La Rasilla.
Igualmente, esta bolera era apreciada otro hecho fundamental. Era una bolera que no se veía desde la carretera, su acceso no era directo y esto facilitaba que, en muchas ocasiones la pareja de la Guardia Civil, entrara en el bar y aprovecharan para lanzar unas bolas. Se quitaban el tricornio, los correajes y a pasar un rato. Parece que había un Guardia Civil, llamado Caso, que no tenía mal tiro. De los bolos.
Además la bolera era un los momentos de conflicto en las fábricas, por las huelgas, la actuación de las fuerzas de seguridad no eran necesariamente amables, y los obreros iniciaban su búsqueda de huir, no olvidemos que la Avenida era muy larga y recta. Pues muchos de estos obreros solían meterse en Los Camachos y a través de la bolera pasar hasta las vías del tren.
Pero el tiempo y los años pasan y el matrimonio deciden dar el cierre al negocio, hecho que se va a producir dos o tres años más tarde del cierre de Authi. Esta empresa, como la de Quijano, eran una fuente de vida para la familia, y Gerardo y su mujer lo tenían muy claro. Cuando la famosa “marcha verde” inició su camino a Santander, Gerardo le llegaron noticias de la misma y automáticamente se puso en contacto con Pilattí para que le enviara todo el pan disponible. Con la ayuda de su mujer, se dedicó a preparar bocadillos y posteriormente cargaron su coche con bocadillos, vino, coñac y comenzaron a repartir entre los huelguista todo aquello que necesitaban para recobrar fuerzas. Así llegaron hasta Santander, continuando repartiendo alimentos entre los maltrechos huelguistas. Muchos, todos los huelguista agradecieron aquel apoyo. De hecho hay un documental sobre la Marcha en la dos veces se habla del reconocimiento de los huelguista a la actitud de Chamaco. Pero como decía Chamaco, que menos podía hacer él, cuándo ellos eran sus clientes que le permitían mantener a su familia.
Hemos hablado que Chamaco fue en buena medida un emprendedor, que no dudaba en introducir lo que venía a bien para su negocio y sus clientes: la televisión, el baile… Pero también se daba cuenta que el trabajo era mucho, que no había momentos de descanso, que se iniciaba a trabajar hacia las 5 de la mañana y se cerraba hacia las 11 de la noche. Y todo de lunes a lunes sin descanso para toda la familia. Gerardo parece ser que se planteó la necesidad de descansar un día a la semana. Y parece que así fue, comenzó a cerrar los sábados, y poco a poco este día de descanso fue siendo aplicado por más bares.
Con el tiempo el bar Chamaco, cerró sus puertas, había cumplido su cometido. Los vinos de primeras horas de la mañana, los obreros que entraban y salían, las partidas de cartas, los bolos, todo quedaba en el archivo de la memoria. Pero era hora de descansar. Y así se hizo.

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