¿Todos los años de convivencia democrática perdidos? No quiero aceptarlo. El intento de algunos por desviar la atención sobre los auténticos problemas con asuntos como la memoria histórica (por cierto: memoria sí, pero para todo), actuaciones jurídicas, crucifijos, estatuto de Cataluña, etc., activa un resentimiento que corre por la sociedad como reguero de pólvora. Mientras, la dura realidad es otra: 20% de paro oficial y más de medio millón de desempleados haciendo cursos (que no cuenta en la dramática lista). A ciertos dirigentes políticos su incapacidad para resolver los males de España les obliga a plantear cortinas de humo para que se hable de lo menor y que cargue con sus culpas el prójimo.
Por haber los hay que incluso acusan a los empresarios de aprovecharse de la crisis. ¡Dios mío! (creo que aún no es ilegal emplear esta exclamación), ¡cuidado! ¡Mucho cuidado! Se empieza con un linchamiento en vagón de metro y a saber dónde se acaba. Sinceramente, no entiendo nada sobre este afán por retornar al pasado. Entre todos hemos podido llegar hasta aquí disfrutando de intensos años de tolerancia, convivencia pacífica y (maravillosa palabra) libertad gracias, precisamente, a enterrar el rencor en la fosa del olvido. ¿Quién no tiene en su familia historias para contar de una contienda entre hermanos, de gente con la misma sangre que se mató por pensar de manera distinta, defender creencias religiosas o simplemente por tocarle en uno u otro bando, sin tener claro por qué empuñar un fusil? En consecuencia, no puede conducirnos a nada bueno atizar el fuego del odio. Yo deseo la libertad para tener fe en lo que quiera. Para rezar si me apetece, por ejemplo. Y para no tragar disculpas majaderas de los gobernantes cuando mi país no funciona.
Cuando me reúno con mis amigos -muchos, de distinto pensamiento político al mío- me siento siempre a gusto. Discrepamos y no pasa nada. ¿Y esto no es posible en la sociedad española? Me niego, por tanto, a aceptar que la política revanchista sea el camino y no exista otra manera de ejercitar el poder. Y me niego a aceptar que algunos pretendan empujarnos al abismo del rencor, ya que hay otras formas (realmente democráticas) para plantear las diferencias. Ojo con este tema. Quienes conducen al ciudadano hacia el odio pretenden alcanzar el peor de los objetivos: anularle como persona.
Por haber los hay que incluso acusan a los empresarios de aprovecharse de la crisis. ¡Dios mío! (creo que aún no es ilegal emplear esta exclamación), ¡cuidado! ¡Mucho cuidado! Se empieza con un linchamiento en vagón de metro y a saber dónde se acaba. Sinceramente, no entiendo nada sobre este afán por retornar al pasado. Entre todos hemos podido llegar hasta aquí disfrutando de intensos años de tolerancia, convivencia pacífica y (maravillosa palabra) libertad gracias, precisamente, a enterrar el rencor en la fosa del olvido. ¿Quién no tiene en su familia historias para contar de una contienda entre hermanos, de gente con la misma sangre que se mató por pensar de manera distinta, defender creencias religiosas o simplemente por tocarle en uno u otro bando, sin tener claro por qué empuñar un fusil? En consecuencia, no puede conducirnos a nada bueno atizar el fuego del odio. Yo deseo la libertad para tener fe en lo que quiera. Para rezar si me apetece, por ejemplo. Y para no tragar disculpas majaderas de los gobernantes cuando mi país no funciona.
Cuando me reúno con mis amigos -muchos, de distinto pensamiento político al mío- me siento siempre a gusto. Discrepamos y no pasa nada. ¿Y esto no es posible en la sociedad española? Me niego, por tanto, a aceptar que la política revanchista sea el camino y no exista otra manera de ejercitar el poder. Y me niego a aceptar que algunos pretendan empujarnos al abismo del rencor, ya que hay otras formas (realmente democráticas) para plantear las diferencias. Ojo con este tema. Quienes conducen al ciudadano hacia el odio pretenden alcanzar el peor de los objetivos: anularle como persona.